De cuando en cuando el señor Rail volvía. Por regla general, eso sucedía cierto tiempo después de que hubiera partido. Este hecho resulta indicativo del orden interno, psicológico e incluso diríase moral del personaje. A su manera, el señor Rail amaba la exactitud.
Más difícil de entender era por qué, de cuando en cuando, partía. No había nunca una verdadera, plausible razón para que lo hiciera, ni una estación o un día o una circunstancia particulares. Simplemente, partía. Pasaba jornadas enteras haciendo preparativos, los más grandes y los más insignificantes, carruajes, cartas, maletas, sombreros, el escritorio de viaje, el dinero, testamentos, cosas así, hacía y deshacía, por lo general más bien sonriendo, como siempre, pero con la paciente y desordenada alacridad de un insecto confuso, enfrascado en una especie de rito doméstico que habría podido durar hasta la eternidad si, al final, no finalizara con una ceremonia prevista y obligada, una ceremonia ínfima, casi imperceptible y absolutamente íntima: apagaba la lámpara, él y Jun permanecían en la oscuridad, en silencio, uno junto al otro en la cama en vilo sobre la noche, ella dejaba deslizar unos instantes de nada, luego cerraba los ojos y en lugar de decir
-Buenas noches
decía
-¿Cuándo te marchas?
-Mañana, Jun
Al día siguiente, partía.
Adónde iba, nadie lo sabía. Ni siquiera Jun. Algunos sostienen que ni siquiera él mismo lo sabía muy bien: y citan como prueba el famoso verano en que partió la mañana del siete de agosto y regresó la tarde del día siguiente, con las siete maletas intactas y la cara del que está haciendo lo más normal del mundo. Jun no preguntó nada. Él no dijo nada. Los sirvientes deshicieron las maletas. La vida, tras un momento de titubeo, se puso de nuevo en marcha.
Traducción de Carlos Gumpert y Xavier González Rovira
Más difícil de entender era por qué, de cuando en cuando, partía. No había nunca una verdadera, plausible razón para que lo hiciera, ni una estación o un día o una circunstancia particulares. Simplemente, partía. Pasaba jornadas enteras haciendo preparativos, los más grandes y los más insignificantes, carruajes, cartas, maletas, sombreros, el escritorio de viaje, el dinero, testamentos, cosas así, hacía y deshacía, por lo general más bien sonriendo, como siempre, pero con la paciente y desordenada alacridad de un insecto confuso, enfrascado en una especie de rito doméstico que habría podido durar hasta la eternidad si, al final, no finalizara con una ceremonia prevista y obligada, una ceremonia ínfima, casi imperceptible y absolutamente íntima: apagaba la lámpara, él y Jun permanecían en la oscuridad, en silencio, uno junto al otro en la cama en vilo sobre la noche, ella dejaba deslizar unos instantes de nada, luego cerraba los ojos y en lugar de decir
-Buenas noches
decía
-¿Cuándo te marchas?
-Mañana, Jun
Al día siguiente, partía.
Adónde iba, nadie lo sabía. Ni siquiera Jun. Algunos sostienen que ni siquiera él mismo lo sabía muy bien: y citan como prueba el famoso verano en que partió la mañana del siete de agosto y regresó la tarde del día siguiente, con las siete maletas intactas y la cara del que está haciendo lo más normal del mundo. Jun no preguntó nada. Él no dijo nada. Los sirvientes deshicieron las maletas. La vida, tras un momento de titubeo, se puso de nuevo en marcha.
Traducción de Carlos Gumpert y Xavier González Rovira
Tierras de cristal
Alessandro Baricco
2 comentarios:
Me queda la duda de qué tipo de viaje hacía. ¿Huida? ¿Algún amante?. Si iba siempre a algún sitio fijo, estaría cerca, como para volver al día siguiente.
Supongo que tendré que buscar el libro para saberlo....
Hola Tito Carlos, encantado de tenerte por aquí. Me he paseado por tus blogs y me gustan tus relatos.
En cuanto a tu duda sobre el Señor Rail y sus viajes, también es la mía, quizás esté en los preparativos la respuesta, pero te puedo asegurar que Higinio, el que ha publicado la entrada, conoce seguro la respuesta.
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