François Schuiten. El libro definitivo.
Todavía recuerdo que una mañana de
marzo salí de Thun, donde estaba trabajando, rumbo a Berna, para
encontrarme con Widmann (*). A los veinte años uno suele ser aún
bastante excéntrico, por eso llevaba puesto un desaliñado traje estival
de color amarillo claro, unos zapatos de baile ligeros, un sombrero
intencionadamante feo, absurdo, atrevido para no hablar de la total
ausencia de un cuello duro normal.
Era un día tormentoso y frío. Oscuras nubes cubrían el cielo, pero el camino comarcal estaba, al menos, muy limpio. Iba de aldea en aldea con paso rápido, elástico. Como era domingo y temprano, casi no había tráfico en la comarcal. Empezaron a caer gotas frías y punzantes, pero como a los veinte años no se es nada sensible, presté poquísima atención a la inclemencia del tiempo. El mundo se veía oscuro, malo, duro, pero yo nunca he compartido la opinión de que algo áspero y rudo no pueda tener cierta particular belleza.
Al llegar a un silencioso bosque de abetos creí poder aminorar mi ritmo esforzado y riguroso. Arriba, entre las ramas, mugía el viento. Aquello era música para el juvenil excursionista y literato en ciernes. Saqué del bolsillo lápiz y bloc de notas y, de pie, atento el oído al teatro de la naturaleza, escribí unos cuantos versos buenos o malos, felices y logrados o infelices y fallidos. Luego seguí caminando muy alegre y resuelto.
Era un día tormentoso y frío. Oscuras nubes cubrían el cielo, pero el camino comarcal estaba, al menos, muy limpio. Iba de aldea en aldea con paso rápido, elástico. Como era domingo y temprano, casi no había tráfico en la comarcal. Empezaron a caer gotas frías y punzantes, pero como a los veinte años no se es nada sensible, presté poquísima atención a la inclemencia del tiempo. El mundo se veía oscuro, malo, duro, pero yo nunca he compartido la opinión de que algo áspero y rudo no pueda tener cierta particular belleza.
Al llegar a un silencioso bosque de abetos creí poder aminorar mi ritmo esforzado y riguroso. Arriba, entre las ramas, mugía el viento. Aquello era música para el juvenil excursionista y literato en ciernes. Saqué del bolsillo lápiz y bloc de notas y, de pie, atento el oído al teatro de la naturaleza, escribí unos cuantos versos buenos o malos, felices y logrados o infelices y fallidos. Luego seguí caminando muy alegre y resuelto.
(*) El poeta y narrador Joseph Viktor Widmann (1842-1911) fue el descubridos y primer promotor del talento literario de Walser. (N. del T.)
Traducción de Juan José del Solar
Vida de poeta (1918)
Robert Walser
2 comentarios:
Un texto muy bueno. Gracias por traerlo aquí. Coincido con el autor: yo también "nunca he compartido la opinión de que algo áspero y rudo no pueda tener cierta particular belleza."
Salud
Francesc Cornadó
La particular belleza de la que nos habla el joven excursionista está también en esos versos "buenos o malos" que con particular alegría escribe mientras camina. Lo importante es escribirlos. Meta y camino se unen.
Un fuerte abrazo, amigo Francesc Cornadó.
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