sábado, 4 de octubre de 2008

La última alegría

¿Qué hacer ahora?
Carecía de objetivo. Estaba a dos pasos del invierno, mi verano lejano ya, y no me atormentaban preocupaciones, anhelos, ni ambiciones. Siéndome indiferente el lugar de mi residencia, ocurrióseme que bien podría ir a una ciudad conocida. ¿Por qué no? Nadie está obligado a eterna inacción a orillas del mar, y si uno decide alejarse de allí, no será motivo para que algún suspicaz atribuya al hecho una interpretación capciosa. Si alguien se decide a interrumpir su soledad, esto no lo hicieron muchos antes que él, para satisfacer el inocente capricho de ver barcos, caballos y jardinillos helados en determinada ciudad. Y a su llegada podrá distraer el ocio discurriendo si conoce a algún ser humano que more en esta ciudad desmesuradamente grande. Las noches son bellas, noches de luna, y él siente gran placer en señalarse un destino determinado para detenerse por etapas al anochecer, cual si tuviera algún motivo especial para ello. Como en otra parte nadie le espera, dispone del tiempo a su antojo.

Traducción de Luis Molins

La última alegría
Knut Hamsun

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