Luis García Montero. El aprecio de las cosas.
Las cosas son un relato, un curso abreviado de filosofía, una forma de cuidado. La vida se enreda en su paciencia para dejarse mirar, y la voluntad de convivir provoca un conocimiento íntimo, una posesión amorosa en la que uno acaba siendo la cosa de sus cosas. Manías, ilusiones, antiguas debilidades, fechas y viajes, todo permanece en las cosas, que dan testimonio y guardan memoria amarga o feliz de nosotros. Las cosas son objetos con los que convivimos, nos conocen y sirven para conocernos, forman un currículum íntimo, una versión humana de los antecedentes penales. Las penas y las dichas van por dentro de las cosas. Cuando se les cruzan los cables a los recuerdos y quieren ponerle precio a la vida en venta, conviene tener la ayuda de las cosas, su mirada vigilante. Los años pasan factura, imponen un modo de entender el tiempo que conviene ajustar con la ayuda del aprecio a las cosas, una herencia que somos capaces de dejarnos a nosotros mismos.
El mercado fija, como el tiempo, el precio de las cosas. Nosotros fundamos el aprecio de aquello junto a lo que vivimos y amamos. Tenemos los días contados y las cosas contadas. El banquero cuenta sus beneficios y el político sus votos. En los sábados de reflexión, con esa capacidad de amor que sólo tienen los solitarios, necesito contar y recontar mis cosas. No pierdo el tiempo, me pierdo en el tiempo de mis habitaciones. Me reconozco en lo que soy, sin someterme a los resultados inmediatos de mí mismo. Vagabundeo por la casa y miro la carta infantil, el paquete de tabaco de mi padre, el primer disco, las fotografías de juventud, los carnés, la bufanda tricolor, la Torre Eiffel de mi primer viaja a París, la corbata de Alberti, los libros dedicados, los cuadernos antiguos, las fotografías en las que me siento una cosa más en los brazos del pasado, los dibujos infantiles de mis hijos, mis pegatinas pacifistas del año 86... ¿Se trata de un museo? No, se trata de un paisaje.
Una forma de resistencia (2012)
Luis García Montero
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