En Bola de sebo, como es sabido, se narra el caso boccacciano de una diligencia secuestrada por un libidinoso oficial prusiano, quien pone como condición a la continuación del viaje que una de las viajeras, precisamente la prostituta "Bola de sebo", ceda a sus apetencias. "Bola de sebo", prostituta sí, pero patriota, quisiera resistir a la imposición del vencedor. Entonces, consternados por aquel inoportuno amor patrio, todos los compañeros de viaje que hasta entonces habían mirado despectivamente a la pobre "Bola de sebo", rivalizan en suplicarle que se someta a los deseos del oficial ejerciendo, una vez más, su oficio. "Bola de sebo", tras muchas vacilaciones y repugnancias, por fin se sacrifica. La diligencia parte de nuevo. Pero "Bola de sebo", ahora, se ve otra vez tratada con desprecio por sus compañeros de viaje.
El tema, a primera vista, parece entrar en la tradición erótica y desenfrenada francesa. Pero lo que confiere a la narración una vibración y un mordiente particulares es el hallazgo (si hallazgo puede llamarse; diríamos mejor: inspiración) de meter en la diligencia no una colección de caracteres casuales e indiferentes, sino una selección de representantes típicos de todas las clases francesas. El conde de Bréville representa la nobleza francesa, tan altiva, tan tradicional y tan decorativa; el señor Carré Lamadon a la gran burguesía ávida de cargos y de honores, respetable y conservadora; Loiseau, al estamento mercantil, astuto, zafio y deshonesto. Y además de las clases sociales, también están representadas las dos fes que dividen a Francia: la católica, personificada por las dos hermanas de la caridad, y la laica y democrática por Cornudet, el demagogo de café. Ante este conjunto de personajes representativos, "Bola de sebo" no representa nada, o, mejor dicho, representa algo negativo que la sociedad, cualquier sociedad, suele relegar fuera de sus filas.
El tema, a primera vista, parece entrar en la tradición erótica y desenfrenada francesa. Pero lo que confiere a la narración una vibración y un mordiente particulares es el hallazgo (si hallazgo puede llamarse; diríamos mejor: inspiración) de meter en la diligencia no una colección de caracteres casuales e indiferentes, sino una selección de representantes típicos de todas las clases francesas. El conde de Bréville representa la nobleza francesa, tan altiva, tan tradicional y tan decorativa; el señor Carré Lamadon a la gran burguesía ávida de cargos y de honores, respetable y conservadora; Loiseau, al estamento mercantil, astuto, zafio y deshonesto. Y además de las clases sociales, también están representadas las dos fes que dividen a Francia: la católica, personificada por las dos hermanas de la caridad, y la laica y democrática por Cornudet, el demagogo de café. Ante este conjunto de personajes representativos, "Bola de sebo" no representa nada, o, mejor dicho, representa algo negativo que la sociedad, cualquier sociedad, suele relegar fuera de sus filas.
El afán de continuar viaje a toda costa, que lleva a los compañeros de "Bola de sebo" a sacrificar patriotismo, escrúpulos morales, dignidad social y religión, mientras da la medida de su hipocresía, pone al mismo tiempo al desnudo el crudo, brutal egoísmo, única razón de vida entre tantas falsas idealidades y creencias. Una vez hallado el punto de intersección entre la prostitución de "Bola de sebo" y las varias respetabilidades de los otros viajeros, Maupassant tiene en mano la narración y la desenvuelve magistralmente con una consecuencia impasible, cruel y corrosiva que no perdona nada ni a nadie. Si el conde de Bréville lleva su grotesca coherencia hasta hacer, con gravedad paternal y elegancia aristocrática, la prédica a la pobre "Bola de sebo" reacia a prostituirse; si los otros citan a porfía los ejemplos ilustres de Lucrecia, Judit y Cleopatra, las buenas hermanitas, por su lado, proporcionan a la obra de rufianismo la justificación moral: un acto censurable, afirman, a menudo se torna meritorio por el pensamiento que lo inspira. O sea, en palabras pobres, el fin justifica los medios.
Una última observación: si entre los viajeros hubiese habido un obrero o un campesino, un hombre, en suma, del pueblo, ¿cómo lo habría tratado Maupassant? Nunca lo sabremos; es probable, sin embargo, que su pluma pesimista y acerba tampoco hubiese tenido contemplaciones con él. Como fuere, en la diligencia de Maupassant, no estar incluído entre los viajeros es ya un trato de favor.
Una última observación: si entre los viajeros hubiese habido un obrero o un campesino, un hombre, en suma, del pueblo, ¿cómo lo habría tratado Maupassant? Nunca lo sabremos; es probable, sin embargo, que su pluma pesimista y acerba tampoco hubiese tenido contemplaciones con él. Como fuere, en la diligencia de Maupassant, no estar incluído entre los viajeros es ya un trato de favor.
Traducción de Domingo Pruna
El Hombre como fin y otros ensayos
Alberto Moravia
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