(Había un hombre que partía, viajaba, y cuando regresaba, antes que él llegaba una joya, en una caja de terciopelo. La mujer que lo esperaba abría la caja, veía la joya y entonces sabía que iba a regresar. La gente creía que era un regalo, un valioso regalo por cada fuga. Pero el secreto era que la joya era siempre la misma. Cambiaban las cajas pero la joya no. Partía con el hombre, permanecía con él allá donde viajara, pasaba de maleta en maleta, de ciudad en ciudad, y después volvía atrás. venía de las manos de la mujer y a ellas regresaba, exactamente como el reloj regresaba a las manos del Almirante. La gente creía que era un regalo, un valioso regalo por cada fuga. En cambio, era lo que custodiaba el hilo de su amor en el laberinto de mundos por el que el hombre corría, como una grieta a lo largo de un vaso. Era el reloj que contaba los minutos del tiempo anómalo, y único, que era el tiempo de su amarse. Volvía atrás antes que él para que ella supiera que dentro de aquel que estaba a punto de llegar no se había roto el hilo de aquel tiempo. Así el hombre llegaba, al final, y no había necesidad de decir nada, de preguntar nada, ni de saber. El instante en que se veían era, para los dos, una vez más, el mismo instante.)
Tierras de cristal
Alessandro Baricco
1 comentario:
¡Genial Higinio! Palabras que valen por mil imágenes y una imagen que vale por mil palabras.
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