Juan Pedro Aparicio. Foto: OtroLunes. Revista Hispanoamericana de Cultura.
NUNCA SE NEGABA a dar una charla sobre su obra. Según él mismo decía se la sabía muy bien, le pagaban con generosidad y era celebrado por unos y otros.
Una tarde, hablando precisamente ante el público de su ciudad natal, cuando ya había iniciado la conferencia que, con ligeras variaciones, tantas veces había repetido aquí y allá, notó que seguía entrando público, gente rara, ruidosa, algo desastrada en el vestir y en la compostura.
Pensó en lo muy cerca que podía tener el Nobel, pues aquella gente de apariencia rústica era ese tipo de público iletrado que ni siquiera conoce el nombre de los actores de Hollywood, mucho menos el de un escritor, lo que revelaba sin duda su inmensa popularidad.
El alboroto de los recién llegados no cesaba. Ya casi no cabía un alma en el auditorio, pero seguía entrando gente. Algunos estaban de pie, pero otros pretendían sentarse en los asientos ya ocupados.
Cuando se dio cabal cuenta de lo que pasaba ya no tenía remedio. Eran sus personajes, los desarrapados de su novelas que habían tomado el salón y sacaban de sus asientos al público burgués que le leía, le compraba y le agasajaba.
La mitad del diablo (2006)
Juan Pedro Aparicio
No hay comentarios:
Publicar un comentario