Ilustración de Kazuo Oga.
Los libros no deben clasificarse
nunca. Clasificarlos es una ciencia, pero no clasificarlos es un arte.
Nuestro pequeño estante de libros de metro y medio puede ser, en sí
mismo, un pequeño universo. Este efecto se consigue dejando que un libro
de poemas se recline sobre un periódico científico y permitiendo a un
cuento de detectives hacer compañía a un volumen de Guyau. Dispuesto de
este modo, el estante de metro y medio se convierte en un estante rico, que intriga la fantasía de uno. Por otra parte, si el estante está ocupado por una colección del Espejo de la Historia, de Ssema Kuangs, entonces, en momentos en que uno no se siente inclinado a mirar en el Espejo de la Historia,
el estante carece de significado para uno, y se vuelve un estante
pobre, desnudo hasta los huesos. Todo el mundo sabe que el encanto de
las mujeres reside en su misterio y en su artificiosidad, y ciudades
viejas como París y Viena son tan interesantes porque, después de
residir durante diez años en ellas, uno nunca sabe del todo que puede
surgir de una callejuela. Esto mismo es cierto con respecto a las
bibliotecas. Debiera haber ese misterio y esa artificiosidad, que surgen
del hecho de que uno nunca está seguro de lo que ha ocultado, hace
algunos meses o algunos años, en ese estante en particular.
Traducción de Alfredo Weiss y Héctor F. Miri
Traducción de Alfredo Weiss y Héctor F. Miri
Amor e Ironía
Lin Yutang
2 comentarios:
Creo que ahora, en lugar de ordenar mi biblioteca, enmarcaré este texto y lo colgaré junto a ella.
¡Cuánta razón tiene Lin Yutang! De esa manera, algunas veces, buscando un libro en el estante ocurre el milagro de hallar otro del que no nos acordábamos.
Muchas gracias por tu amable comentario.
Un fuerte abrazo, amiga Maulina.
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