miércoles, 22 de abril de 2009

Viaje a un país de cronopios

Sara Facio. Julio Cortázar, 1968
El jueves el cronopio prepara las valijas desde temprano, es decir que pone dos cepillos de dientes y un calidoscopio y se sienta a mirar mientras su mujer llena las valijas con las cosas necesarias, pero como su mujer es tan cronopio como él, olvida siempre lo más importante a pesar de lo cual tienen que sentarse encima para poder cerrarlas, y en ese momento suena el teléfono y la embajada avisa que ha habido una equivocación y que deberían haber tomado el avión del domingo anterior, con lo cual se suscita un diálogo lleno de cortaplumas entre el cronopio y la embajada, se oye el estallido de las valijas que al abrirse dejan escapar osos de felpa y estrellas de mar disecadas, y al final el avión saldrá el próximo domingo y favor cinco fotos de frente.
Sumamente perturbado por el cariz que toman los acontecimientos, el cronopio concurre a la embajada y apenas le han abierto la puerta grita con todas las amígdalas que él ya ha entregado las cinco fotos con los cinco formularios. Los empleados no le hacen mayor caso y le dicen que no se inquiete, puesto que en realidad las fotos no son tan necesarias, pero que en cambio hay que conseguir enseguida un visado checoslovaco, novedad que sobresalta violentamnete al cronopio viajero. Como es sabido, los cronopios son propensos a desanimarse por cualquier cosa, de manera que grandes lágrimas ruedan por sus mejillas mientras suspira:
-¡Cruel embajada! Viaje malogrado, preparativos inútiles, favor devolverme las fotos.

Pero no es así, y dieciocho días más tarde el cronopio y su mujer despegan en Orly y se posan en Praga, después de un viaje donde lo más sensacional es como de costumbre la bandeja de plástico recubierta de maravillas que se comen y se beben, sin contar el tubito de mostaza que el cronopio guarda en el bolsillo del chaleco como recuerdo.
En Praga cunde una modesta temperatura de quince bajo cero, por lo cual el cronopio y su mujer casi ni se mueven del hotel de tránsito donde personas incomprensibles circulan por pasillos alfombrados. De tarde se animan y toman un tranvía que los lleva hasta el puente de Carlos, y todo está tan nevado y hay tantos niños y patos jugando en el hielo que el cronopio y su mujer se toman de las manos y bailan tregua y bailan catala diciendo así:
-¡Praga, ciudad legendaria, orgullo del centro de Europa!
Luego vuelven al hotel y esperan ansiosamente que vengan a buscarlos para seguir el viaje, cosa que por milagro no sucede dos meses más tarde, sino al otro día.

La vuelta al día en ochenta mundos
Julio Cortázar

1 comentario:

Gavilán dijo...

Mi casaaa... Extraordinario, Higinio.