lunes, 5 de enero de 2009

El paciente inglés

Antonio Fuertes. Muchacha omanita

El 5 de mayo, escalé un risco de piedra y me acerqué a la meseta de Uweinat. Llegué a un gran wadi lleno de acacias.
Hubo un tiempo en que los cartógrafos bautizaban los lugares por los que viajaban con los nombres de sus amantes y no con los suyos: una mujer de una caravana del desierto a la que había visto bañarse, mientras ocultaba su desnudez con muselina sujeta ante sí por una de sus manos, la mujer de un anciano poeta árabe, cuyos hombros de blanca paloma lo incitaron a bautizar un oasis con su nombre. El odre vertió el agua sobre la mujer, que se envolvió en la tela, y el anciano escriba apartó la vista de ella para ponerse a describir Zerzura.
Así, en el desierto un hombre puede deslizarse en un nombre como en un pozo que haya descubierto y en el frescor de su sombra sentir la tentación de no abandonar nunca semejante recinto. Yo sentí el profundo deseo de permanecer allí, entre aquellas acacias. No estaba paseando por un lugar por el que nadie se hubiera paseado antes, sino por un lugar en el que había habido poblaciones repentinas y breves a lo largo de los siglos: un ejército del siglo XIV, una caravana tebu, los jinetes senussi de 1915. Y entre esos períodos... nada había. Cuando no llovía, las acacias se marchitaban, los wadis se secaban... hasta que, cincuenta o cien años después, reaparecía el agua de repente. Apariciones y desapariciones esporádicas, como las leyendas y los rumores a lo largo de la Historia

Traducción de Carlos Manzano

El paciente inglés
Michael Ondaatje

1 comentario:

Ar Lor dijo...

Muy buena la entrada, Higinio. Y el hiperrealismo de Antonio Fuertes es una pasada.