Alejandro en la batalla de Gaugamela. Relieve labrado en marfil de autor anónimo.
-No, ese no es Alejandro -explicó,
melancólico, el profesor de Historia a sus alumnos-. No es Alejandro
aquel hombre que cruzó el Hifasis y tuvo que regresar porque sus
soldados ya se negaban a seguirle. No es Alejandro aquel que volvió a
Babilonia, en el corazón de su imperio, para morir postrado sobre el
lecho. Alejandro, estad seguros, perseveró en su conquista portentosa,
atravesó el Indo y dilató su imperio inconcebible. Llegó a países que
nadie ha visitado, luchó con hombres de todas las razas y lenguas. Y
seguro que, delirante, cada vez más lejos de su patria, con un último
puñado de fieles macedonios y epirotas, continuó fundando Alejandrías
sobre aldeas miserables. Y acaso hasta Antípatro, en la lejana
Macedonia, y todos los mezquinos generales ya apenas recordaban el
rostro de su rey cuando éste perecía en la selva de Indochina, en un
desfiladero tibetano o en las últimas nieves de Siberia, devorado por
las fiebres que con él se llevaron su imperio enorme y frágil como el
humo, habitado por millones de hombres que jamás se conocieron.
Noticia de tierras improbables (1992)
Pedro Ugarte
2 comentarios:
Me gusta. Sí, es de los míos. Me lo quedo. Seguro que sucedió así. Enhorabuena por un blog donde tantos caminos se entrecruzan.
Muchísimas gracias por tu amable comentario, amigo Lapsus calami. Yo también creo que "sucedió así".
Un fuerte abrazo, amigo Lapsus calami.
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