domingo, 15 de marzo de 2020

San Simeón estilita

Louis Frédéric Schützenberger. Simeón el estilita.

Nombrado estilita por la columna en que pasó la mayor parte de su vida, nació en la villa de Sisán, hacia los confines de Cilicia y Siria, en el año 383. Su padre fue pastor, y Simeón pasó los primeros años de su vida apacentando ganado.
Tres años estuvo en un monasterio, pero no pudiendo soportar el respeto con que le trataban, obtuvo licencia para retirarse a otra manera de vida, que no era otra que aislarse en una cueva cerca de Telanisa. No conforme con su anacoretismo, prueba a meterse en pozos secos en mitad del desierto, cerrándose entre tapias sin ventanas, pero no le garantiza la paz suficiente para hablar con Dios. Se enterraba en arena y se introducía entre piedras, hasta que construyó una pared, la escaló y permaneció durante mucho tiempo encima de ella, hasta encontrar la paz buscada.
Todo ocurrió muy cerca de Antioquía. Murió en postura de oración hacia el año 460 a los 77 años de edad, después de pasar 47 años sobre diferentes columnas.

El libro de los santos (1996)
José M. Montes

2 comentarios:

Francesc Cornadó dijo...

San Simeón desafió a las fronteras reales y a las convencionales. Poco le importaban los límites territoriales. Se despegó del suelo y se dispuso a verlo todo desde arriba.

También lo hicieron otros santos estilitas que se subieron a lo alto de una columna y permaneciendo el resto de sus vidas despegados del pavimento enlosado o del polvo del camino y viviendo sin tocar de pies al suelo, se dedicaron a la contemplación. Lo nefasto fue que, desde lo alto del capitel, soltaron consejos y moralinas sobre las cabezas de los absortos desgraciados que los contemplaban.

Saludos
Francesc Cornadó

Higinio dijo...

Tienes razón. Subir a la columna y estar en silencio. En estos tiempos que corren (esperemos que sean pocas semanas de confinamiento) nos toca quedarnos en nuestra casa y confiar que la epidemia pase. Los santos estilitas quietos en sus columnas y nosotros en nuestra casa.

Un fuerte abrazo, amigo Francesc Cornadó