El Calosaurio, a quien muchos, para abreviar, llaman Casaurio, anda en pos de cuanta belleza ha habido, hay y habrá en el mundo, y la encuentra en palacios, museos, templos, iglesias y cuevas. No le importa si algo que tiempo atrás pasó por bello se ha vuelto entretanto un poco rancio, para él sigue siendo lo que fue; aunque a diario surjan nuevas obras belllas, cada una lo es en sí, ninguna excluye a las otras, todas esperan que él, en actitud reverente, se detenga al pasar y las admire. Basta verlo ante la Madonna Sixtina o la Maja Desnuda: se aproxima desde ángulos distintos, se para a distancias diferentes, permanece inmóvil largo rato -o a veces poco, cambiando de posición constantemente-, y se queja cuando advierte que es imposible acercarse por detrás.
El Calosaurio o Casaurio se abstiene de formar palabras que puedan deformar su ritual. Respira profundamente y enmudece, no compara, no razona, no remite a páginas, estilos o costumbres. Prefiere ignorar cómo vivió el creador de la obra bella y más aún lo que pensaba. Todos viven de algún modo, no importa saber si su vida fue difícil, tampoco lo habrá sido en exceso, pues la obra no estaría ahí, y el simple hecho de llevarla dentro es una dicha que habría que envidiarle, si de algo pueden servir tales futilidades subjetivas.
Personalmente le va muy bien al Casaurio, no tiene dificultades para buscar bellezas por su cuenta y consagrarse a ellas. Se abstiene de comprarlas para seguir siendo imparcial, vano sería, además, intentarlo a estas alturas, pues gran parte de las obras bellas están ya en manos seguras. Posee muy poco dinero y lo emplea con mesura en sus perpetuos viajes. En ellos desaparece y nunca se le ve en camino, es como si viajara con la capa invisible. Se deja ver, en cambio, ante las obras bellas, y quien lo haya visto una vez en Arezzo o en la Brera, volverá a verlo con seguridad en Borobudur y en Nara.
El Calosaurio o Casaurio se abstiene de formar palabras que puedan deformar su ritual. Respira profundamente y enmudece, no compara, no razona, no remite a páginas, estilos o costumbres. Prefiere ignorar cómo vivió el creador de la obra bella y más aún lo que pensaba. Todos viven de algún modo, no importa saber si su vida fue difícil, tampoco lo habrá sido en exceso, pues la obra no estaría ahí, y el simple hecho de llevarla dentro es una dicha que habría que envidiarle, si de algo pueden servir tales futilidades subjetivas.
Personalmente le va muy bien al Casaurio, no tiene dificultades para buscar bellezas por su cuenta y consagrarse a ellas. Se abstiene de comprarlas para seguir siendo imparcial, vano sería, además, intentarlo a estas alturas, pues gran parte de las obras bellas están ya en manos seguras. Posee muy poco dinero y lo emplea con mesura en sus perpetuos viajes. En ellos desaparece y nunca se le ve en camino, es como si viajara con la capa invisible. Se deja ver, en cambio, ante las obras bellas, y quien lo haya visto una vez en Arezzo o en la Brera, volverá a verlo con seguridad en Borobudur y en Nara.
Cincuenta caracteres
Elías Canetti
2 comentarios:
El traductor Juan José del Solar nos dice lo siguiente de la obra de Canetti:"los cincuenta subtítulos (palabras compuestas y en gran parte inventadas, que a veces traducimos literalmente)forman un corpus particularmente insalvable en una lengua que carezca de la flexibilidad compositiva del alemán. Recurrir a las raíces griegas suponía la solución más fiel, aunque a veces críptica, en nombres como El Calosaurio (Der Schönheitsmolch) o la Hiposcótina (Die Pferdedunkle), que conservan así las unidades semánticas convocadas por la palabra original: (belleza-reptil) y (caballo-oscuridad), respectivamente. Otras veces son composiciones de diversa índole o simples sustantivos o participios; los únicos casos en los que se ha respetado tal cual la propuesta del autor son El Maestroso (Der Maestroso) y La Arqueócrata (Die Archäokratin)."
Gracias por la explicación. Pues a veces las cosas parecen más fáciles de lo que son en la realidad.
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