Prólogo a "Juegos de parejas"PrólogoNo sé hasta que punto puede ser válido lo que un novelista opine sobre la obra de un compañero.No resulta nada fácil, ciertamente, admitir que otro colega, madurado en el mismo solar por soles y vientos comunes, pueda internarse por los grandes paisajes literarios del país siguiendo caminos distintos a los que él emprende y, además, lo haga provisto de otras alforjas.
-Mi camino es el más directo y mi alforja la mejor provista-se suele pensar. Los caminos que recorren los demás no son más que discutibles circunvalaciones.
Cuidado, sin embargo, con nuestras opiniones. Lo dijo ya hace muchos años Oscar Wilde: los artistas reconocen a sus admiradores, pero no se reconocen entre sí porque el polvo que levantan las carrozas en las que viajan les oculta los unos de los otros.
Algo parecido, supongo yo, me habrá ocurrido a mí con las novelas de ciertos colegas que pueden vanagloriarse de haber logrado entusiastas comentarios de los más famosos críticos de este país y que, además, han conseguido un notable índice de penetración en el mercado.
¿Y si la opinión adversa que nos merece tal o cual novela que la crítica aclama puede estar viciada por motivaciones extraliterarias? ¿Y si las ramas de tus árboles no me dejasen ver el bosque de los demás?
Ésa es, a mi juicio, la regla general, pero de vez en cuando se producen pequeños milagros que acaban con nuestros desasosiegos y nos devuelven la confianza en la validez de otras fórmulas literarias que poco o nada tienen que ver con las que utilizamos nosotros.
Sucede, en efecto, que algunas veces llega a nuestras manos una nueva novela recién aparecida en el mercado, o incluso un original todavía no publicado, y advertimos entonces que los dioses de las letras no han dejado tan abandonados a los escritores como para que en el universo del quehacer literario sólo exista una opción válida para alcanzar los objetivos propuestos.
Eso es, poco más o menos, lo que me ha ocurrido con "Juegos de parejas", un volumen de relatos que firma Asdrúbal Hernández y que con toda seguridad habrá de constituir una grata sorpresa para muchos lectores.
El libro está constituido por dieciocho historias.Entre todas ellas, hay, a mi juicio, una que merece especial mención. Me refiero a la titulada "Gramática convencional", que es precisamente la que inicia la serie. Pocas palabras para decir muchas cosas. Eso es lo más debería importar a los escritores de raza, conseguir lo que algunos llaman la "ecuación de las margaritas".
En apenas tres páginas, "Gramática convencional" nos traslada a la entrañable codidianidad de una familia de clase media. Una mañana al salir de casa, la madre constata el misterio de un bosque vecino que, antes de que llegue el otoño, en el transcurso de una sola noche, ha perdido todas sus hojas. Frente a la madre, un marido excesivamente preocupado por el gélido mundo de la informática, que no siente el menor interés por descifrar el maravilloso enigma que le propone su mujer. También están los niños, inventando palabras imposibles. Todos ellos instalados en mundos distintos, entre los que apenas existe comunicación posible. ¿No nos ofrece acaso esta breve historia una certera instantánea sobre el aburrimiento, la rutina e incluso el desamor conyugal?
Sin desmerecer a los demás relatos, nos parece también soberbio "Lejos de todo", que nos habla brevemente de otra familia, constituida por padre, madre y dos hijos, que deciden comprar en el mercado semanal, además de una caja de frutas y un saco de patatas, una cría de boa que después olvidan incomprensiblemente en el jardín de la casa.
Misterio, pues en "Gramática convencional", el de las hojas que desaparecen de los árboles de la noche a la mañana.
Misterio, también, en "Lejos de todo", con esa pequeña boa abandonada por todos en el jardín familiar. Ambos enigmas, enmarcados en la vida cotidiana y absolutamente creíble de dos familias absolutamente normales.
Descifrar los enigmas que plantean las hojas tan repentinamente desaparecidas y la cría de la boa podría significar, a fin de cuentas, tanto como descubrir cuáles son los problemas más profundos que esas dos familias, con mejor o peor fortuna, procuran ocultar.
Estamos convencidos de que esta antología de relatos que firma Asdrúbal Hernández merecerá la atención de esos impenitentes lectores que, a pesar de sentirse ya muy fatigados por una oferta literaria desmedida, no quieren renunciar todavía a la nobilísima aventura que supone la lectura de unos relatos que se mueven lejos de esas coordenadas consumistas que amenazan con devorarlo todo.
Javier Tomeo
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