A pesar del interminable lapso transcurrido, el día siguiente era sólo el decimocuarto desde nuestra salida de Uejh; de nuevo se elevó el sol ante nosotros al emprender la marcha. Por la tarde abandonamos por fin el Uadi Feyr con el fin de dirigirnos hacia Arfaya, en el Sirhan, un punto situado más bien hacia el noroeste. Por lo tanto, torcimos a la derecha, sobre algunas extensiones de arena y piedra caliza, y vimos en lontananza un rincón del gran Nefudh, el famoso cinturón de dunas arenosas que separaba el Yebel Shammar del desierto sirio. Palgrave, los Blunts y Gertrude Bell, entre los más celebrados viajeros, lo habían atravesado, y yo rogué a Auda que se desviara un poco y nos permitiera entrar por allí e incorporarnos a su ilustre número. Pero gruñó que los hombres sólo iban a Nefudh por pura necesidad, en ocasión de alguna correría, y que el hijo de su padre no estaba dispuesto a hacer una incursión sobre un camello vacilante y sarnoso. Nuestra misión era llegar vivos a Arfaya.
Los siete pilares de la sabiduría
T. E. Lawrence
No hay comentarios:
Publicar un comentario