En aquel entonces todas las muchachas se llamaban Teresa, Yolanda o Lilia. Me refiero a un mundo que sólo existe en la memoria que miente, desfigura, confunde. Éramos demasiado niños para tener acceso a un hotel y demasiado pobres para disfrutar de habitaciones al fondo del jardín o coches que pusieran a nuestro alcance carreteras y bosques. Nos tocaron los tiempos de las últimas filas en los cines, el zaguán en tinieblas, los besos en los parques. Siempre el temor pero no (extrañamente) la noción de pecado.
Desde entonces (1980)
José Emilio Pacheco
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