martes, 30 de marzo de 2021

Escriba sentado

Ilustración de Ernest Meissonier.

No sabe el corazón
qué palabras se ocultan
tras la emoción que puja
por soltarlas,
por hacerlas vivir
aquí, en los versos.
No sabe qué camino
tomarán; va la mano
deslizándose sola 
sobre el papel,
dejando negros signos
que quisieran fijar
en este instante
la plenitud que rige,
la armonía,
la música secreta
de la vida y las cosas:
esta luz sobre el mar,
esas nubes viajeras,
aquel barco a lo lejos...
y aquí mi alma,
el alma del escriba feliz
bajo la sombra
azul de la palmera.

Pasiones y penumbras (2014)
José Lupiáñez

Escriba sentado

Ilustración de Ernest Meissonier.

No sabe el corazón
qué palabras se ocultan
tras la emoción que puja
por soltarlas,
por hacerlas vivir
aquí, en los versos.
No sabe qué camino
tomarán; va la mano
deslizándose sola 
sobre el papel,
dejando negros signos
que quisieran fijar
en este instante
la plenitud que rige,
la armonía,
la música secreta
de la vida y las cosas:
esta luz sobre el mar,
esas nubes viajeras,
aquel barco a lo lejos...
y aquí mi alma,
el alma del escriba feliz
bajo la sombra
azul de la palmera.

Pasiones y penumbras (2014)
José Lupiáñez

sábado, 27 de marzo de 2021

La naturaleza del silencio

Suso Mourelo. La naturaleza del silencio.

I
Cuando acaba
el invierno

Placer: acarrear una bolsa de tela y volcar sus tesoros —una docena de libros, un cuaderno, una cafetera, un molinillo— sobre una mesa de madera. Ese ritual supone la fundación del hogar y la entrega al que será, no importa cuánto tiempo, el corazón de la rutina. Sentado a esa mesa el peregrino comerá, leerá, cerrará los ojos, escribirá y, alguna vez, recibirá a alguien que aún no conoce.
Finalizado ese acto, la creación del mundo, lo demás —guardar la comida, colocar la ropa, hacer la cama, retirar lo accesorio y callarlo en una habitación— es postergable, lleva días. Ver cada tarde el bolsón lleno prolonga el deleite de la llegada.

La naturaleza del silencio  (2019)
Suso Mourelo 

La naturaleza del silencio

Suso Mourelo. La naturaleza del silencio.

I
Cuando acaba
el invierno

Placer: acarrear una bolsa de tela y volcar sus tesoros —una docena de libros, un cuaderno, una cafetera, un molinillo— sobre una mesa de madera. Ese ritual supone la fundación del hogar y la entrega al que será, no importa cuánto tiempo, el corazón de la rutina. Sentado a esa mesa el peregrino comerá, leerá, cerrará los ojos, escribirá y, alguna vez, recibirá a alguien que aún no conoce.
Finalizado ese acto, la creación del mundo, lo demás —guardar la comida, colocar la ropa, hacer la cama, retirar lo accesorio y callarlo en una habitación— es postergable, lleva días. Ver cada tarde el bolsón lleno prolonga el deleite de la llegada.

La naturaleza del silencio  (2019)
Suso Mourelo 

jueves, 25 de marzo de 2021

Camino nocturno

Ludwig Hohl. Camino nocturno.

La hoja

Un hombre, en su desamparo, llegó caminando hacia la salida de la ciudad, se sentó en un banco de una gran calle proletaria llamada Gürtel. Entonces le cayó encima una hoja, porque esa calle tiene árboles. Por nada del mundo se habría atrevido a tirar esa hoja, era una señal de lo alto, y la conservó.
Tenía que ir a casa, donde había puesto algo para comer; no le impulsaba el hambre, pero tenía que alimentarse, ¿o iba a quedarse allí para siempre y morir? Pero entonces se enfrentó a un dilema extraordinario. Es raro que un hombre camine por la calle con una hoja en la mano y, sin embargo, no podía separarse de la hoja, pues era una señal de lo alto. La llevó, pues, con las manos a la espalda, dándole vueltas con gesto distraído: así se libraba del ridículo. Dándole vueltas y más vueltas, hasta que de repente la hoja cayó al suelo, sucedió en la última calle antes de su casa. Y continuó andando, porque la cobardía era muy grande en su interior, y la hoja quedó tras él, en el suelo.
Dio un paso y luego otro y la hoja seguía en el suelo. Sentía crecer la cobardía, pensaba en campos enormes que crecían al caer la noche, los pensamientos sobre la hoja volvían a aparecer y morían. Pero de pronto se sintió demasiado asustado, y ocurrió: se volvió mecánicamente a recoger la hoja.
En esta última decisión por su suerte y por su vida lo había dado todo y por eso caminó alegre en cuanto comenzó a retroceder, porque no temía a nadie e iba a recoger la hoja.
Era una hoja pequeña, algo mustia, difícil de ver sobre los adoquines.

Caminó un buen trecho sin volver a ver la hoja. Y supo que se la había llevado el viento o los pies de alguna persona. Entonces le invadió una profunda tristeza. Y después, sin embargo, resonó una lejana alegría: porque la llegada de la desgracia no dependía de él. Retrocedió y se dirigió a su casa con paso más alegre.
Cuando hubo recorrido la mitad del camino, vio la hoja. La vio depositada nítida y sencillamente sobre los adoquines. Por lo pequeña y nítida, comprendió también cómo había podido pasarla por alto. La recogió regocijado sin prestar atención a las ventanas por las que miraban las mujeres que sacudían la ropa.

Traducción de Rosa Pilar Blanco
Revisión: Juan Martínez Terrones

Camino nocturno
Ludwig Hohl (1904-1980) 

Camino nocturno

Ludwig Hohl. Camino nocturno.

La hoja

Un hombre, en su desamparo, llegó caminando hacia la salida de la ciudad, se sentó en un banco de una gran calle proletaria llamada Gürtel. Entonces le cayó encima una hoja, porque esa calle tiene árboles. Por nada del mundo se habría atrevido a tirar esa hoja, era una señal de lo alto, y la conservó.
Tenía que ir a casa, donde había puesto algo para comer; no le impulsaba el hambre, pero tenía que alimentarse, ¿o iba a quedarse allí para siempre y morir? Pero entonces se enfrentó a un dilema extraordinario. Es raro que un hombre camine por la calle con una hoja en la mano y, sin embargo, no podía separarse de la hoja, pues era una señal de lo alto. La llevó, pues, con las manos a la espalda, dándole vueltas con gesto distraído: así se libraba del ridículo. Dándole vueltas y más vueltas, hasta que de repente la hoja cayó al suelo, sucedió en la última calle antes de su casa. Y continuó andando, porque la cobardía era muy grande en su interior, y la hoja quedó tras él, en el suelo.
Dio un paso y luego otro y la hoja seguía en el suelo. Sentía crecer la cobardía, pensaba en campos enormes que crecían al caer la noche, los pensamientos sobre la hoja volvían a aparecer y morían. Pero de pronto se sintió demasiado asustado, y ocurrió: se volvió mecánicamente a recoger la hoja.
En esta última decisión por su suerte y por su vida lo había dado todo y por eso caminó alegre en cuanto comenzó a retroceder, porque no temía a nadie e iba a recoger la hoja.
Era una hoja pequeña, algo mustia, difícil de ver sobre los adoquines.

Caminó un buen trecho sin volver a ver la hoja. Y supo que se la había llevado el viento o los pies de alguna persona. Entonces le invadió una profunda tristeza. Y después, sin embargo, resonó una lejana alegría: porque la llegada de la desgracia no dependía de él. Retrocedió y se dirigió a su casa con paso más alegre.
Cuando hubo recorrido la mitad del camino, vio la hoja. La vio depositada nítida y sencillamente sobre los adoquines. Por lo pequeña y nítida, comprendió también cómo había podido pasarla por alto. La recogió regocijado sin prestar atención a las ventanas por las que miraban las mujeres que sacudían la ropa.

Traducción de Rosa Pilar Blanco
Revisión: Juan Martínez Terrones

Camino nocturno
Ludwig Hohl (1904-1980) 

martes, 23 de marzo de 2021

Zurbarán

Francisco de Zurbarán. Naturaleza muerta.


Zurbarán pintó
santos españoles
y naturalezas muertas,
los alternaba,
y por eso los objetos
que yacen en las pesadas mesas
de sus naturalezas muertas
son, también, santos.

Traducción del polaco de Xavier Farré

Antenas
Adam Zagajewski

Zurbarán

Francisco de Zurbarán. Naturaleza muerta.


Zurbarán pintó
santos españoles
y naturalezas muertas,
los alternaba,
y por eso los objetos
que yacen en las pesadas mesas
de sus naturalezas muertas
son, también, santos.

Traducción del polaco de Xavier Farré

Antenas
Adam Zagajewski

viernes, 19 de marzo de 2021

El libro como acceso al mundo

Georg Friedrich Kersting. El lector elegante.

Del mismo modo que no somos conscientes del oxígeno que introducimos en nuestro organismo cada vez que respiramos ni de los misteriosos procesos químicos con los que nuestra sangre aprovecha este invisible alimento, tampoco advertimos la materia espiritual que absorben nuestros ojos y que nutre (o debilita) nuestro intelecto continuamente. Para nosotros, hijos y nietos de siglos de escritura, leer se ha convertido en otra función vital, una actividad automática, casi física, y el libro, que ponen en nuestras manos el primer día de escuela, se percibe como algo natural, algo que nos acompaña siempre, que forma parte de nuestro entorno, y por eso la mayoría de las veces lo abrimos con la misma indiferencia, con la misma desgana con la que cogemos nuestra chaqueta, nuestros guantes, un cigarrillo o cualquier otro objeto de consumo de los que se producen en serie para las masas. Cualquier artículo, por valioso que sea, se trata con desdén cuando puede conseguirse con facilidad, y sólo en los instantes más creativos de nuestra vida, cuando reflexionamos, cuando nos volcamos en la contemplación interior, conseguimos que lo que ha llegado a ser común y corriente vuelva a resultar asombroso. En esos raros momentos de reflexión lo miramos con respeto y somos conscientes de la magia que insufla a nuestra alma, de la fuerza que proyecta sobre nuestra vida, de la importancia que hoy, en el siglo XX, tiene el libro, hasta el punto de no poder imaginar nuestro mundo interior sin el milagro de su existencia.

Traducción de Roberto Bravo de la Varga

Encuentros con libros (1937)
Stefan Zweig 

El libro como acceso al mundo

Georg Friedrich Kersting. El lector elegante.

Del mismo modo que no somos conscientes del oxígeno que introducimos en nuestro organismo cada vez que respiramos ni de los misteriosos procesos químicos con los que nuestra sangre aprovecha este invisible alimento, tampoco advertimos la materia espiritual que absorben nuestros ojos y que nutre (o debilita) nuestro intelecto continuamente. Para nosotros, hijos y nietos de siglos de escritura, leer se ha convertido en otra función vital, una actividad automática, casi física, y el libro, que ponen en nuestras manos el primer día de escuela, se percibe como algo natural, algo que nos acompaña siempre, que forma parte de nuestro entorno, y por eso la mayoría de las veces lo abrimos con la misma indiferencia, con la misma desgana con la que cogemos nuestra chaqueta, nuestros guantes, un cigarrillo o cualquier otro objeto de consumo de los que se producen en serie para las masas. Cualquier artículo, por valioso que sea, se trata con desdén cuando puede conseguirse con facilidad, y sólo en los instantes más creativos de nuestra vida, cuando reflexionamos, cuando nos volcamos en la contemplación interior, conseguimos que lo que ha llegado a ser común y corriente vuelva a resultar asombroso. En esos raros momentos de reflexión lo miramos con respeto y somos conscientes de la magia que insufla a nuestra alma, de la fuerza que proyecta sobre nuestra vida, de la importancia que hoy, en el siglo XX, tiene el libro, hasta el punto de no poder imaginar nuestro mundo interior sin el milagro de su existencia.

Traducción de Roberto Bravo de la Varga

Encuentros con libros (1937)
Stefan Zweig 

martes, 16 de marzo de 2021

Vivir el presente

Séneca: dibujo de Lorenzo Re del herma bicípite de Sócrates y Séneca. (El Catoblepas).

IX

1. ¿Puede haber algo más estúpido que la actitud de algunos, me refiero a esos hombres que presumen de ser previsores? Andan empeñados en demasiadas tareas para poder vivir mejor, equipan la vida a base de gastar vida, sus pensamientos los dirigen a la lejanía. Pero, claro, el desperdicio mayor de vida es la dilación: ella anula cada día que se va presentando, ella escamotea lo presente en tanto promete lo de más allá. El mayor estorbo del vivir es la expectativa que depende del mañana y pierde lo de hoy. Dispones de lo que está puesto en manos de la suerte, abandonas lo que está en las tuyas. ¿Adónde miras? ¿Adónde te orientas? Todas las cosas venideras quedan en la incertidumbre: vive de inmediato.

Traducción de Francisco Socas

Sobre la brevedad de la vida
Lucio Anneo Séneca (4 a. C. - 65 d. C.)

Vivir el presente

Séneca: dibujo de Lorenzo Re del herma bicípite de Sócrates y Séneca. (El Catoblepas).

IX

1. ¿Puede haber algo más estúpido que la actitud de algunos, me refiero a esos hombres que presumen de ser previsores? Andan empeñados en demasiadas tareas para poder vivir mejor, equipan la vida a base de gastar vida, sus pensamientos los dirigen a la lejanía. Pero, claro, el desperdicio mayor de vida es la dilación: ella anula cada día que se va presentando, ella escamotea lo presente en tanto promete lo de más allá. El mayor estorbo del vivir es la expectativa que depende del mañana y pierde lo de hoy. Dispones de lo que está puesto en manos de la suerte, abandonas lo que está en las tuyas. ¿Adónde miras? ¿Adónde te orientas? Todas las cosas venideras quedan en la incertidumbre: vive de inmediato.

Traducción de Francisco Socas

Sobre la brevedad de la vida
Lucio Anneo Séneca (4 a. C. - 65 d. C.)

viernes, 12 de marzo de 2021

Crónica de la lluvia

Rafael Pérez Estrada. Crónica de la lluvia.

Nunca escribas estas palabras en una misma línea: tigre y paloma, pues es fácil que la primera devore a la segunda.

En la cabeza de un alfiler, cuántos ángeles caben, y como era joven y apasionado, y odiaba las cuestiones bizantinas, respondió urgente: Uno sólo: el ángel equilibrista.

Conocí a un jesuita eminente y práctico que había inventado la goma de borrar la impureza.

Estaba un mediodía en la terraza del hotel, cuando vi cómo un cerco de nubarrones se apretaba sobre la cima de una montaña erguida frente a mí. Al poco, el tiempo se serenó, y con gran sorpresa comprobé que no sólo la tempestad había cesado, sino también que la cima había sido devorada por las nubes feroces.

Crónica de la lluvia (1990)
Rafael Pérez Estrada

Crónica de la lluvia

Rafael Pérez Estrada. Crónica de la lluvia.

Nunca escribas estas palabras en una misma línea: tigre y paloma, pues es fácil que la primera devore a la segunda.

En la cabeza de un alfiler, cuántos ángeles caben, y como era joven y apasionado, y odiaba las cuestiones bizantinas, respondió urgente: Uno sólo: el ángel equilibrista.

Conocí a un jesuita eminente y práctico que había inventado la goma de borrar la impureza.

Estaba un mediodía en la terraza del hotel, cuando vi cómo un cerco de nubarrones se apretaba sobre la cima de una montaña erguida frente a mí. Al poco, el tiempo se serenó, y con gran sorpresa comprobé que no sólo la tempestad había cesado, sino también que la cima había sido devorada por las nubes feroces.

Crónica de la lluvia (1990)
Rafael Pérez Estrada

jueves, 11 de marzo de 2021

Preguntas

Dan McCarthy. Lluvia.

Total misterio a cada instante la vida. 
¿Quién soy, para qué estoy aquí,
Qué va a pasar de ahora en adelante conmigo?

No so sé,
Nunca lo sabré.
Vivir
Es encarnar esta ignorancia sin fondo.

Como la lluvia (2009)
José Emilio Pacheco 

Preguntas

Dan McCarthy. Lluvia.

Total misterio a cada instante la vida. 
¿Quién soy, para qué estoy aquí,
Qué va a pasar de ahora en adelante conmigo?

No so sé,
Nunca lo sabré.
Vivir
Es encarnar esta ignorancia sin fondo.

Como la lluvia (2009)
José Emilio Pacheco 

martes, 9 de marzo de 2021

En público

Ilustración de Alex Colville.

En aquella estación, anocheciendo
sentada en mi maleta y esperando,
te recuerdo mirando mis tobillos
y ascender, descarado, con los ojos
siguiendo los dibujos de mis medias.
Cuando llegó aquel tren que me llevaba
no recuerdo a qué sitio, te subiste
en mi vagón y, 
al empezar la marcha
con tres golpes enérgicos llamaste
a la puerta de mi compartimento.
Te abrí y entraste. Fue todo un asalto,
pero nunca pensé en gritar pidiendo
ayuda al revisor. Era más dulce
rendirse sin hablar, sin preguntarte,
sin intentar la fuga ni el orgullo.
Pensar en los demás me molestaba,
y más saber que, de un momento a otro,
nos iba a interrumpir el director
con sus gritos de "¡corten!" y "¡otra toma!"

Cárcel de amor (1988)
Amalia Bautista 

En público

Ilustración de Alex Colville.

En aquella estación, anocheciendo
sentada en mi maleta y esperando,
te recuerdo mirando mis tobillos
y ascender, descarado, con los ojos
siguiendo los dibujos de mis medias.
Cuando llegó aquel tren que me llevaba
no recuerdo a qué sitio, te subiste
en mi vagón y, 
al empezar la marcha
con tres golpes enérgicos llamaste
a la puerta de mi compartimento.
Te abrí y entraste. Fue todo un asalto,
pero nunca pensé en gritar pidiendo
ayuda al revisor. Era más dulce
rendirse sin hablar, sin preguntarte,
sin intentar la fuga ni el orgullo.
Pensar en los demás me molestaba,
y más saber que, de un momento a otro,
nos iba a interrumpir el director
con sus gritos de "¡corten!" y "¡otra toma!"

Cárcel de amor (1988)
Amalia Bautista 

lunes, 8 de marzo de 2021

El cuerpo de los símbolos

Isabel Guerra. la luz.

Los libros que se me aparecieron

En los días de juventud, que son los más valiosos (y esto es así porque valen por y para sí mismos cuando están transcurriendo, pero llegaremos a la vejez y, a través del recuerdo y de otros caminos interiores más oscuros y sutiles —que los hay—, estos días aún serán activos en nuestras vidas); en los días de juventud, digo, se establece con los libros una relación que nos marca para siempre: seremos hijos de nuestros libros, si los hemos vivido y nos han vivido a tiempo, o creceremos y moriremos huérfanos de su insustituible progenitura. Es completamente torpe dejar para un mañana que suponemos sedentario, en la última madurez o la primera vejez, la tarea, aparentemente pacífica, de la lectura vitalicia, porque la pureza receptiva, el entusiasmo y la sensibilidad —orientada o desconcertada, casi de lo mismo— que un hombre joven, incluso exageradamente joven, puede poner en la apropiación de un texto, tienen más valor y marcan mucho más que la sabiduría interpretativa de un viejo.
Así es: a los viejos, incluidos los viejos prematuros, nos queda —y gracias— la pasión secundaria de la relectura, precisamente porque, debilitadas la sensualidad lectora, la capacidad de sorpresa, de amor a la novedad y, como decía antes, de entusiasmo, nos viene más fácil reavivar rescoldos que crear nuevas hogueras. Carpe diem, pues, para los libros; vívanlos hoy porque, en el mañana lejano, los libros seguirán siendo los mismos pero no lo serán las fuerzas disponibles para la posesión gozosa.

El cuerpo de los símbolos (1997)
Antonio Gamoneda 

El cuerpo de los símbolos

Isabel Guerra. la luz.

Los libros que se me aparecieron

En los días de juventud, que son los más valiosos (y esto es así porque valen por y para sí mismos cuando están transcurriendo, pero llegaremos a la vejez y, a través del recuerdo y de otros caminos interiores más oscuros y sutiles —que los hay—, estos días aún serán activos en nuestras vidas); en los días de juventud, digo, se establece con los libros una relación que nos marca para siempre: seremos hijos de nuestros libros, si los hemos vivido y nos han vivido a tiempo, o creceremos y moriremos huérfanos de su insustituible progenitura. Es completamente torpe dejar para un mañana que suponemos sedentario, en la última madurez o la primera vejez, la tarea, aparentemente pacífica, de la lectura vitalicia, porque la pureza receptiva, el entusiasmo y la sensibilidad —orientada o desconcertada, casi de lo mismo— que un hombre joven, incluso exageradamente joven, puede poner en la apropiación de un texto, tienen más valor y marcan mucho más que la sabiduría interpretativa de un viejo.
Así es: a los viejos, incluidos los viejos prematuros, nos queda —y gracias— la pasión secundaria de la relectura, precisamente porque, debilitadas la sensualidad lectora, la capacidad de sorpresa, de amor a la novedad y, como decía antes, de entusiasmo, nos viene más fácil reavivar rescoldos que crear nuevas hogueras. Carpe diem, pues, para los libros; vívanlos hoy porque, en el mañana lejano, los libros seguirán siendo los mismos pero no lo serán las fuerzas disponibles para la posesión gozosa.

El cuerpo de los símbolos (1997)
Antonio Gamoneda 

viernes, 5 de marzo de 2021

Varado en Andrómeda

 «Varado en Andrómeda» es el primer volumen de la colección de poesía «Loto azul» de Enunlu Books. Un conjunto de haikus, que usando las palabras de Aleixandre, sería un «libro sorpresa, nuevo en el hondo sentido». Hay, además, dos originalidades a destacar en esta manifestación del haiku:el modo formal de escribir los haikus (con su sombrerete) y el tema o kigo dominante; la moribundia de un náufrago estelar, varado en un inhóspito y deshabitado planeta.

Varado en Andrómeda

 «Varado en Andrómeda» es el primer volumen de la colección de poesía «Loto azul» de Enunlu Books. Un conjunto de haikus, que usando las palabras de Aleixandre, sería un «libro sorpresa, nuevo en el hondo sentido». Hay, además, dos originalidades a destacar en esta manifestación del haiku:el modo formal de escribir los haikus (con su sombrerete) y el tema o kigo dominante; la moribundia de un náufrago estelar, varado en un inhóspito y deshabitado planeta.

miércoles, 3 de marzo de 2021

Duración

Eloy Sánchez Rosillo. Foto: Juan Ballesteros.

Dentro de la leyenda del vivir,
que el minucioso olvido
desordena y desdice,
el sueño aquel primero
de la niñez no se ha desvanecido.
Inconsistente,
tan ligero y frágil
como vilano o pluma
de gorrión.
Y sin embargo ahí sigue.
Dónde, dónde.
¿Qué secretas cadencias 
lo traen, cuando es preciso, a mi presente?
Hebra de luz apenas,
hilo de agua.
Nunca en la vida me ha desamparado.

La rama verde (2020)
Eloy Sánchez Rosillo

Duración

Eloy Sánchez Rosillo. Foto: Juan Ballesteros.

Dentro de la leyenda del vivir,
que el minucioso olvido
desordena y desdice,
el sueño aquel primero
de la niñez no se ha desvanecido.
Inconsistente,
tan ligero y frágil
como vilano o pluma
de gorrión.
Y sin embargo ahí sigue.
Dónde, dónde.
¿Qué secretas cadencias 
lo traen, cuando es preciso, a mi presente?
Hebra de luz apenas,
hilo de agua.
Nunca en la vida me ha desamparado.

La rama verde (2020)
Eloy Sánchez Rosillo