Ángel Gabilondo. Alguien con quien hablar.
Llevo años esperando ese momento y ese momento no acaba de llegar. No sé muy bien en qué consiste, ni siquiera sé si sabría identificarlo si ocurriera, pero tengo la impresión de que todavía no ha sucedido. Lo sueño, trabajo por él, vivo para él, lo persigo. Me sostiene cada día, me hace desperezarme, levantarme. No pienso en otra cosa y no he llegado aún a ninguna conclusión. No es que obedezca a una determinada insatisfacción o a un descontento, más parece ser fruto de cierta incompletud, carencia o falta. No podría achacárselo a nadie. Incluso cabría decir que, si bien no soy exactamente un privilegiado, desde luego no soy ni un damnificado ni una víctima. He tenido la suerte suficiente, la salud suficiente, la satisfacción suficiente, los amigos, el amor, suficiente. Si no ha ocurrido, no he de atribuirlo ni a los demás ni a mi sórdida o difícil situación. Si fuera otro, encontraría que me van las cosas razonablemente bien. Quizá sea un exigente, o un exagerado, o un ansioso, pero ni siquiera eso explicaría por qué eso no acaba de llegar. Tal vez no soy capaz de salir de alguna suerte de adolescencia, no ya temporal sino constitucional. Pero tampoco eso daría cuenta de esta convicción de que aún no ha sucedido.
A veces pienso que eso que espero está ya aquí, que no lo sé ver, que me rodea, que me abraza, que me es tan próximo y evidente que ni siquiera soy capaz de reconocerlo. En otros momentos, considero que quizá su modo de estar aquí conmigo consiste en que está ya, pero siempre por venir, nunca dado del todo. Es lo que me hace vibrar y vivir, como una utopía o un horizonte, como un deseo sin objeto, que se vuelve sobre sí mismo, como un deseo de desear.
Tal vez temamos que se haga patente y que finalmente no sea para tanto. Quizá resulte impresentable, indecible, incluso no sólo insufrible, sino invisible. Eso no es algo, ni alguien. Es tan nuestro que nos constituye. En ocasiones, nos desalienta su imposible posesión, pero en otras es la clave de todo estímulo y desafío. He vislumbrado eso en una tarde, en una escritura, en un perfil, en unos pasos, en unos ojos, pero no acaba de llegar. A veces consideo que es mejor así, pero en cuanto lo acepto y me resigno se desvanece y me encuentro peor, y no por estar sin eso, sino por encontrarme con eso atrapado, poseído, muerto. Y, entonces, me alegro de que ese momento no haya sucedido.
Permanezco activo y a la espera. Y no ya tanto a la expectativa de ninguna llegada o venida, sino de alguien otro que cerca, y poblado por esta misma experiencia de lo que no acaba de llegar, sea una compañía, un estímulo, una complicidad, o quizás algo más.
Alguien con quien hablar (2007)
Ángel Gabilondo
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