Como Buck ganó mis seiscientos dólares para John Thornton en cinco minutos, su amo pudo pagar ciertas deudas y viajar con sus socios al Este, en busca de una fabulosa mina perdida, cuya historia era tan antigua como la historia de la región. Muchos hombres la habían buscado; pocos la habían encontrado; y más de uno no había vuelto de la aventura. Aquella mina perdida estaba envuelta en la tragedia y rodeada de misterio. Nadie sabía qué le había ocurrido al primer explorador. La tradición más antigua se detenía antes de su regreso. Desde el principio se hablaba de una cabaña viejísima y destartalada. Hombres moribundos habían jurado su existencia y la de la mina, cuya situación señalaba la cabaña, apoyando su testimonio con pepitas que no tenían parangón con ninguna clase de oro encontrado en el Norte.
Pero ningún hombre vivo había tomado posesión de aquella casa del tesoro, y los muertos, muertos estaban; y así, John Thornton, Pete y Hans, con Buck y media docena de perros más, se encaminaron hacia el Este por un sendero desconocido con intención de llegar adonde no lo habían logrado hombres y perros tan valiosos como ellos.
Pero ningún hombre vivo había tomado posesión de aquella casa del tesoro, y los muertos, muertos estaban; y así, John Thornton, Pete y Hans, con Buck y media docena de perros más, se encaminaron hacia el Este por un sendero desconocido con intención de llegar adonde no lo habían logrado hombres y perros tan valiosos como ellos.
La llamada de lo salvaje
Jack London
1 comentario:
¡Hermosas laikitas!
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