Maluco. La novela de los descubridoresPero nada estimula más la imaginación de los hombres, alimentando nuestros miedos y nuestras esperanzas, como lo desconocido.
Se habla de la zona perusta donde, según aquel Aristóteles, que todo lo sabía, jamás llueve, y las aguas hierven por el mucho calor, cocinando los maderos y desfondando las naves. Se habla de terribles monstruos marinos que surgen de entre el vapor de las aguas al sur del cabo de la Esperanza, y que atrapan y trituran los navíos como si fueran de azúcar. Se habla de las criaturas de las antípodas, que viven con la cabeza para abajo. De hombres con un solo ojo en la frente y que no ven más que el futuro. De otros, con un ojo en la nuca para ver el pasado, que son sus esclavos. De mujeres con cabeza de puercos y otras con pezuñas de yegua que andan por las selvas enloqueciendo a los viajeros con sus hermosos cuerpos y sus rostros de vírgenes. Se habla también de los hombres-plantas que tienen un solo y gigantesco pie fijo en el suelo que les impide todo movimiento y así nacen y mueren esperándolo todo de las lluvias y el sol. Y por supuesto también hay mujeres con cuerpo de reptil que se arrastran como las serpientes y hombres que ladran en lugar de hablar, y niños que gobiernan imperios y tratan a los viejos como si fueran niños, y también, ¿por qué no?, ardientes amazonas de un solo pecho que fuerzan a los hombres a satisfacerlas, y, en palacios de marfil y jade, reinas que cubren su desnudez con polvo de oro y princesas que defienden su virtud con una fina vuelta de diamantes tras la que reluce, inalcanzable, el delicado sexo, y luego, en el Maluco, adonde se dice que vamos, el clavo, la pimienta, el azafrán, la canela, para regresar los más ricos, y títulos, gobernaciones, y honores sin cuento.
Napoleón Baccino Ponce de León
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