Gide leía a Bossuet mientras bajaba por el Congo. Esa postura resume bastante bien el ideal de nuestros escritores "en vacaciones", fotografiados por Le Figaro: junto al placer banal el prestigio de una vocación que nada puede detener ni degradar.
La prueba de la maravillosa singularidad del escritor es que durante esas tan comentadas vacaciones, que comparte fraternalmente con obreros y dependientes, no deja de trabajar, o al menos no deja de producir. Falso trabajador, también es un falso vacacionista. Uno escribe sus recuerdos, otro corrige pruebas, el tercero prepara su próximo libro. Y el que no hace nada lo confiesa como una conducta auténticamente paradojal, una hazaña de vanguardia que sólo un espíritu fuerte puede permitirse mostrar. Con esta última baladronada se hace conocer que es absolutamente "natural" que el escritor escribe siempre, en cualquier situación. En primer lugar, esto reduce la producción literaria a una suerte de secreción involuntaria, por lo tanto tabú, pues escapa a los determinismos humanos; para hablar más noblemente, el escritor es víctima de un dios interior que habla en todo momento sin inquietarse, tirano, por las vacaciones de su médium. Los escritores están de vacaciones, pero su musa vela y da a luz sin interrupción.
Mitologías
Roland Barthes
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