Azorín. Crítica de años cercanos.
Los místicos españoles
Los escritores, amigo lector, sean antiguos, sean modernos, se dividen en dos grandes clases; no existe otra división más certera y más profunda. A una banda están los que se hallan «con» las cosas; a otra los que se hallan «contra» las cosas. De las obras de aquellos emana un efluvio de simpatía, de amor, de fervor por las cosas y por el hombre; de las obras de estos se desprende una nota de sarcasmo, de burla, de ironía, de divertimiento, más o menos culto y elegante. Al comenzar a leer un libro, a las cuatro páginas ya sabemos si el autor está «con» las cosas o «contra» las cosas. Y nuestra impresión es sincera, franca; a los autores hostiles a las cosas, por cultos, por eruditos, por elegantes que sean, preferiremos siempre los escritores que están «con» las cosas, en fervorosa comunión con ellas, sintiendo una honda, cordial y bienhechora sumpatía por los hombres. En una palabra, a Voltaire, preferiremos a Rousseau. ¿Dónde los hemos dejado? Vamos marchando, piano, pianísimo, camino de un convento; con nosotros llevamos en una maleta muchedumbre de volúmenes.
(24 de febrero de 1927)
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