Algunos elementos integrantes del pensamiento y la sensibilidad europeos son, en el sentido originario de la palabra, "pedestres". Su cadencia y su secuencia son las del caminante. En la filosofía y en la retórica griegas, los peripatéticos son, literalmente, los que viajan a pie de una polis a otra, aquellos cuyas enseñanzas son itinerantes. En la métrica y en las convenciones poéticas de Occidente, el "pie", el "compás", el enjambement (encabalgamiento) de versos o estrofas nos recuerda la estrecha intimidad que existe entre el cuerpo humano recorriendo la tierra y las artes de la imaginería. Buena parte de la teorización más incisiva es generada por el acto de caminar. El cotidiano Fussgang (paseo a pie) de Kant, su ruta, cronométricamente exacta, a través de Königsberg, llegó ser legendario. Las meditaciones, los ritmos perceptivos de Rousseau son los del promeneur. Los largos paseos de Kierkegaard por Copenhague y sus suburbios resultaron ser un espectáculo público y objeto de caricatura.
Hölderlin va a pie desde Westfalia a Burdeos, ida y vuelta. El joven Wordsworth camina desde Calais hasta el Oberland de Berna, ida y vuelta. Coleridge, un individuo corpulento y con diversos achaques físicos, cubre de manera habitual entre treinta y cinco y cincuenta kilómetros per diem por terreno peligroso, montañoso, componiendo a un tiempo poesía o intrincados argumentos teológicos. Y pensamos en el papel del wanderer (caminante) en algunos de los más grandes de nuestra música: en las fantasías y canciones de Schubert, en Mahler. Una vez más, la enigmática profecía de Benjamin acude a nuestro recuerdo: en toda la alegoría y la leyenda europea, el mendigo que llama a la puerta, el mendigo que acaso sea un enviado de los dioses o un agente demoníaco disfrazado, viene andando.
Traducción de María Condor
Traducción de María Condor
La idea de Europa
George Steiner
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