Morgana cruzó las lisas riberas del río que bordea la comarca de las llanuras húmedas, en las que crecen bosques de regalizas. Había castillos incrustados en una sola piedra estrecha apoyada en la punta, y en el camino por donde pasaba la caravana había mujeres sentadas al sol con la frente ceñida por torzales de crin roja. Allí moran los que conducen manadas de caballos y llevan lanzas con puntas de plata.
Más lejos, hay una montaña salvaje habitada por bandidos que beben el aguardiente de trigo en honor de sus divinidades. Adoran las piedras verdes de extraña forma y se prostituyen unos a otros entre círculos de brezas inflamadas. Morgana tuvo horror de ellos.
Más lejos aún, hay una ciudad subterránea de hombres negros que sólo son visitados por sus dioses durante su sueño. Se nutren con las fibras del cáñamo y se cubren el rostro con polvo de tiza. Y los que se embriagan con el cáñamo durante la noche cercenan la garganta de los que duermen, a fin de enviarlos a las divinidades nocturnas. Morgana tuvo horror de ellos.
Y más lejos todavía se extiende el desierto de arena gris, donde las plantas y las piedras son semejantes a la arena. Y a la entrada de ese desierto Morgana halló la posada del anillo.
El libro de Monelle
Marcel Schwob
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