Rockwell Kent. El capitán Ahab.
Cuando al fin llegamos al gran Mar del Sur, después
de deslizarnos ante las islas Bashi, habría podido saludar con infinito
agradecimiento a mi querido Pacífico porque ya estaba colmada la larga
aspiración de mi juventud: ese océano apacible se extendía hacia el
oriente durante millares de leguas de azul. Hay en este mar no sé qué
dulce misterio: su oleaje suave, pero terrible, parece hablar de un
espíritu oculto, como las fabulosas ondulaciones de la tierra de Éfeso
donde está sepultado el evangelista San Juan. Y es justo que en estas
campiñas marineras, en estas vastas praderas de agua, en estos
cementerios de los cuatro continentes las olas surjan y mueran, fluyan y
refluyan sin pausa: porque aquí yacen y sueñan millones de espíritus y
sombras confundidos, millones de sueños ahogados, de sonambulismos, de
ensoñaciones. Todo lo que llamamos almas y vidas yace allí soñando,
soñando siempre, agitándose como los que no pueden dormir en su lecho y
provocan, en su inquietud, un incesante oleaje.
Traducción de Enrique Pezzoni
Moby Dick
Herman Melville
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