Los españoles adoran a sus hijos hasta el punto de gustarles incluso su espíritu destructivo. Cuando Pepe, cinco años de edad, lanza la vajilla al suelo, ellos exclaman gozosos:
-¡Vaya con el hombrecito!
-¡Vaya con el hombrecito!
Un viejo campesino me manifestó cierta vez:
-Dicen que este sol es el mismo que ves en todo el mundo..., ¡pero no me extrañaría que hubiese dos!
-Dicen que este sol es el mismo que ves en todo el mundo..., ¡pero no me extrañaría que hubiese dos!
Cuando ocupan su mesa en la terraza del café, sus ojos registran como en una placa fotográfica a cada paseante que desfila por allí, pero en un plano más profundo ellos están escuchando el rumoreo de su propio vivir.
Hay cierto negativismo en la mente española, una capacidad para vaciarse de pensamientos y sentimientos que les permite volcarse hacia el exterior y buscar extímulo en el espectáculo de otras gentes. En calles, bares, dondequiera que se sienten o se planten, los españoles escudriñan a los viandantes y registran pasivamente sus rasgos. No es porque se aburran -pues están demasiados absortos con su propia existencia para conocer el aburrimiento-, sino por el sencillo deseo de pasar el rato. Así, pues, el viajero advierte siempre que, adondequiera que vaya, habrá siempre unos ojos fijos en él.
Traducción de Manuel Vázquez
Traducción de Manuel Vázquez
Pensamientos en una estación seca
Gerald Brenan
1 comentario:
Miramos y nos miran. Mirar es según el Diccionaro "fijar la vista en un objeto".
Todos hemos vivido miradas dulces y miradas que matan. Y viviremos (Dios mediante) miradas dulces y miradas que matan.
Un proverbio chino advierte que "la malicia no está en lo que se ve, sino en cómo se mira".
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