Fotograma de Cyrano de Bergerac, 1950. Dirigida por Michael Gordon.
Los hombres la creen tonta. Creen que no se da cuenta de nada, que lo único que sabe hacer es maquillarse, sonreír, manejar con gracia el abanico y tocar el clavicordio. Roxana no mata una mosca, dicen. Está siempre en las nubes, dicen. En fin, la tienen por una perfecta babieca a la que se la puede engañar como a un niño. Pero es ella quien engaña a todos. Ha comprendido desde el primer momento que las cartas de Cristian las escribe Cyrano. Y que el famoso discurso debajo de su balcón lo pronunció Cyrano (reconoció su horrible voz gascona) y no Cristian. Sabe que Cyrano es una lumbrera y que Cristian un burro. Pero ama a Cristian y no ama a Cyrano. De modo que sigue la comedia. ¿O qué pretendemos? ¿Que admita, delante de todos nosotros, no ignorar las pocas luces de Cristian y, sin embargo, estar enamorada de ese borrico? Entonces sí que la pondríamos en la picota. Sus amigas, sobre todo, se burlarían de ella. En cambio nos convence de que está convencida de la inteligencia de Cristian gracias a los trucos de Cyrano. Después que se case con Cristian todo el gasto de cerebro lo hará ella, aunque atribuyéndoselo a su marido.
Falsificaciones (1966)
Marco Denevi
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