Vicente Herrero Heca. Libros y conchas.
En realidad, no es el tamaño de una biblioteca lo que por sí mismo da cuenta de su importancia, lo que en todo caso no carece de interés cuando centenares de lectores buscan y se buscan en ella. Pero una biblioteca personal, la que entorna algún lugar haciendo de un espacio una casa, tiene su riqueza en la capacidad de vincularse con la vida de quienes la habitan. Y de ofrecerse como máxima expresión de hospitalidad a quienes se acercan. Del mismo modo la mesilla tiene algo de auxiliar, de emergencia. Están ahí a nuestro alcance, para cuando la noche dice su palabra, para cuando la soledad hace su trabajo, para cuando la incomunicación pone a cada quien en su sitio. O para cuando precisamos la cálida o emergente voz de cuantos acompañan sin intromisión y dicen preservándonos. O son mano amiga.
Una biblioteca es siempre una recolección. También por tanto lectura y elección, selección. En su conjunto tiene su propio decir. Los libros hablan entre sí, como Ovidio nos recuerda al ser separado de ellos, lo que constituye su verdadero exilio. Y su conversación se deposita misteriosamente a nuestro lado para ofrecernos cuanto podemos precisar. No son un sustituto de lo que no vivimos, sino un modo de vivirlo. Y quizás, al abrirlos y tenerlos junto a nosotros, con nosotros, la lectura fluya generosa y cordial, diciéndonos incluso lo que ni esperábamos ni reconocíamos necesitar.
Darse a la lectura (2012)
Ángel Gabilondo
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