Cuadernos Rubio.
El respeto por la letra escrita ya se inició en la infancia con aquello de "pasar a limpio" los apuntes. Los cuadernos de limpio tenían de bueno el esfuerzo que requerían de nuestra pereza para estructurar la idea esbozada, pero de malo la sensación de todo compacto e inalterable que daba esa estructura. Eso ya no se toca, ya no cría nada nuevo, no lo manches, tienes que aprendértelo así. Y si lo prestabas a una compañera el cuaderno de limpio, ella lo copiaba igual, no ponía nada de su cosecha. Es como estrenar un vestido, no va uno cómodo ni tiene libertad de movimientos -que no me ensucie, que no se me arrugue-, y en cambio con la ropa de diario, como da igual que se rasgue, se sobe o se desabroche, pueden ocurrir toda clase de aventuras. Porque no cohibe.
El cuento de nunca acabar (1983)
Carmen Martín Gaite (1925-2000)
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