Hendrick van Cleve. La construcción de la Torre de Babel.
Con aire de abandono de le ve por las calles. El solitario tiene el rostro ceniciento, las manos oscuras, la sombra triste y un cuervo en el hombro. El pájaro es agorero, e, inesperadamente suelta imprecaciones de carácter urbano. Allí por donde el hombre pasa, la luz y la alegría se secan. Nadie sabe quién es. Algunos aseguran que es un desterrado, otros le llaman el perdido del viento. Una maestra de escuela muy escrupulosa teme de este hombre actitudes musicales. Lo piensa como un nuevo flautista conductor de masas infantiles a la nada.
Una niña fantástica cuenta haberlo visto ronronear como un gato en la copa de un magnolio, entre gigantescas flores pálidas en las noches del verano.
Si alguno intenta romper la barrera de la incomunicación, el hombre parece feliz. También -se nota- le gustaría hablar, mas cuando lo intenta su verbo se complica en sonidos torpes y opacos. No, no habla nuestra lengua, ni la entenderá nunca.
Las autoridades judiciales y municipales, intrigadas, han dispuesto edictos inquiriendo noticias: quién es, de dónde viene, y cuantos datos completen la anécdota del vivir.
Un mediodía se la ha visto, precisamente a los pies del magnolio, trazando misteriosos dibujos en el suelo. Graba en la arena altísimas torres. Una torre, y otra; pero siempre la misma torre.
Al poco, un sabio, un filósofo que gusta rimar las cosas agradables con los días felices, se atreve a argüir una explicación: Es el último hijo de Babel -declara-, heredero de una extraña estirpe.Nada tuvieron (se refiere a la tribu), y su vida transcurrió en preservar el misterio de una lengua propia. En este hombre acaba toda una casta de saberes. Su muerte será también el final de la Biblioteca de Alejandría. Con él morirá un pueblo, una identidad, una cultura.
La sombra del obelisco: Novelas.
Rafael Pérez Estrada
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