Jornada IDescubrimiento del mundo subterráneo, noticia de sus generaciones, metales, piedras y medios minerales, y de toda su fábrica y oficinas interiores.¡Válgame Dios, con qué viveza abulta la fantasía imágenes y copia figuras en el taller del sueño! ¡Con qué libertad vuela sin el freno de la razón por espacios nunca descubiertos! Estaba yo, sin duda, padeciendo la primera fuerza del letargo, cuando más vivamente, y a mi parecer, más despierto, creí que me hallaba con mis amigos a la boca de una cueva (que es gran cosa el sueño para cabalgadura, que en un abrir y cerrar de ojos se halla uno mil leguas de su casa) y que uno de los caminantes traía en la mano un mechón de trapos almidonados de resina, pez, azufre, cera y otros ingredientes, que daban pabilo a una crecida y durable llama, sin saber cuándo ni dónde compuso ni encendió tal engerto (aunque los trapos ya discurro que los sacaría de mi posada), y dijo él: «Esto de ver con el entendimiento es bueno para los metafísicos; yo, si no me informo con los ojos, me río de toda la Filosofía. Yo iré delante, y vuestra merced me mandará parar donde hubiere que ver, para que todo lo registremos a mejor luz. Y ahora, díganos vuestra merced, ¿qué tierra es ésta?» «Ésta es -le dije- mi patria, esta cueva es aquella universidad donde enseñaba el diablo, y donde hurtaron la sombra a aquel marqués que se volvió jigote.» «Antes que pasemos adelante -dijo uno-, sepamos por vuestra merced, que es de Salamanca, qué verdad tiene esta historia.» «Yo sólo sé, por noticia nocional desde mis abuelos, que esta cueva era morada del santo varón San Cebrián, y su penitencia la hizo en una ermita, cuya arquitectura componían esos destrozos y ruinas que veis allí; y ésta tenía comunicación a la cueva; y después, con el tiempo, se ha vuelto a cegar; de los otros cuentos no hay más noticia que la que trae el cardenal Aguirre en el libro que intituló Ludi Salmanticenses, y en unos manuscritos que tenía la librería de la compañía de Jesús de esta ciudad, están apuntadas estas historias. Esto no es del asunto. Otras advertencias tenía que hacer a vuestra merced más del caso, pero en el camino las diré, que temo si nos detenemos, nos falte la luz al mejor tiempo.» Guió el del mechón, y los demás iban divertidos en mirar los varios colores de las venas que se descubrían en la tierra; otros se maravillaban de ver las piedras y pedazos de peñas de varia dureza y vario colorido; pero lo que más les horrorizó fue el estruendo y ruido con que por otra de las roturas de la tierra se desguajaba un inmenso golpe de agua, y que ésta, por otras venas y acueductos, se esparcía por todo el reino interior de la tierra. Tiré de la ropa al de la luz, paróse, y dije: «Muchas cosas han visto vuestras mercedes ya de especial consideración; y así antes de desnudarnos para pasar al otro lado (que nos será preciso), vamos averiguando y descubriendo estos fenómenos. Es la tierra un vaso y recibimiento de los cuerpos sólidos y celestiales movimientos, pues a la circunferencia de su centro se dirigen todos sus influjos, llevando por natural inclinación a su punto todos los cuerpos graves, menos aquellos que, por el beneficio de la solidez, son retenidos en la superficie, y todos los cuerpos leves huyen de su centro; y así, estos vapores que sentimos son unos alientos nitrosalinos y sulfúreos, que, como forasteros de este centro, los arroja y eleva; así el calor del Sol, como el fuego subterráneo que cuece en estas entrañas, y ellos, buscando los poros de la tierra, se penetran hasta encontrar el aire, y los que en aquella esfera endureció y condensó la frialdad de aquella región, bajan más térreos a buscar su centro, de tal modo, que continuamente suben vapores y bajan, siendo el calor y luz del Sol, y la humedad de la Luna, y el especial influjo de los demás cuerpos etéreos, universales agentes que producen en la disposición de esta materia elemental estas formas y especies.
Diego de Torres Villarroel
No hay comentarios:
Publicar un comentario