Uno de esos díasPara las hermanas Dulce no era cierto que Dios creara el mundo sólo en seis días. ¡Pero si ni siquiera lo había terminado! De lo contrario no habría tantas lenguas para tan pocas cosas que decirse; ni enfermedades (Valentina sufría de aerofagia); ni guerras por ahí, aunque fueran lejos; no habría catástrofes en ningún sitio (también muy lejos, como esa reciente en que murió tanta gente que los cuerpos alfombraban el mar y la tierra); y desde luego, no padeceríamos pensiones de jubilación tan bajas o goteras en el cuarto de invitados.Hablando de pensiones, parecería que Dios se acogió a una jubilación anticipada de oro dejando todo empantanado. Y hablando de goteras, antes de salir de casa para ir a la prisión donde trabajaba, Mónica le había vuelto a recordar a Valentina que se acercara a la ferretería y dijera al ferretero que mandase un fontanero o un albañil o quien quiera que se dedicase a quitar goteras.—Métele prisa. Hoy no llueve, pero va a cambiar otra vez. Y de paso compra ese líquido, como se llame, para desatascar el fregadero.—No está atascado. Ya te lo he dicho.—Lo estará de un momento a otro. Y no lo viertas tú sola —le gustaba hablar así a veces, verter en lugar de echar, regresar en vez de volver—. Espera a que regrese. Ah, y dos mascarillas –gritó ya desde fuera. Se le había hecho algo tarde; si no se daba prisa tendría que esperar al siguiente autobús.
Asdrúbal Hernández
No hay comentarios:
Publicar un comentario