miércoles, 5 de enero de 2022

Danza de espadas

As de espadas. Naipes Heraclio Fournier

Tras blandir su espada flamígera contra Adán y Eva, el ángel del Paraíso la hundió en la roca dispuesta expresamente para que el rey Arturo, más tarde, desclave Excalibur. Esta torpeza del ángel, su imprecisión cronológica y topográfica, desencadena deplorables espectáculos: la espada Muérdago —única que puede hacerlo— no acierta a matar al gigante Balder, para regocijo del monstruo; la espada que pende sobre la cabeza de Damocles, sostenida sólo por una fina crin de caballo, se precipita fatalmente; Roldán no encuentra por ningún lado su espada Durandarte y, pese a la previsible humillación, se defiende a bofetadas del enorme ejército que lo reduce al instante en los Pirineos; a falta de la mágica y temible espada que perteneció a su padre, Sigfrido se esfuerza en atravesar al dragón Fafnir con una Tizona de plástico, lo cual le acarrea no pocas burlas del gremio de animales mitológicos; y lo que es peor, no llega a mis manos ese as de espadas que necesito desesperadamente para ganar el juego en el que, esta noche, he apostado mi vida.

La máquina de languidecer (2009)
Ángel Olgoso 

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