Andrés Castellanos. Chica de la ciudad.
No va a ninguna parte. Da gusto, en primavera,
pasear a estas horas sin rumbo, mientras cae
la tarde lentamente y vuelan los vencejos
en la luz que declina. Ha estado en un jardín;
pasó por una plaza y por una alameda.
Tiene ganas de andar.
Ahora, el azar la trae,
despacio, hasta mi calle. Yo, aburrido, me asomo
a un balcón de mi casa, y, al mirar hacia abajo,
la veo venir. Tendrá veinte años apenas.
Camina con la gracia que regala la vida
a quien es bello y joven: gloria breve del cuerpo;
milagro de lo efímero, que cifra en su relámpago
visos de eternidad.
Ajena a mi mirada,
se va acercando. El oro del sol último brilla
en su piel, en sus ojos, en el dulce desorden
oscuro de su pelo. En este instante, cruza
de una acera a la otra. No sabe que la observo,
que su fugaz presencia me hace feliz. Muy pronto
pasará por la puerta de la casa en que vivo.
Ya llega. Ya ha pasado. Y sigue. Y va alejándose.
Dentro de unos momentos doblará aquella esquina.
Autorretratos (1989)
Eloy Sánchez Rosillo
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