Al cabo de un momento notamos un súbito cambio en su actitud. Saliendo del estupor en que se hallaban sumidos, parecieron entrar bruscamente en una extraordinaria excitación, corriendo como locos hasta cierto lugar de la costa y volviendo luego con un aire en el que se mezclaban el horror, la rabia y la más intensa curiosidad, mientras gritaban con todas sus fuerzas: ¡Tekeli-li! ¡Tekeli-li!
No tardamos en ver que un numeroso grupo entraba en las colinas, de donde regresó al poco rato con estacas. Las llevaron hasta el lugar donde la muchedumbre era más compacta, aunque se apartó en ese momento como para dejarnos ver el objeto de tanta excitación. Percibimos algo blanco que yacía en la playa, pero al principio no nos dimos cuenta de lo que era. Por fin reconocimos el cuerpo del extraño animal de los dientes y las garras color escarlata que habíamos hallado en alta mar el 18 de enero. El capitán Guy había decidido guardar el cuerpo a fin de que fuera embalsamado para llevarlo a Inglaterra. Recuerdo que había dado intrucciones en ese sentido poco antes de que avistáramos la isla y que el animal fue bajado a la cámara y metido en uno de los armarios. La explosión acababa de arrojarlo a la playa, pero la razón de que produjera semejante consternación entre los indígenas se nos escapaba por completo. Aunque se amontonaban muy cerca del cuerpo, ninguno parecía dispuesto a aproximarse más. Poco a poco, los hombres que traían las estacas las fueron clavando hasta formar un círculo alrededor del animal muerto y, tan pronto quedó cerrado, aquella vasta asamblea se lanzó hacia el interior de la isla, gritando a voz en cuello su ¡Tekeli-li! ¡Tekeli-li!.
No tardamos en ver que un numeroso grupo entraba en las colinas, de donde regresó al poco rato con estacas. Las llevaron hasta el lugar donde la muchedumbre era más compacta, aunque se apartó en ese momento como para dejarnos ver el objeto de tanta excitación. Percibimos algo blanco que yacía en la playa, pero al principio no nos dimos cuenta de lo que era. Por fin reconocimos el cuerpo del extraño animal de los dientes y las garras color escarlata que habíamos hallado en alta mar el 18 de enero. El capitán Guy había decidido guardar el cuerpo a fin de que fuera embalsamado para llevarlo a Inglaterra. Recuerdo que había dado intrucciones en ese sentido poco antes de que avistáramos la isla y que el animal fue bajado a la cámara y metido en uno de los armarios. La explosión acababa de arrojarlo a la playa, pero la razón de que produjera semejante consternación entre los indígenas se nos escapaba por completo. Aunque se amontonaban muy cerca del cuerpo, ninguno parecía dispuesto a aproximarse más. Poco a poco, los hombres que traían las estacas las fueron clavando hasta formar un círculo alrededor del animal muerto y, tan pronto quedó cerrado, aquella vasta asamblea se lanzó hacia el interior de la isla, gritando a voz en cuello su ¡Tekeli-li! ¡Tekeli-li!.
Narración de Arthur Gordon Pym
Edgar Allan Poe
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