La Nave de los Locos, empujada por un misterioso viento, enrumbó hacia el Mar Desconocido. Algunos sospecharon que podían ir hasta el borde del Mar Tenebroso, que en el sitio de la puesta del sol, siempre hacia Occidente, se despeñaba en el vacío, y en la nave hubo extraordinaria complacencia de todos, salvo de aquella loca que en la proa se quitaba y se ponía la túnica, y quedaba desnuda contra el sol de la tarde, y que en la noche era sometida al copioso infierno de la lujuria de los insanos.
Pero el ciego dijo que dentro de la Nave no se notaba que fuesen locos; antes bien, el mundo, la humanidad de fuera, eran los afectados de locura; ellos se mantenían impasibles, a través de las tempestades y las calmas. Nadie sabía bien quién producía las provisiones, pero no faltaron éstas ni el agua dulce hasta que llegaron a la tierra desconocida, una tierra extraña de gigantes, de árboles varoniles e inmensos, de altas rocas acechantes, con mansos habitantes semidesnudos y adornados de plumas, que les traían presentes. Todo estuvo bien hasta que uno de los locos (el español que había jurado llegar a la tumba de Santiago) mató a uno de los indios que no contestó a sus preguntas. Los indios les pusieron en la feroz alternativa de quedarse asimilados a ellos o partir para siempre. Algunos se quedaron, y fueron designado para cargos o tareas de responsabilidad. La loca desnudadora quiso quedarse, pero el capitán no lo permitió. Debieron regresar, y pasaron años navegando de retorno, hasta que por fin vieron costas que supusieron europeas, y llegaron a los puertos de Flandes cuando la loca daba a luz.
Pero el ciego dijo que dentro de la Nave no se notaba que fuesen locos; antes bien, el mundo, la humanidad de fuera, eran los afectados de locura; ellos se mantenían impasibles, a través de las tempestades y las calmas. Nadie sabía bien quién producía las provisiones, pero no faltaron éstas ni el agua dulce hasta que llegaron a la tierra desconocida, una tierra extraña de gigantes, de árboles varoniles e inmensos, de altas rocas acechantes, con mansos habitantes semidesnudos y adornados de plumas, que les traían presentes. Todo estuvo bien hasta que uno de los locos (el español que había jurado llegar a la tumba de Santiago) mató a uno de los indios que no contestó a sus preguntas. Los indios les pusieron en la feroz alternativa de quedarse asimilados a ellos o partir para siempre. Algunos se quedaron, y fueron designado para cargos o tareas de responsabilidad. La loca desnudadora quiso quedarse, pero el capitán no lo permitió. Debieron regresar, y pasaron años navegando de retorno, hasta que por fin vieron costas que supusieron europeas, y llegaron a los puertos de Flandes cuando la loca daba a luz.
La Nave de los Locos
Pedro Gómez Valderrama
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