Thomas Mann, fotografiado por Fred Stein, 1943.
Capítulo tercero
Por aquella época solía cavilar también sobre un problema que preocupaba a menudo mi mente y que aún ahora no ha perdido para mí su atractivo.
«¿Qué actitud es más provechosa —me preguntaba, considerar al mundo como algo importante o como algo trivial?». Para los grandes hombres —pensaba—, los generales, los políticos insignes y para todos los tipos de conquistadores y dominadores, por su misma naturaleza, probablemente no sería más que un tablero de ajedrez, pues de otro modo carecerían de la irresponsabilidad y de la frialdad necesarias para disponer con tanta despreocupación del bien y del mal de la comunidad, de acuerdo con sus inescrutables planes. Por otra parte, esta supuesta opinión tan despectiva puede ser fácilmente la causa de que se fracase en la vida; pues quien estima en muy poco al mundo y a los hombres y se convence tempranamente de su pequeñez, se siente propenso a hundirse en la indiferencia y la pereza, y prefiere desdeñosamente un estado de inactividad absoluta a cualquier agitación del espíritu; sin contar con que su insensibilidad y su falta de interés y comprensión ofenderán a cada paso a todo el mundo, cerrándole el camino del éxito. «¿Será acaso mejor —me preguntaba— considerar al mundo y a la humanidad como algo grande, magnífico y digno de nuestro mayor celo, para merecer la estima y el respeto?». El aspecto negativo de esta consideración reside en que la actitud reverente puede llevar fácilmente a la timidez y al menosprecio de sí mismo, y el mundo se deslizará junto al estúpido respetuoso, para buscarse amantes más viriles. Por otra parte, la fe y culto del amor mundano ofrece también grandes ventajas. Pues quien acepta las cosas y los hombres como plenos de importancia, no sólo lisonjeará con ello a éstos, asegurándose así más de una protección, sino que también impregnará su propio pensamiento y su conducta de una seriedad y responsabilidad que, a la vez que lo harán más interesante y simpático como persona, pueden conducirlo hacia los éxitos y los destinos más altos.
Así meditaba, pesando el pro y el contra. Por lo demás, sin querer y de acuerdo con mi naturaleza, siempre me atuve a la segunda posibilidad, considerando el mundo como un fenómeno maravilloso, infinitamente seductor, que puede ofrecer las más dulces alegrías y que me parece digno de cualquier esfuerzo.
Traducción de Anny Dell'Erba
Confesiones del aventurero Félix Krull
Thomas Mann
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