martes, 6 de enero de 2009

El viajero perdido

Alberto Durero. Innsbruck (Austria)
El viajero perdido ha encontrado en el aeropuerto una pasajera, obligada también a esperar que cese el viento. Unas frases iniciales sobre la peripecia que les afecta van enhebrando un largo diálogo. Al cabo de un tiempo, reciben la noticia de que se ha cancelado el último vuelo de la jornada. Juntos, los dos viajeros dejan el aeropuerto y recorren la ciudad, distraídos en su charla.
Aquella ciudad lejana y ajena, y todas las circunstancias de su peculiar naufragio, facilitan en ambos una sinceridad que se va incrementando a lo largo de las horas. Al principio, el viajero habla de su trabajo, recuerda los tiempos primeros, en que lo continuo de los viajes tenía gusto de aventura, cuando llegaba a cada ciudad con el ánimo dispuesto para descifrar algunos de sus secretos. Ella le cuenta también los momentos inaugurales de su propio trabajo, cuando vivía cada proyecto como el desarrollo de una historia que estaba siempre encaminada a cumplirse felizmente.
Luego, él le relata todos los extremos de su progresivo miedo, cómo al correr de los años y de los viajes ha ido sospechando que un día olvidará su nombre, se perderá sin remedio entre las callejuelas de una ciudad como ésta, entre las tiendecillas que ofrecen kimonos, grabadoras y relojes de cuarzo. Ella le cuenta entonces su lucha en la empresa a lo largo del último año, el cansancio creciente ante las conspiraciones...

El viajero perdido
José María Merino

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