Henry James ha pasado a la historia como uno de los escritores más exclusivamente interesados por la literatura. En él los estímulos comunes de la vida se subordinan a esta pasión casi religiosa: saber escribir, bien, y todo lo demás se dará por añadidura.
Pero puede haber más aún. No conformarse con disimular la vida artísticamente en el acto de escribir, sino incluso escribir sobre los que escriben. Indicio quizá de monomanía excluyente: uno es literatura y vive haciéndola, pero también tiene que serlo la historia contada, también tiene que hacerla y vivirla el personaje. Nada escapa al ámbito de escribir.
Los papeles de Aspern (1888) es lo mejor que escribió James sobre este tema. En su origen hubo una estancia en el norte de Italia (1886-1887), sobre todo en Florencia y Venecia, y dos anécdotas que en la imaginación del escritor se complementaron: Claire Clairmont, antigua amante del poeta Byron y madre de su hija Allegra, había vivido en Florencia hasta una edad muy avanzada, y el propio James había pasado muchas veces sin saberlo ante la puerta de su casa de Via Romana. Oportunidad perdida de conocer personalmente a quien formaba parte de un remotísimo mito literario. Estaba además la historia de un capitán de barco bostoniano gran admirador de Shelley, que se enteró de que Claire Clairmont conservaba papeles íntimos relacionados con Shelley y Byron, y que para conseguirlos se introdujo en su casa en calidad de huésped.
De ahí salió la trama de la novela de Henry James, que tiene por centro una de esas situaciones asombrosamente artificiales, o si se quiere fútiles, que tanto le atraían, y en las que acertaba a poner un dramatismo matizado por un toque de absurdo. El protagonista vive en función de la literatura, pero no para cultivarla, sino para averiguar cosas de escritores ya muertos y consagrados; en suma, es un erudito capaz de sacrificarlo todo a la imperiosa necesidad de descubrir aspectos desconocidos de un gran escritor. Otra sustitución aún más retorcida, más indirecta, del fenómeno sustitutorio del hombre por la literatura; no se trata de escribir libros sobre cosas reales, sino libros sobre libros, libros sobre gente que escribió libros.
De ahí salió la trama de la novela de Henry James, que tiene por centro una de esas situaciones asombrosamente artificiales, o si se quiere fútiles, que tanto le atraían, y en las que acertaba a poner un dramatismo matizado por un toque de absurdo. El protagonista vive en función de la literatura, pero no para cultivarla, sino para averiguar cosas de escritores ya muertos y consagrados; en suma, es un erudito capaz de sacrificarlo todo a la imperiosa necesidad de descubrir aspectos desconocidos de un gran escritor. Otra sustitución aún más retorcida, más indirecta, del fenómeno sustitutorio del hombre por la literatura; no se trata de escribir libros sobre cosas reales, sino libros sobre libros, libros sobre gente que escribió libros.
El escritor y los escritores
Carlos Pujol
1 comentario:
"Un libro de Henry James me proporciona un placer inconcebible, cuando soy capaz de terminarlo". Cyril Connolly.
Carlos Pujol escribe lo siguiente: "La vida privada, 1892, es otra filigrana de humor, mundanidades y misterio, con la literatura al fondo; historia con fantasma incluido (o algo que se le parece, con James nunca se sabe)que se inspira en la personalidad del poeta victoriano Robert Browning: el genio cuyo trato decepciona, el escritor prodigioso que aburre en público. El cuento es alambicado y desconcierta más que por su tema, por los evasivos circunloquios con que avanza la acción; recordamos lo que el filósofo William James escribía a su hermano en una carta imaginando las súplicas de los lectores: "Dígalo de veras, por el amor de Dios, y terminemos de una vez". Ahora bien, eso es imposible, lo que haya que decir se destilará gota a gota y con precavidas vaguedades, como si se rozara una cuestión prohibida y horrible. Y es que para James es así, y para hablar del misterio nunca se es demasiado cauteloso".
Juro que he intentado leer a James y Joyce unas cuantas veces, pero mis intentos han sido vanos, estériles y, sin embargo, liberadores.
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