Todo magro viajero y meditador que contemple por primera vez el Pacífico lo adoptará para siempre. Agita las aguas más centrales del mundo, puesto que el Océano Índico y el Atlántico no son más que sus brazos. Las mismas olas lavan la mole de las nuevas ciudades californianas, fundadas apenas ayer por la más reciente estirpe humana, y bañan los miembros descoloridos, pero siempre maravillosos, de las tierras asiáticas más viejas que Abraham, mientras que en el medio flotan las vías lácteas de las islas de coral, archipiélagos bajos, infinitos, desconocidos y el Japón impenetrable. Así, este divino y misteriosos Pacífico circunda la masa entera del mundo, hace de todas las costas una bahía y parece el corazón del mundo, que late con sus mareas. Henchido por sus eternas olas, es imposible no reconocer en él al dios seductor, es imposible no inclinarse ante él como ante Pan.
Pero la idea de Pan apenas ocupaba los pensamientos de Ahab mientras, erguido como una estatua de hierro en su puesto habitual, junto al aparejo de mesana, aspiraba al mismo tiempo, sin pensar en ello, el azucarado almizcle de las islas Bashi (en cuyos apacibles bosque debían de pasear dulces amantes) y el aroma salado del nuevo mar: ese mar en que la odiada ballena nadaría en esos momentos.
Pero la idea de Pan apenas ocupaba los pensamientos de Ahab mientras, erguido como una estatua de hierro en su puesto habitual, junto al aparejo de mesana, aspiraba al mismo tiempo, sin pensar en ello, el azucarado almizcle de las islas Bashi (en cuyos apacibles bosque debían de pasear dulces amantes) y el aroma salado del nuevo mar: ese mar en que la odiada ballena nadaría en esos momentos.
Moby Dick
Herman Melville
1 comentario:
Genial el texto, Higinio, y la imagen, bestial, me ha dado hasta miedo.
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