Miguel Sánchez-Ostiz. La negra provincia de Flaubert.
SI NO FUERA por haber deseado más de una vez ser uno de ellos, lo ignoraría todo de esos viajeros de un solo tren y una sola noche. Uno de ellos, experto en redactar memoriales destinados sin lugar a dudas al olvido, cena en solitario en el desvencijado vagón restaurante -marquetería de limoncillo con dibujos e incrustaciones de flores y pájaros, y la luz más bien macilenta de unos apliques con colgantes de vidrio-. Cena solo y sueña con no hacerlo, con ser el actor de una pieza especialmente escrita para él, con ser otro, con ser muchos. Lleva un cabash de cuero color leonado que le atrae por su olor y por ser un detalle de anacrónica distinción. Es candoroso ese viajero de un solo tren y de una sola noche que regresa sin saberlo al punto de partida, mientras cree estar con la vida en otra parte y pega su rostro al vidrio de la ventanilla queriendo penetrar la noche. Es lenta la marcha del tren y mi viajero fuma y sueña, e intenta adivinar una casa en la oscuridad y su vida en ella, ve luces lejanas. El tren se detiene en un descampado y el viajero imagina las sombras de personajes borrosos que se aproximan a los islotes de luz, pero en esas manchas de nieve de una primera nevada no hay la menor huella de pasos.
La negra provincia de Flaubert (1986)
Miguel Sánchez-Ostiz
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