De los Andes al cieloDe los Andes al cieloEn tres meses de vertiginosa actividad se montaron numerosas fábricas para construir el variadísimo equipo y material que el autoplanetoide necesitaba: no sólo para su propulsión y pilotaje, en cuanto artefacto de loco u orbimoción, sino para hacer de él morada de la humanidad que poblaría su interior, y ponerlo a la altura y al nivel exigidos por su carácter de centro de múltiples observaciones científicas y de experimentación en muy diversas ramas del saber.
La fabricación de un novimundo
Tenía que haber en él máquinas térmicas y refrigeradoras, ventiladores, tuberías de calefacción y de distribución de agua, dinamos productoras de luz para cuando el auto viajara hundido en los conos de sombra de éste o aquel planeta, es decir, cuando para él se eclipsara el Sol, eventualidad que para este extraño autoastro había de ser frecuente; alternadores creadores de energía, motores eléctricos para múltiples servicios urbanos y domésticos, para maniobras de aterrizaje y leva en los planetas; ascensores, gabinetes científicos, laboratorios de igual clase, y, entre éstos, el interesantísimo de la nutrición, que no ha de confundirse con nuestra vulgar cocina, pues era cosa muy diferente; reguladores respiratorios, y la multitud de ingeniosos aparatos exigidos por la vida animal, científica, emotiva y de comunicación social de los 200 habitantes que el mundo que se iba a fabricar llevaría a través de los espacios.
Porque eso iba a ser el autoplanetoide, un verdadero mundo, ya que el tamaño es indiferente en tal calificación; pues tan mundos son Tierra y Mercurio como Júpiter, no obstante necesitarse juntar 1.270 Tierras ó 25.481 Mercurios para hacer un mundo del tamaño de Júpiter.
Un mundo, pues, sería el autoplanetoide, pero con una diferencia fundamental respecto a todos los conocidos, prueba evidente de la extraordinaria originalidad de María Pepa, a quien, doncella y todo, puede llamarse Madre de Mundos. Tal diferencia era que sus moradores no habitarían al exterior, ni andarían sobre la superficie del noviplaneta por falta de una atmósfera externa en la que no habría sido difícil envolverle, pero que, en su mayor parte, habría escapado en seguida a los espacios, por la escasa atracción que la pequeña masa del autoplanetoide ejercía sobre ella.
Los viajeros iban a ser, por tanto, subterráneos moradores de un mundo hueco, pero no obscuro, negro, sólido en su interior, como el que habitan topos y ratas, sino constituido por una oquedad transparente, luminosa, henchida con el aire de una atmósfera en todo igual, no, químicamente mejorada, a la de la Tierra. Serían trogloditas de un novimundo diáfano; troglodismo mucho más agradable que el que aquí designamos con tal nombre.
«Viajes planetarios en el siglo XXII»
"La fabricación de un novimundo"
(Selección de textos Domingo Santos y Luis Vigil)
El coronel Ignotus (José de Elola)
1 comentario:
Bueno, Ar Lor. Joder con la...¿comandante? Hay fuego en sus labios.
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