Rudolf Wiegmann. El Coliseo y el Foro Romano, 1835.
A partir del siglo XVIII, alentados
por parecidas emociones, hubo viajeros que iniciaron periplos para
contemplar las ruinas del pasado: Troya, Corinto, Pesto, Tebas, Micenas,
Cnosos, Palmira, Baalbeck, Petra y Pompeya. Los alemanes, maestros en
la formulación de palabras compuestas para aludir a fugaces y peculiares
estados del alma (Weltschmerz, Schadenfreude, Wanderlust), acuñaron nuevos términos con los que describir la atracción por las piedras antiguas: Ruinenempfindsamkeit, Ruinensehnsucht, Ruinenlust.
En Marzo de 1787 Goethe realizó dos visitas a Pompeya. "Muchas
calamidades han ocurrido en el mundo", señaló desde Nápoles, "pero
ninguna ha proporcionado más entretenimiento a la posteridad que ésta".
"¡Qué maravillosas mañanas he pasado en el Coliseo, perdido en algún
rincón de esas vastas ruinas!", recordaba Sthendal en sus Paseos por Roma
(1829), recomendando la observación de las ruinas como "el placer más
intenso que la memoria pueda procurar". Llegó incluso a proponer que el
Coliseo era más seductor en ruinas de lo que nunca podría haber sido
cuando estaba nuevo.
Traducción de Jesús Cuéllar
Ansiedad por el estatus
Alain de Botton
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