Étienne Gilson, en Toronto, 1929. Foto: Frederick William Lyonde.
El arte no es el fin supremo de la vida humana; el artista no es el solo y único tipo de hombre superior que se pueda concebir. La verdad y el bien, de los que la belleza no es más que una variedad, tienen también derechos que imponer. Puesto que todos esos transcendentales no son sino aspectos diversos del ser, hay razón para que el artista se comprometa, pero no puede comprometerse más que como hombre, no como artista. A título de artista no puede comprometer su arte más que hacia el fin propio del arte, del que se decía justamente que era la obra de arte por producir, y ninguna otra cosa. Como hombre, el artista puede tener otros fines, que serán religiosos, políticos, sociales, económicos y morales. No acabaríamos de enumerarlos. Puede también desear que la religión, la justicia social o el bien moral se beneficien de lo que sus obras puedan añadir de atractivo, de encanto, hasta de fuerza de persuasión, pero nada de esto es esencial al arte. En su propio orden, el arte está presupuesto por cualquier uso que se quiera hacer de sus obras. En efecto, para que sea utilizable a un fin cualquiera, es preciso primero que el arte exista; mas cesa de existir en cuanto lo aparten, por poco que sea, de su fin propio, que es engendrar la belleza.
No es una mediocre contribución al bien común de la civilización occidental esa toma de conciencia de la naturaleza y función propia del arte en cuanto arte.
Traducción de J. García Mercadal
Europa y la liberación del arte, en Europa y el mundo de hoy
Étienne Gilson (1884-1978)
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