domingo, 5 de octubre de 2008

El Corsario Negro

Il Corsaro Nero
CAPITOLO I
I filibustieri della Tortue
Una voce robusta, che aveva una specie di vibrazione metallica, s'alzò dal mare ed echeggiò fra le tenebre, lanciando queste parole minacciose:
- Uomini del canotto! Alt! o vi mando a picco!...
La piccola imbarcazione, montata da due soli uomini, che avanzava faticosamente sui flutti color inchiostro, fuggendo l'alta sponda che si delineava confusamente sulla linea dell'orizzonte, come se da quella parte temesse un grave pericolo, s'era bruscamente arrestata.
I due marinai, ritirati rapidamente i remi, si erano alzati d'un sol colpo, guardando con inquietudine dinanzi a loro, e fissando gli sguardi su di una grande ombra, che pareva fosse improvvisamente emersa dai flutti.
Erano entrambi sulla quarantina, ma dai lineamenti energici e angolosi, resi piú arditi dalle barbe folte, irte, e che forse mai avevano conosciuto l'uso del pettine e della spazzola.
Due ampi cappelli di feltro, in piú parti bucherellati e con le tese sbrindellate, coprivano le loro teste; camicie di flanella lacerate e scolorite, e prive di maniche, riparavano malamente i loro robusti petti, stretti alla cintura da fasce rosse, del pari ridotte in stato miserando, ma sostenenti un paio di grosse e pesanti pistole che si usavano verso la fine del sedicesimo secolo. Anche i loro corti calzoni erano laceri, e le gambe ed i piedi, privi di scarpe, erano imbrattati di fango nerastro.
Quei due uomini che si sarebbero potuti scambiare per due evasi da qualche penitenziario del Golfo del Messico, se in quel tempo fossero esistiti quelli fondati piú tardi alle Guiane, vedendo quella grande ombra che spiccava nettamente sul fondo azzurro cupo dell'orizzonte, fra lo scintillio delle stelle, si scambiarono uno sguardo inquieto.

El Corsario Negro
Capítulo I
Los Filibusteros de la Tortuga
Una voz robusta, que poseía una especie de vibración metálica, se alzó desde el mar como un eco entre las tinieblas, lanzando estas palabras amenazantes:
-¡Hombres del bote! ¡Alto!, ¡o los mando a pique!
La pequeña embarcación, tripulada con sólo dos hombres, que avanzaba fatigosamente por entre las oscuras olas color tinta, pareciendo querer escapar de la alta ribera que se delineaba confusamente sobre el horizonte, como si de aquella parte temiera un gran peligro, se detuvo bruscamente.
Los dos marineros, retirados rápidamente los remos, se alzaron de un sólo golpe, mirando con inquietud en frente de ellos, y fijando sus miradas sobre aquella gran sombra, que parecía haber surgido de modo imprevisto de entre las aguas.
Tenían ambos alrededor de cuarenta años, con facciones enérgicas de pómulos marcados que lucían aún más hoscas por las hirsutas y enmarañadas barbas, que parecían no haber nunca conocido el uso del peine y el cepillo. Dos grandes sombreros de fieltro, en muchas partes agujereados y con las alas ajadas y caídas, cubrían sus cabezas. Camisas rotas, descoloridas y sin mangas, cubrían malamente sus pechos; cintos rojos, reducidos a un estado miserable, pero conteniendo dos viejas y pesadas pistolas del siglo dieciséis, ceñían sus cinturas. También sus calzones estaban rotos y sus pies, sin calzado, se hallaban envueltos en un negro lodo.
Aquellos dos hombres, que se habrían podido confundir con cualquier penitenciario del Golfo de México, si en aquel tiempo hubiesen existido aquellos presidios fundados más tarde en las Guayanas, viendo aquella gran sombra que se recortaba nítidamente sobre el oscuro azul del horizonte y el resplandecer de las estrellas, se miraron con inquietud.

El Corsario Negro
Emilio Salgari

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