Y he aquí que, de pronto, me acordé de lo que Trofida me había dicho de las estrellas, cuando, la primera vez, volvíamos de la frontera. Corrí hacia adelante, intentando alejarme cuanto pudiera del bosque.
Me detuve en un campo al raso y alcé los ojos al cielo. Grandes nubarrones cubrían su mayor parte; pero en el espacio libre de ellos vi el estrellado carro de la Osa Mayor. Siete grandes astros brillaban sobre el fondo oscuro del firmamento, y los miré conteniendo la respiración con improviso gozo que parecía querer romperme el pecho. Las palabras de José volvían a mi espíritu claras y consoladoras: "Si nos pescan y el grupo tuviese que disolverse, dirígete de modo que tengas siempre esas estrellas a tu derecha. De cualquier manera que vayas, será siempre aquella la justa dirección, y forzosamente pasarás la frontera". Dejé, pues, a mi derecha las estrellas, y en el mismo instante sentí soplar el viento en mi nuca.Era, pues, exacto: iba de cara al Oeste.
El enamorado de la Osa Mayor
Sergiusz Piasecki
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