sábado, 31 de enero de 2009

El libro de Monelle

Cubierta
Al día siguiente, Morgana tuvo el deseo de emprender un viaje. Pues le parecía haber reconocido el taciturno color de la arena y por eso se dirigió hacia el Occidente. Su padre le dio una caravana escogida, con mulas que tenían campanillas de plata; a ella la condujeron en una litera cuyas paredes interiores estaban hechas de espejos preciosos.
Así atravesó Persia, examinando siempre las hosterías aisladas, tanto las que están construidas cerca de los pozos y por las cuales pasan los grupos de viajeros, como las casas vedadas donde las mujeres cantan por la noche y procuran ganar dinero.
Y al llegar cerca de los confines del reino de Persia vio muchas casas blancas, de forma cúbica y con ventanas alargadas; pero de ninguna de ellas pendía el anillo de bronce. Se le dijo entonces que el anillo debía encontrarse en el país cristiano de Siria, al Occidente.

El libro de Monelle
Marcel Schwob

La paga adelantada

Martin Van Maele. Illustration de L'Histoire comique de Francion
Jardín de Venus
Cuentos burlescos de don Félix María Samaniego
Escriviólos en el Seminario de Vergara de Álava
por los años de 1780 y tienen burlas de frayles y
monjas y mucho chiste y regocijo. Este autor lo es
las Fábulas literarias, natural de la villa de La
Guardia en Guipúzcoa y señor de las cinco villas
del valle de Arraya.
(Es propiedad de José de Bulnes, vecino de Potes,
año 1792)

La paga adelantada

Una soltera muy escrupulosa
casarse rehusaba,
y decía a su madre que pensaba
que hacer la mala cosa
aun después de casada era pecado.
Un bigardón del caso fue informado,
y, habiéndose en la casa introducido
y hallándose querido,
pidió a la niña luego en casamiento.
Ella el consentimiento
dio con la condición de que tres veces
en la primera noche se lo haría
por ponerla corriente, y seguiría
luego una sola vez todos los meses.
Hízose al fin la boda
y, de la noche ya llegado el plazo,
la muchacha tres veces, brazo a brazo,
sufrió, sin menearse, la acción toda.
Concluyó el fuerte mozo su trabajo
y durmióse cansado; ella, impaciente,
andaba impertinente
volviéndose de arriba para abajo,
hasta que él acabó por despertarse
y huraño dijo: -¡ Hay tal cosquillería,
que por dos veces ya me has despertado!
Y ella exclamó, acabando de arrimarse:
-¿Me quieres dar un mes adelantado?
Jardín de Venus
(Edición Joaquín López Barbadillo)
Félix María Samaniego

viernes, 30 de enero de 2009

La plegaria del buzo

Grabado antiguo. Buzo
El mismo día que cumplí dieciocho años, mi padre me llamó y me dijo, con la debida gravedad:
-Nuestro Señor quiere que todos los hombres realicen en la tierra su trabajo. No ama a los que miran, sentados en el lindero de los campos, cómo trabajan los sembradores y los que aran. Es preciso, pues, que tú elijas libremente un trabajo que dé un fin y un sentido a tu vida. Cualquiera que sea el que elijas, te prometo que no he de ponerte obstáculos. Por lo tanto, decide y habla.
Y yo que reverencio profundamente a Nuestro Señor y obedezco siempre a mi padre, respondí:
-Mi elección ya está hecha. Me haré buzo.
Mi padre se puso un poco pálido, pero contestó en seguida:
-Hágase tu voluntad.

De este modo, desde aquel día, fui buzo. Durante muchos años he vivido solo y en silencio en las aguas profundas. He habitado todos los mares, he explorado todos los oceános, he descendido a todos los abismos. He encontrado cascos de galeras, con las viejas áncoras despuntadas, llenas de monedas de oro cuyas efigies se hallaban corroídas por el agua -grandes monstruos luminosos, con enormes ojos blancuzcos, me han iluminado con su resplandor irreal-, largos cuerpos verdosos, semejantes a los de las sirenas me han acariciado; he penetrado en las bocas oscuras de volcanes sumergidos; he pisado el suelo de las Atlántidas desaparecidas; he encontrado en las hendiduras cadáveres de naúfragos; me he debatido entre los tentáculos de pulpos colosales, y he llevado a la luz montones de maravillosas perlas, de extrañas conchas, de árboles fosforescentes, y los puñales que tiran al mar, por la noche, los tremebundos homicidas; las sortijas de los Dux y la aúrea copa del rey de Thule...
Llegó, pues, un día en que ya conocía todas las profundidades marinas, todos los valles de los oceános, todos los abismos más tenebrosos y los tesoros más ocultos. Llegó un día en que ya estuve impregnado de todos los perfumes salinos, y supe todos los ritmos de las olas y todas las sinfonías de las tempestades. Y entonces pensé que Nuestro Señor podía estar satisfecho de mi obra y decidí volver a mi ciudad, entre los seres terrestres que había dejado hacía muchísimos años.

Palabras y sangre
Giovanni Papini

Feliz es Inglaterra

Joseph Severn. Retrato de John Keats

¡Feliz es Inglaterra! Sería yo feliz
no mirando otros campos que los suyos,
no sintiendo más brisas que las que se desplazan
a través de sus bosques, mezcladas con canciones.
Pero a veces me gana la nostalgia
de los cielos de Italia, y un secreto deseo
de sentarme en las cumbres de los Alpes,
lo mismo que en un trono,
y allí medio olvidarme del mundo y las personas.

Feliz es Inglaterra, hermosas son sus hijas, tan sencillas.
Me basta ver su natural belleza,
sus blanquísimos brazos cruzándose en silencio.
Pero a menudo ardo en deseos de hallar
mujeres de mirada más profunda, y de oír sus canciones,
y de flotar con ellas sobre el mar del verano.

Feliz es Inglaterra
John Keats

jueves, 29 de enero de 2009

El castillo de la carta cifrada

Javier Tomeo
El castillo de la carta cifrada
Para Lore y Agustín
-No se preocupe, Bautista, y deje de temblar-me dijo aquella mañana el señor Marqués-. Lo que voy a encargarle es fácil. No soy de los que piden peras al olmo. Vea usted esta carta. En apariencia, una carta como cualquier otra. Para mí, sin embargo es de gran importancia. Debe entregársela personalmente al señor Conde. Me refiero, por supuesto, al Conde de X, Don Demetrio López del Costillar. Habrá oído hablar de él más de cuatro veces. Su castillo queda al otro lado del valle. Para ir, puede elegir entre dos caminos. Uno de ellos atraviesa el bosquecillo de álamos y, al llegar a la altura del molino, se desvía hacia el pueblo. El otro sigue recto, cruza el río por el puente de piedra y asciende serpenteando por la colina. Este último es más corto, pero preferiría que eligiese el otro. Elija, pues, el otro. Cuando entre en el pueblo, sin embargo, no permita que le entretengan sus viejos compinches. Mande al cuerno a todos los chismosos que le salgan al paso. Avance con decisión por la Calle Mayor, y después de pasar por delante de la mansión de la Baronesa de O, métase por la primera bocacalle que encuentre a mano derecha. Usted ya conoce el palacio de la Baronesa: un enorme caserón de piedra de alero descomunal. Le envié allí hace apenas un mes, para interesarse por la salud de esa excelente amiga mía, después de su último aborto. Bien, deje atrás el palacio de la Baronesa y siga adelante, hasta llegar a la cruz de piedra que santifica una encrucijada. Sitúese entonces al pie de la cruz y oriéntese hacia el Este. Recuerde que el Este es precisamente el lugar por donde, por lo menos hasta esta mañana, sale el sol.
El castillo de la carta cifrada
Javier Tomeo

Viaje

Frank Licsko. Carretera comarcal.

Partir, en sí es bello, el destino cuenta poco
es bello ir hacia lo desconocido
por caminos todavía no recorridos.

Viaje
Cavidan Tumerkan

miércoles, 28 de enero de 2009

La lectura

Foto antigua. Muchacha leyendo
Leer supone el identificarse con lo leído;
Leer es abolir el mundo exterior, dejarse llevar hacia una ficción, abrir el paréntesis de la imaginación;
Leer es, en sentido propio o figurado, encerrarse;
Leer es salir transformado de una experiencia de vida, o dicho de otro modo, supone esperar algo;
Leer es un signo de vida;
El lector mantiene una relación con el libro: las palabras, sus arranques, sus repeticiones, su música, su garra tratan de fascinarle, y el placer llega leyendo, como algo a la vez implacable y deseable;
El placer de leer viene de la espera: hay narración, vida, duración; existe; siempre, la certidumbre de averiguar el final;
Leer es, además, una aventura;
La lectura es una escritura inexistente, pero deseada;
Amar el leer y el escribir es comunicar un proyecto afectivo, una idea, una acción;

Métodos de lectura
L. Bellenger

el inconcebible universo

Esfera (Fuente:Wikipedia)
EL ALEPH
O God, I could be bounded in a nutshell
and count myself a King of infinite space.
Hamlet, II, 2 (1)

But they will teach us that Eternity is the
Standing still of the Present Time, a Nunc-stans
(ast the Schools call it); which neither they,
nor any else understand, no more than they would
a Hic stans for an Infinite greatnesse of Place.
Leviathan, IV, 46 (2)

En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer en el pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemon Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico, yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osatura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.
(1)"Oh Dios! Podría estar atrapado en una cáscara de nuez, y tenerme en cuenta como rey del espacio infinito.
(2)"Pero nos enseñarán que la Eternidad se mantiene en el Tiempo Presente, un Nuncstans (como lo llaman en las escuelas); que ni ellos, ni cualquier otro entiende, no más de lo que Hic stans entendería por una grandeza de Espacio Infinito."

El Aleph
Jorge Luis Borges

martes, 27 de enero de 2009

Por el camino de Swann

Estampa antigua. Proust escribiendo en la cama
Ya en el campo, no nos separábamos de los espinos en todo el resto del paseo, cuando íbamos por el lado de Méséglise. Recorríalos constantemente, invisible caminante, el viento, que para mí era el genio particular de Combray. Todos los años el día que llegábamos, yo, para tener la sensación cabal de estar en Combray, subía a verle correr por entre los sayos y a correr tras de él. Siempre llevábamos el viento al lado cuando se iba hacia Méséglise, por aquella combada plana, donde se pasan leguas y leguas sin que el terreno se quiebre nunca. Sabía yo que la hija de Swann iba a menudo a Laon a pasar unos días, y aunque Laon estaba a bastantes leguas, como la distancia estaba compensada por la falta de obstáculos, cuando en aquellas cálidas tardes veía venir un soplo de viento del extremo horizonte, inclinando los trigales más distantes, propagándose como una ola por aquella vasta extensión y yendo a morir a mis pies, tibio y murmurante, entre los tréboles y los pipirigallos, aquella llanura que a los dos nos era común parecía como que nos acercaba y nos unía, y yo me figuraba que aquel soplo de viento la había rozado; que el murmullo de la brisa, que yo no podía entender, era un mensaje suyo, y besaba el aire al pasar.

Por el camino de Swann
Marcel Proust

lunes, 26 de enero de 2009

Angélica y Medoro

Agostino Carracci: Angelique y Medoro
Romance de Angélica y Medoro
En un pastoral albergue
que la guerra entre unos robles
lo dexó por escondido
o lo perdonó por pobre;
do la paz viste pellico
y conduce entre pastores
ovejas del monte al llano
y cabras del llano al monte,
mal herido y bien curado,
se alberga un dichoso joven
que sin clavarle amor flecha
le coronó de favores.
Las venas con poca sangre,
los ojos con mucha noche,
lo halló en el campo aquella
vida y muerte de los hombres.
Del palafrén se derriba,
no porque al moro conoce,
sino por ver que la yerba
tanta sangre paga en flores.
Límpiale el rostro, y la mano
siente al Amor que se esconde
tras las rosas, que la muerte
va violando sus colores.
Escondióse tras las rosas,
porque labren sus arpones
el diamante del Catay
con aquella sangre noble.
Ya le regala los ojos,
ya le entra, sin ver por dónde,
una piedad mal nacida
entre dulces escorpiones.
Ya es herido el pedernal,
ya despide el primer golpe
centellas de agua, ¡oh piedad!,
hija de padres traidores.
Yerbas le aplica a sus llagas,
que si no sanan entonces
en virtud de tales manos
lisonjean los dolores.
Amor le ofrece su venda,
mas ella sus velos rompe
para ligar sus heridas;
los rayos del sol perdonen.
Los últimos nudos daba
cuando el cielo la socorre
de un villano en una yegua
que iba penetrando el bosque.
Enfrénanle de la bella
las tristes piadosas voces,
que los firmes troncos mueven
y las sordas piedras oyen;
y la que mejor se halla
en las selvas que en la corte,
simple bondad, al pío ruego
cortésmente corresponde.
Humilde se apea el villano
y sobre la yegua pone
un cuerpo con poca sangre,
pero con dos corazones.
A su cabaña los guía,
que el sol deja su horizonte
y el humo de su cabaña
le va sirviendo de norte.
Llegaron temprano a ella
do una labradora acoge
un mal vivo con dos almas,
una ciega con dos soles.
Blando heno en vez de pluma
para lecho les compone,
que será tálamo luego
do el garzón sus dichas logre.
Las manos, pues, cuyos dedos
desta vida fueron dioses,
restituyen a Medoro
salud nueva, fuerzas dobles,
y le entregan, cuando menos,
su beldad y un reino en dote,
segunda envidia de Marte,
primera dicha de Adonis.
Corona un lascivo enjambre
de cupidillos menores
la choza; bien como abejas,
hueco tronco de alcornoque.
¡Qué de nudos le está dando
a un áspid la envidia torpe,
contando de las palomas
los arrullos gemidores!
¡Qué bien la destierra Amor,
haciendo la cuerda zote,
porque el caso no se infame
y el lugar no se inficione!
Todo es gala el africano,
su vestido espira olores,
el lunado arco suspende
y el corvo alfange depone.
Tórtolas enamoradas
son sus roncos atambores
y los volantes de Venus
sus bien seguidos pendones.
Desnuda el pecho anda ella;
vuela el cabello sin orden;
si lo abrocha, es con claveles,
con jazmines si lo coge.
El pie calza en lazos de oro
porque la nieve se goce,
y no se vaya por pies
la hermosura del orbe.
Todo sirve a los amantes,
plumas les baten veloces,
airecillos lisonjeros,
si no son murmuradores.
Los campos les dan alfombras,
los árboles pabellones,
la apacible fuente sueño,
música los ruiseñores.
Los troncos les dan cortezas
en que se guarden sus nombres
mejor que en tablas de mármol
o que en láminas de bronce.
No hay verde fresno sin letra,
ni blanco chopo sin mote;
si un valle Angélica suena,
otro Angélica responde.
Cuevas do el silencio apenas
deja que sombras las moren,
profanan con sus abrazos
a pesar de sus horrores.
Choza, pues, tálamo y lecho,
contestes destos amores,
el cielo os guarde, si puede,
de las locuras del conde.
Romance de Angélica y Medoro
Luis de Góngora y Argote

El camino no tomado


Alfred Eisenstaedt. Robert Frost escribiendo
Dos caminos divergieron en un bosque amarillo,
Y afligido porque no podría caminar ambos,
Siendo un solo viajero, estuve largo tiempo de pie
Mirando uno de ellos tan lejos como pude,
Hasta donde se perdía en la maleza.

Entonces tomé el otro, imparcialmente,
Y habiendo tenido quizás la elección acertada,
Pues era tupido y agradable de caminar;
Aunque en cuanto lo que vi allí
Hubiera elegido cualquiera de los dos.
Y ambos esa mañana yacían igualmente,
¡Oh, había guardado aquel primero para otro día!
Aun sabiendo la inexorable manera en que las cosas siguen adelante,
Dudé si debí haber regresado sobre mis pasos.

Debo estar diciendo esto con un suspiro
Que en alguna parte envejece y hace envejecer,
Dos caminos divergieron en un bosque y yo,
Yo tomé el menos caminado,
Y eso ha representado toda la diferencia.

El camino no tomado
Robert Frost

Volverás a Región

Beverly Joubert. Buitre revoloteando.
Para llegar a Región hay que atravesar un elevado desierto y el viajero en un momento u otro conocerá el desaliento al sentir que cada paso hacia adelante no hace sino alejarlo un poco más de aquellas desconocidas montañas. Y un día tendrá que abandonar el propósito y demorar aquella remota decisión de escalar su cima más alta... o bien -tranquilo, sin desesperación, invadido de una suerte de indiferencia que no deja lugar a los reproches- dejará transcurrir su último atardecer, tumbado en la arena de cara al crepúsculo, contemplando cómo en el cielo desnudo esos hermosos, extraños y negros pájaros que han de acabar con él, evolucionan en altos círculos.

Volverás a Región
Juan Benet

domingo, 25 de enero de 2009

Eduardo Scala

Colette Calascione. Pájaro con huevo
-Hablemos entonces de ciudades o lugares que le hayan importado.
-Yo creo que el lugar siempre es interior. A mí me hubiera gustado vivir en algunas ciudades. Cuando miras un mapa, quedas abrumado. Casi es un pecado morirte sin haber pisado o vivido en según qué lugares. Pero, puesto que no puedes viajar por fuera, viajas por dentro. Es decir, te atas a la silla y haces como Lao Tse o Julio Verne. Yo voy y vengo constantemente en ese viaje interior. Al gran maestro Alekhine, campeón del mundo de ajedrez, que había visitado numerosos países, le preguntaban: "¿Cuál es la ciudad más bella que ha visto?" Y contestaba: "Aquella en la que gané el último torneo". Es decir, donde había conectado con su centro. El espacio exterior casi no existe. Llegamos a lugares maravillosos, y se convierten en un infierno. Vamos al desierto, y encontramos el pozo o el oasis. Al final, estas referencias despistan. Por ejemplo, yo he vivido dos años y medio en un molino de la isla de Mallorca, sin luz eléctrica, y no estaba ni en un molino, ni en una isla, ni sin luz. Estaba ante una mesa vacía y una hoja en blanco, pero volaba en una nave espacial, como un cosmonauta. Y el lugar del cosmonauta, ¿cuál es...?
-La cápsula...
-Yo estoy en una cápsula, y de vez en cuando salgo.

Ocho poetas raros
José Luis Caballero, José María Parreño

sábado, 24 de enero de 2009

CÓMO LEO

Foto Antigua. Muchacha leyendo.
Hay muchos libros de los que basta leer el prólogo y el índice; a veces el índice solamente. Otros se leen mejor de la manera china: empezando por el último capítulo. De algunas obras de historia, crítica y pensamiento, yo leo primero, ávidamente, las densas notas, con todas las citas y textos ajenos, y gozo tanto en ello que me imagino el contenido de la parte superior de la página, hasta tal punto que, a veces, acabo por no leer nada más.

Determinados libros los he esperado durante años, meses y semanas; he acechado en los escaparates de las librerías su llegada entre nosotros, con la impaciencia de un enamorado, y entristecido por los continuos retrasos, por los contratiempos diarios.
Y cuando por fin he logrado tenerlos en mis manos, he corrido derecho a casa, para empuñar el puñal de marfil, para estuprar las páginas en dieciseisavo y recoger al vuelo las primeras palabras. En días como ése no se tienen ganas de ver a nadie. Incluso la llamada a la mesa suena a castigo. Se espera la noche y la casta protección de la lámpara que ilumina únicamente aquellas páginas y nuestro emocionado recogimiento.
Tenemos toda la noche por delante, para nuestra alegría y nuestros descubrimientos. A ratos nos sonreímos, a ratos nos asaltan deseos de gritar y saltar. Y el sol no se levanta hasta que nuestra curiosidad está aplacada, si bien no satisfecha.

Exposición personal
Giovanni Papini

El mudo y otros textos


El principal activo de un escritor es la intuición; un exceso de hechos dificulta la intuición. Un escritor necesita saber muchas cosas, pero hay muchísimas otras que no necesita saber: necesita saber cosas humanas, aunque no sean "sanas", según el adjetivo con que se las califica.
El mudo y otros textos
Carson McCullers

viernes, 23 de enero de 2009

Citas de Viajes

Quint Buchholz. Torre de libros
Cuando uno viaja lo acepta todo, la indignación queda en casa. Uno mira, escucha y se le despierta el entusiasmo por las cosas más espantosas sólo porque son nuevas. Los buenos viajeros son inhumanos. Elías Canetti.

Un paisaje se conquista con las suelas del zapato, no con las ruedas del automóvil. William Faulkner.

Para mí, viajar consiste en buscar un poco de conversación en el fin del mundo. Manuel Leguineche.

Un buen viajero es aquel que no sabe a dónde va. El viajero perfecto ni siquiera sabe de dónde viene. Lin Yutang.

Un Siglo de Citas
Josep M. Albaigés, M.Dolors Hipólito

El humo del Vesubio

Archivo Life. Vista de la bahía de Nápoles
Todavía aquella misma mañana, en la piscina, pensando que veinticuatro horas después pondría al fin pie en la alegre ciudad de Parténope, se le había puesto un nudo de emoción en la garganta. ¡Volver a Nápoles! ¡Volver al divino golfo de Nápoles: Capri, Herculano, Miseno, qué se yo! Tanto currículum, tanta oposición le había impedido pisar estas tierras privilegiadas en su juventud, y luego, un poco por pereza -siempre había sido muy dado a la rutina. ¿De qué otro modo, si no, habría podido pasarse tanto tiempo con el culo pegado a una silla y ante un montón de apuntes?-, un poco también por temporal olvido -tan ocupado anduvo al principio, tratando de escalar cada vez más altos puestos- había ido dejándolo para más tarde. Y así año tras año, de modo que tan sólo en una ocasión había estado en estos lugares. Sólo en una ocasión, y de esto hacía ya..., ¿cuánto hacía que había estado en Nápoles? Ni se acordaba.
Aquel golfo encantado, su sueño desde casi la infancia, desde aquellas primeras lecturas -Munthe sobre todo- de los quince, dieciseis abriles. Y el caso es que no se explicaba muy bien el porqué de esta especie de obsesión, de esta íntima manía que se le había ido a posar en esta parte de Italia. Únicamente allí. Había, como no, otros lugares mágicos que también le subyugaron siempre. Lugares por los que su encendida imaginación adolescente había revoloteado más de una vez, ¡y más de dos! Podía recordar con fruición Bagdag, Bristol, el Lilliput de Gulliver..., pero todos pertenecían al pasado. No eran otra cosa que el recuerdo de un sueño muy lejano que había ido muriéndosele ante los sucesivos tribunales de oposiciones. Con Nápoles era distinto: Nápoles seguía ahí quieto, preso en alguna entretela de su mente, como un pájaro que uno contempla durante un buen rato y que tan sólo emprende el vuelo cuando por fin damos con la máquina de fotos y no nos falta más que apretar el disparador.

El humo del Vesubio
Víctor Botas

jueves, 22 de enero de 2009

Fábula de Píramo y Tisbe

Anónimo:Pyramus und Thisbe
Fábula de Píramo y Tisbe

La ciudad de Babilonia,
famosa, no por sus muros,
fuesen de tierra cocidos
o sean de tierra crudos,
sino por sus dos amantes,
desdichados hijos suyos,
que, muertos y en un estoque,
han peregrinado el mundo,
citarista, dulce hija
del Archipoeta rubio,
si al brazo de mi instrumento
le solicitas el pulso,
digno sujeto será
de las orejas del vulgo;
popular aplauso quiero,
perdónenme sus tribunos.
Píramo fueron, y Tisbe,
los que en verso hizo culto
el licenciado Nasón,
bien romo o bien narigudo,
dejar el dulce candor
lastimosamente oscuro
al que túmulo de seda
fue de los dos casquilucios,
moral que los hospedó
y fue condenado al punto,
si del Tigris no en raíces,
de los amantes en frutos.
Estos, pues, dos babilonios
vecinos nacieron mucho,
y tanto, que una pared
de oídos no muy agudos
en los años de su infancia
oyó a las cunas los tumbos,
a los niños los gorjeos
y a las amas los arrullos.
Oyólos y aquellos días
tan bien la audiencia le supo,
que años después se hizo
rajas en servicio suyo.
Fábula de Píramo y Tisbe
Luis de Góngora y Argote

Diario de lecturas

Foto de Simo Neri. Alberto Manguel
Martes
Devorar: Bioy Casares recordaba que el escritor argentino Enrique Larreta le aseguró en una ocasión "que era tan activa su inteligencia que no le permitía leer: toda frase le sugería un cúmulo de ideas y de imágenes que lo extraviaba por esos mundos de su mente y le hacía perder el hilo de la lectura".

Domingo
Desgraciadamente estoy otra vez de viaje. Me he trasladado hasta Umea, en el norte de Suecia, para dar una conferencia en la universidad...
Imagino un volumen de memorias al estilo de una de aquellas bolsas de libros que los viajeros solían llevar consigo hace siglos. Una autobiografía a través de los libros que he leído y los lugares que he visitado. Una tarea para la otra vida.

Lunes
Durante la cena el crítico Anders Björnsson me cuenta cómo, cuando un fuego destruyó su biblioteca, sintió que para reunirla de nuevo necesitaba saber, en primer lugar, qué libros no incluir.

Diario de lecturas
Alberto Manguel

Diario de Oaxaca


Judith Haden. Cartel de Pancho Villa
Siete de la mañana. El sol se eleva sobre las colinas. Me siento en el comedor del hotel, extrañamente vacío y silencioso. El grupo se ha marchado a las cinco de la mañana para hacer un viaje de dieciseis horas a través de las montañas, cruzando un puerto a tres mil metros de altura hasta la vertiente atlántica, en busca de sus peculiares helechos, ¡sus helechos arborescentes!. He declinado acompañarles, a pesar de mis dudas. Pasarme más de diez horas en un vehículo traqueteante sería un tormento para mi espalda. Me encantan el paseo, la búsqueda de plantas, la exploración, pero estar mucho tiempo sentado en un vehículo, en cualquier parte, es una experiencia penosa para mí. Así pues, voy a tomarme un día libre que dedicaré a haraganear, leer, nadar y reflexionar sobre lo que estoy haciendo. Pasaré unas horas en la plaza central de la ciudad, el Zócalo, de la que tuvimos un atisbo el sábado y que me produjo el deseo vehemente de volver a ella.

Me he sentado a una mesa de la terraza de un café del Zócalo... Escribir como lo hago, sentado en un café, en una plaza agradable... Esto es la dolce vita. Me trae a la mente imágenes de Hemingway y Joyce, escritores expatriados que se sentaban en terrazas de La Habana y París. En cambio, Auden siempre escribía en una habitación aislada y penumbrosa, con las cortinas corridas para protegerse del mundo exterior y sus distracciones. (Un joven con una pancarta desfila delante de mí: "¡Confiesa tus pecados o Jesús no podrá salvarte!"). Yo soy todo lo contrario. Me encanta escribir en un lugar al aire libre y luminoso, y percibir a través de las ventanas todas las imágenes, los sonidos y los olores del mundo exterior. Me gusta escribir sentado en cafés, desde donde puedo ver, aunque a cierta distancia, la sociedad ante mí.

Diario de Oaxaca
Oliver Sacks

miércoles, 21 de enero de 2009

En un viejo libro

Leonardo da Vinci: San Juan Bautista

En un viejo libro
En un viejo libro de hace casi cien años,
entre las hojas olvidada,
encontré una acuarela sin firma.
Ha de haber sido obra de un poderoso artista
Llevaba como título: «Imagen del amor».
En un viejo libro
-Del amor extremadamente sensual, sería más preciso.
Porque era manifiesto al contemplarla
(en nada se ocultaba la intención del artista)
que al amor ejercido sanamente, dijéramos,
al amor más o menos permitido,
el joven del dibujo
no fuera destinado: con sus profundos ojos pardos
y la sutil belleza de su rostro,
la absorbente belleza de lo anómalo,
sus labios ideales
que entregan el placer a un cuerpo amado,
sus ideales miembros hechos para camas
que infames considera la ordinaria moral.
Poemas canónicos (1919-1933)
(Versión de José Ángel Valente)
Constantino P. Kavafis

martes, 20 de enero de 2009

Alrededor de la Luna

Illustration prémonitoire : la capsule où flotte le drapeau américain est récupérée dans l'océan
Autour de la Lune
XXII
« Une bouée par le travers sous le vent à nous. »
Les officiers regardèrent dans la direction indiquée. Avec leurs lunettes, ils reconnurent que l’objet signalé avait, en effet, l’apparence de ces bouées qui servent à baliser les passes des baies ou des rivières. Mais, détail singulier, un pavillon, flottant au vent, surmontait son cône qui émergeait de cinq à six pieds. Cette bouée resplendissait sous les rayons du soleil, comme si ses parois eussent été faites de plaques d’argent.
Le commandant Blomsberry, J. -T. Maston, les délégués du Gun-Club, étaient montés sur la passerelle, et ils examinaient cet objet errant à l’aventure sur les flots.
Tous regardaient avec une anxiété fiévreuse, mais en silence. Aucun n’osait formuler la pensée qui venait à l’esprit de tous.
La corvette s’approcha à moins de deux encablures de l’objet.
Un frémissement courut dans tout son équipage.
Ce pavillon était le pavillon américain !
En ce moment, un véritable rugissement se fit entendre. C’était le brave J. -T. Maston, qui venait de tomber comme une masse. Oubliant d’une part, que son bras droit était remplacé par un crochet de fer, de l’autre, qu’une simple calotte en gutta-percha recouvrait sa boîte crânienne, il venait de se porter un coup formidable.
On se précipita vers lui. On le releva. On le rappela à la vie. Et quelles furent ses premières paroles ?
« Ah ! triples brutes ! quadruples idiots ! quintuples boobys que nous sommes !
– Qu’y a-t-il ? s’écria-t-on autour de lui.
– Ce qu’il y a ? ...
– Mais parlez donc.
– Il y a, imbéciles, hurla le terrible secrétaire, il y a que le boulet ne pèse que dix-neuf mille deux cent cinquante livres !
– Eh bien !
– Et qu’il déplace vingt-huit tonneaux, autrement dit cinquante-six mille livres, et que, par conséquent, il surnage ! »
Ah ! comme le digne homme souligna ce verbe « surnager ! » Et c’était la vérité ! Tous, oui ! tous ces savants avaient oublié cette loi fondamentale : c’est que par suite de sa légèreté spécifique, le projectile, après avoir été entraîné par sa chute jusqu’aux plus grandes profondeurs de l’Océan, avait dû naturellement revenir à la surface ! Et maintenant, il flottait tranquillement au gré des flots...
Les embarcations avaient été mises à la mer. J. -T. Maston et ses amis s’y étaient précipités. L’émotion était portée au comble. Tous les cœurs palpitaient, tandis que les canots s’avançaient vers le projectile. Que contenait-il ? Des vivants ou des morts ? Des vivants, oui ! des vivants, à moins que la mort n’eût frappé Barbicane et ses deux amis depuis qu’ils avaient arboré ce pavillon !
Un profond silence régnait sur les embarcations. Tous les cœurs haletaient. Les yeux ne voyaient plus. Un des hublots du projectile était ouvert. Quelques morceaux de vitre, restés dans l’encastrement, prouvaient qu’elle avait été cassée. Ce hublot se trouvait actuellement placé à la hauteur de cinq pieds au-dessus des flots.
Une embarcation accosta, celle de J. -T. Maston. J. -T. Maston se précipita à la vitre brisée...
En ce moment, on entendit une voix joyeuse et claire, la voix de Michel Ardan, qui s’écriait avec l’accent de la victoire :
« Blanc partout, Barbicane, blanc partout ! »
Barbicane, Michel Ardan et Nicholl jouaient aux dominos.

Alrededor de la Luna
XXII
¡Una boya a sotavento!
Los oficiales miraron el sitio indicado, y por medio de sus anteojos reconocieron el objeto señalado, que efectivamente, parecía, una de esas boyas que sirven para balizar los pasos de las bahías o de los ríos. Pero lo particular era que en su vértice, que Sobresalía del agua cinco o seis pies, flotaba un pabellón. Aquella hoja brillaba al sol, como si sus paredes fueran de plata bruñida.
El comandante Blomsberry, J. T. Maston, los delegados del “Gun-Club”, todos habían subido al puente y examinaban aquel objeto que flotaba a la ventura sobre las olas.
Todos miraban con febril ansiedad, pero en silencio, sin atreverse a formular el pensamiento que se les ocurría.
La corbeta se acercó a menos de dos cables; toda la tripulación se estremeció al reconocer el pabellón americano.
En aquel instante se oyó como un rugido. Era el bueno de J. T. Maston que acababa de caer sin sentido; porque, olvidándose de que su brazo derecho se hallaba reemplazado por un garfio de hierro, quiso darse una palmada en la cabeza, y recibió un golpe terrible que le privó del conocimiento por completo.
Lo levantaron y le prodigaron auxilios hasta que volvió en sí; y sus primeras palabras fueron:
—¡Ah! ¡Tres veces brutos! ¡Cuatro veces mentecatos! ¡Cinco veces estúpidos!
—Pero ¿qué pasa? —dijeron todos.
—¿Que qué pasa?
—¡Sí hable!
—Pues, so tontos, pasa que el proyectil no pesa más que diecinueve mil doscientas cincuenta libras.
—¿Y qué?
—Y que desaloja veintiocho toneladas, o sea cincuenta y seis mil libras; y, por consiguiente, ¡flota!
Y con qué expresión acentuó la palabra ¡flota! ¡Y era verdad! Todos aquellos sabios habían olvidado esta ley fundamental; que por efecto de la ligereza específica, el proyectil, después de ser arrastrado en su caída hasta las mayores profundidades del océano, tenía que volver naturalmente a la superficie. Y en aquel momento flotaba a merced de las olas...
Inmediatamente se echaron al mar los botes, precipitándose a ellos J. T. Maston y sus amigos. La emoción había llegado al colmo; todos los corazones palpitaban mientras las ¡anchas se acercaban al proyectil. ¿Qué contendría? ¿Vivos o muertos? ¡Vivos, sí! Vivos a no ser que la muerte hubiera venido a Barbicane y a sus dos amigos después de haber enarbolado aquel pabellón.
En los botes reinaba un profundo silencio; todos los corazones latían agitados; los ojos no veían ya. Una de las lumbreras estaba abierta. Algunos pedazos de cristal que habían quedado en el marco, probaban que se había roto. Esa lumbrera se hallaba entonces a la altura de cinco pies sobre las aguas.
Se acercó una lancha, la de J. T. Maston, y éste corrió hacia el cristal roto...
En aquel momento se oyó la voz alegre y clara de Miguel Ardán, que gritaba con acento de triunfo:
—¡Blancas, Barbicane, cerrado a blancas!
Barbicane, Miguel Ardán y Nicholl jugaban al dominó.
Alrededor de la Luna
Julio Verne

Tierras de cristal

Don Grall. Vía férrea
-Me imagino, señor Rail, que ya habrán estudiado cuál será el recorrido de la vía férrea... -dijo Bonetti.
-¿Cómo dice?
-Quiero decir... que debería concretarnos de dónde quieren que salga el ferrocarril y cuál será la ciudad adonde quieren hacerlo llegar.
-Ah, bueno... el tren saldrá de Quinnipak, eso ya está decidido... o, mejor dicho, de aquí, saldrá más o menos de aquí... yo pensaba a pie de colina, hay un gran prado, me parece que sería lo ideal...
-¿Y cuál será el destino? -preguntó Bonetti con una pizca de escepticismo en la voz.
-¿Destino?
-La ciudad a la que hacer llegar el tren.
-Bueno, no hay ninguna ciudad en particular a la que hacer llegar el tren... no.
-Pedóneme, pero habrá alguna ciudad...
-¿Usted cree?
Bonetti miró a Bonelli. Bonelli miró a Bonetti.
-Señor Rail, los trenes sirven para llevar mercancías y personas de una ciudad a otra, ése es su sentido. Si un tren no tiene una ciudad a la que llegar es un tren que no tiene sentido.
El señor Rail suspiró. Dejó pasar un instante y luego habló, con una voz llena de comprensiva paciencia.
-Querido ingeniero Bonetti, el único verdadero sentido de un tren es el de correr sobre la superficie de la tierra a una velocidad que ninguna persona o cosa sea capaz de alcanzar. El único verdadero sentido de un tren es que el hombre se suba y vea el mundo como nunca antes lo ha visto, y vea tanto, de una sola vez, como nunca ha visto en mil viajes en carruaje. Si, además, esa máquina consigue mientras tanto llevar algo de carbón o alguna vaca de un pueblo a otro, mejor que mejor, pero eso no es lo importante. Por eso, por lo que a mí respecta, no es necesario que mi tren tenga una ciudad a la que llegar, porque, en realidad, no necesita llegar a ninguna ciudad siendo su misión la de correr a cien por hora cruzando el mundo, y no la de llegar a algún sitio.

Traducción de Carlos Gumpert y Xavier Gonzáles Rovira

Tierras de cristal
Alessandro Baricco

domingo, 18 de enero de 2009

Ojeada sobre nuestro viaje

William Blake:Europe Supported By Africa & America
A Naturalist's Voyage Round the World
Chapter XXI
MAURITIUS TO ENGLAND
Retrospect on our voyage.
On the 19th of August we finally left the shores of Brazil. I thank God, I shall never again visit a slave-country. To this day, if I hear a distant scream, it recalls with painful vividness my feelings, when passing a house near Pernambuco, I heard the most pitiable moans, and could not but suspect that some poor slave was being tortured, yet knew that I was as powerless as a child even to remonstrate. I suspected that these moans were from a tortured slave, for I was told that this was the case in another instance. Near Rio de Janeiro I lived opposite to an old lady, who kept screws to crush the fingers of her female slaves. I have stayed in a house where a young household mulatto, daily and hourly, was reviled, beaten, and persecuted enough to break the spirit of the lowest animal. I have seen a little boy, six or seven years old, struck thrice with a horse-whip (before I could interfere) on his naked head, for having handed me a glass of water not quite clean; I saw his father tremble at a mere glance from his master's eye. These latter cruelties were witnessed by me in a Spanish colony, in which it has always been said that slaves are better treated than by the Portuguese, English, or other European nations. I have seen at Rio de Janeiro a powerful negro afraid to ward off a blow directed, as he thought, at his face. I was present when a kind-hearted man was on the point of separating forever the men, women, and little children of a large number of families who had long lived together. I will not even allude to the many heart-sickening atrocities which I authentically heard of;—nor would I have mentioned the above revolting details, had I not met with several people, so blinded by the constitutional gaiety of the negro as to speak of slavery as a tolerable evil. Such people have generally visited at the houses of the upper classes, where the domestic slaves are usually well treated, and they have not, like myself, lived amongst the lower classes. Such inquirers will ask slaves about their condition; they forget that the slave must indeed be dull who does not calculate on the chance of his answer reaching his master's ears.
It is argued that self-interest will prevent excessive cruelty; as if self-interest protected our domestic animals, which are far less likely than degraded slaves to stir up the rage of their savage masters. It is an argument long since protested against with noble feeling, and strikingly exemplified, by the ever-illustrious Humboldt. It is often attempted to palliate slavery by comparing the state of slaves with our poorer countrymen: if the misery of our poor be caused not by the laws of nature, but by our institutions, great is our sin; but how this bears on slavery, I cannot see; as well might the use of the thumb-screw be defended in one land, by showing that men in another land suffered from some dreadful disease. Those who look tenderly at the slave owner, and with a cold heart at the slave, never seem to put themselves into the position of the latter;—what a cheerless prospect, with not even a hope of change! picture to yourself the chance, ever hanging over you, of your wife and your little children—those objects which nature urges even the slave to call his own—being torn from you and sold like beasts to the first bidder! And these deeds are done and palliated by men who profess to love their neighbours as themselves, who believe in God, and pray that His Will be done on earth! It makes one's blood boil, yet heart tremble, to think that we Englishmen and our American descendants, with their boastful cry of liberty, have been and are so guilty; but it is a consolation to reflect, that we at least have made a greater sacrifice than ever made by any nation, to expiate our sin.

Viaje de un naturalista alrededor del mundo
CAPÍTULO XXI
De la isla Mauricio a Inglaterra.
Ojeada sobre nuestro viaje.
El 19 de agosto abandonamos en definitiva las costas del Brasil, dando ya gracias a Dios de no tener que volver a visitar países de esclavos. Todavía hoy, cuando oigo un lamento lejano me acuerdo de que el pasar por delante de una casa de Pernambuco oí quejarse; en el acto se me representó en la imaginación, y así era en efecto, que atormentaban a un pobre esclavo; pero al mismo tiempo comprendí que no podía intervenir. En Río Janeiro vivía yo en frente de casa de una señora vieja que tenía tornillos para estrujarles los dedos a sus esclavas. He vivido también en una casa en la que un joven mulato era sin cesar insultado, perseguido y apaleado con una rabia que no se emplearía contra el animal más ínfimo. Un día he visto, antes que pudiese interponerme, dar a un niño de seis o siete años tres porrazos en la cabeza con el mango de un látigo, por haberme traído un vaso que no estaba limpio; el padre del chico presenció este verdadero tormento y bajó la cabeza sin atreverse a proferir ni una palabra. Pues bien estas crueldades ocurrían en una colonia española donde se asegura que se trata a los esclavos mejor que lo hacen los portugueses, los ingleses y las demás naciones de Europa. En Río Janeiro he visto un negro, en lo mejor de la edad, no atreverse levantar el brazo para desviar el golpe que creía dirigido contra su cara. He visto a un hombre, tipo de benevolencia a los ojos del mundo, a punto de separar de los hombres, a las mujeres y a los niños que constituían numerosas familias. No aludiría a estas atrocidades de que he oído hablar, y que por desgracia son muy verdaderas, ni hubiese citado los hechos que acabo de referir, si no hubiese visto personas que, engañadas por la natural alegría del negro, hablan de la esclavitud como de un mal soportable. Esas personas no han visitado sin duda más que las casas de las clases más elevadas, donde por lo común tratan bien a los esclavos domésticos; pero no han tenido ocasión, como yo, de vivir entre las clases inferiores. Esas gentes preguntan por regla general a los mismos esclavos para saber su condición; pero se olvidan de que seria muy insensato el esclavo que al contestar no pensase en que tarde o temprano llegará su respuesta a oídos del amo.
Se asegura, es verdad, que basta el interés para impedir las crueldades excesivas; pero, pregunto yo, ¿ha protegido alguna vez el interés a nuestros animales domésticos, que mucho menos degradados que los esclavos, tienen ocasión, sin embargo, de provocar el furor de sus amos? Contra ese argumento ha protestado con gran energía el ilustre Humboldt. También se ha tratado de excusar muchas veces la esclavitud, comparando la condición de los esclavos con la de nuestros campesinos pobres. Grande es, en verdad, nuestra falta si resulta la miseria de nuestros pobres, no de las leyes naturales, sino de nuestras instituciones; pero casi no puedo comprender qué relación tiene esto con la esclavitud; ¿se podrá perdonar que en un país se empleen, por ejemplo, instrumentos a propósito para triturar los dedos de los esclavos, fundándose en que en otros países están sujetos los hombres a enfermedades tanto o más dolorosas? Los que excusan a los dueños de esclavos y permanecen indiferentes ante la posición de sus víctimas no se han puesto jamás en el lugar de estos infelices, ¡qué porvenir tan terrible, sin esperanza del cambio más ligero! ¡Figuraos cuál sería vuestra vida si tuvieseis constantemente presente la idea de que vuestra mujer y vuestros hijos -esos seres que las leyes naturales hacen tan queridos hasta a los esclavos- han de ser arrancados del hogar para ser vendidos, como bestias de carga, al mejor postor! Pues bien, hombres que profesan grande amor al prójimo, que creen en Dios, que piden todos los días que se haga su voluntad sobre la tierra, son los que toleran, ¿qué digo?, ¡realizan esos actos! ¡Se me enciende la sangre cuando pienso que nosotros, ingleses, que nuestros descendientes, americanos, que todos cuantos, en una palabra, proclamamos tan alto nuestras libertades, nos hemos hecho culpables de actos de este género! Al menos me queda el consuelo de pensar que, para expiar nuestros crímenes, hemos hecho un sacrificio mucho más grande que ninguna otra nación del mundo.
Viaje de un naturalista alrededor del mundo
(Traducción Manuel Vílchez de Serradel,1906)
Charles Darwin

sábado, 17 de enero de 2009

Obelisco

Postal antigua. Obelisco, La aguja de Cleopatra. Central Park. N.Y.
El primer viajero de la Edad Media que dejó un testimonio bastante preciso de Egipto fue el fraile dominico alemán Felix Fabri, de Ulm. En 1480 decidió emprender un peregrinaje hacia los Santos Lugares, y viajó por tierra y mar hasta Jerusalén, regresando vía el Sinaí y Egipto en 1483. Su Evagortium in Terram Sanctam es comparable a los Cuentos de Canterbury por la atracción que el peregrinaje ejerce sobre el lector. El viaje a través del desierto hasta el Sinaí, el Convento de Santa Catalina y la zarza ardiente estuvo dominado por el temor y las preocupaciones; duró 26 días y sólo los más fuertes y capaces podían esperar sobrevivir. A continuación llegaron a El Cairo para ver la Fuente de la Virgen y la cripta de la iglesia de San Sergio, en la que se refugió la Sagrada Familia, en el antiguo Cairo. Vieron las pirámides y Fabri observó, cuando se embarcaban en Alejandría rumbo a Europa, "una magnífica columna, toda de piedra, y sin embargo de altura y anchura asombrosas. En sus cuatro caras tenía figuras talladas de hombres, animales y pájaros, desde la cabeza hasta la base; nadie existe que entienda su significado". Cuatrocientos años más tarde , ese mismo obelisco también abandonaba Alejandría rumbo al Central Park de Nueva York.

Redescubrimiento del Antiguo Egipto
Peter A. Clayton

La marea

J. E. McConnell. El rey Canuto manda detener la marea.
Según la leyenda, se dice que el rey Canuto el Grande, el señor del siglo XI de la mayor parte de Inglaterra y Escandinavia, había hecho llevar su trono a una playa, donde ordenó a la marea detenerse. "Hasta aquí llegarás, y no más allá", dijo, según un autor. Cuando, a pesar de todo, las olas mojaron su trono, utilizó el hecho para dar una lección a sus cortesanos sobre las limitaciones del poder.

Un científico a la orilla del mar
James S. Trefil

Tienda de sellos

Harrison Cluse. El cisne negro de Nueva Gales del Sur (Australia)
A quien revisa atados de correspondencia vieja, un sello retirado de la circulación hace ya tiempo y pegado en algún sobre frágil, le dirá a menudo más que docenas de páginas leídas. A veces aparecen pegados en postales y uno no sabe si despegarlos o guardar tal cual la tarjeta postal, como la hoja de algún gran pintor que tuviera en la cara y al dorso dos dibujos distintos e igualmente valiosos.

¿Se quiebra tal vez en la gama cromática de las series largas la luz de algún sol exótico? ¿Capturarían acaso en los correos centrales de los Estados Pontificios o de Ecuador rayos que nosotros no conocemos?

El niño mira la remota Liberia a través de unos gemelos de teatro que sostiene al revés: allí está, tras su franjita de mar, con sus palmeras, tal como la muestran los sellos. Navega con Vasco de Gama alrededor de un triángulo que es isósceles como la esperanza y cuyos colores cambian según el tiempo. Prospecto de viaje del cabo de Buena Esperanza. El cisne que se ve en los sellos australianos será siempre, incluso en los valores azules, verdes y marrones, el cisne negro que sólo existe en Australia y aquí se desliza sobre las aguas de un estanque como sobre el más pacífico de los oceános.

Dirección única
Walter Benjamin

viernes, 16 de enero de 2009

El coleccionista desengañado

Judy Gibson. Nuevos horizontes
Conocí una vez a un coleccionista -loco de remate como todos sus semejantes- el cual había logrado reunir, a fuerza de viajes, terquedad y libras esterlinas, los siguientes rarísimos objetos:
Unos anteojos usados por Baruch Spinoza.
Un reloj montado por el emperador Carlos V.
Una llave y una cerradura hechas por el rey de Francia Luis XVI.
Un par de zapatos fabricados por León Tolstoi.
Una encinita desarraigada y escuadrada por Guillermo, emperador y rey.
A resultas de muchas de otras locuras de este género se quedó arruinado y un día, con pesar, se decidió a servirse de sus venerables rarezas. Entonces se dio cuenta que con los anteojos de Spinoza no veía; de que no había manera de poner en marcha el reloj de Carlos V; de que la llave de Luis XVI no entraba en la cerradura; de que era imposible andar con los zapatos de Tolstoi, y de que la encinita de Guillermo, enmohecida, no ardía, ni por sueño.
El que en esta verídica historis haya o no una serie de símbolos pedagógicos es algo que dejo a la decisión de los más juiciosos y sagaces lectores.

Exposición personal
Giovanni Papini

jueves, 15 de enero de 2009

El caballero fue luego traer al hijo del señor de la hueste

Fuente: M.Moleiro Editor, S.A.
Libro del caballero Zifar
El Caballero de Dios
El caballero fue luego traer al hijo del señor de la hueste que tenía preso. Y cuando llegaron antes la señora de la villa dijo el caballero al señor de la hueste: «Demandad lo que quisiereis a mí y os responderé.» «Demándoos», dijo el señor de la hueste, «a esta señora de la villa por mujer para mío hijo». «Yo os lo otorgo», dijo el caballero. «Y yo os otorgo el mío hijo para la dueña, comoquiera que no sea en mío poder; ca no es casamiento sin él y ella otorgar». Y otorgáronse por marido y por mujer; empero dijo el señor de la hueste: «Si mesura valiese, suelto debía ser el mío hijo sobre tales palabras como estas, pues paz habemos hecho». «Ciertas», dijo la señora de la villa, «esto no entró en la pleitesía, y mío preso es y yo lo debo soltar cuando yo me quisiere; y no querría que se me saliese de manos por alguna maestría». «Ciertas», dijo el señor de la hueste riendo mucho, «me place que le hayáis siempre en vuestro poder». Y enviaron por el capellán, y preguntó al hijo del señor de la hueste si recibía a la señora de la villa que estaba y delante por mujer como manda santa iglesia. Él dijo que sí recibía. Y preguntó a ella si recibía a él por marido, y ella dijo que sí. Cuando esto ella vio, demandó la llave de la prisión que él tenía; y la prisión era de una cinta de hierro con un candado. Y cayose la prisión en tierra. Y dijo el capellán: «Caballero, ¿sois en vuestro poder y sin ninguna presión?» «Sí», dijo él. «¿Pues recibís esta dueña como santa iglesia manda?» Dijo él: «Sí recibo». Allí se tomaron por las manos y fueron oír misa a la capilla, y desí a yantar. Y después que fueron los caballeros a bohordar y a lanzar y a hacer sus demandas y a correr toros y a hacer grandes alegrías. Allí fueron dados muchos paños y muchas joyas a juglares y a caballeros y a pobres.
Libro del Caballero Zifar
(Edición de Joaquín González Muela)
Ferrand Martínez

Memorias de Adriano

Carlos Freire. M. Yourcenar en Petite Plaisance. (Maine, USA)

Volví por tierra a Grecia. El viaje fue largo. Tenía razones para pensar que aquella sería mi última gira oficial por Oriente, quería más que nunca verlo todo por mis propios ojos. Antioquía, donde me detuve algunas semanas, se me apareció bajo una nueva luz; ya no era tan sensible como antaño a los prestigios de los teatros, las fiestas, las delicias de los jardines de Dafné, el amontonamiento abigarrado de las multitudes. Advertía con mayor fuerza la eterna ligereza de aquel pueblo maldiciente y burlón, que me recordaba el de Alejandría, la necesidad de los pretendidos ejercicios intelectuales, el trivial despliegue de lujo de los ricos. Casi ninguno de aquellos notables comprendía la totalidad de mis programas de obras y reformas en Asia; se contentaban con aprovecharse de ellos para su ciudad, y sobre todo para su propio beneficio. Me encantaba la idea de trasladar la capital de la provincia a Esmirna o a Pérgamo, pero los defectos de Antioquía eran los de cualquier gran metrópolis; no hay ciudad de esa importancia que no los tenga. Mi repugnancia hacia la vida urbana me indujo a consagrarme aun más a las reformas agrarias; completé la larga y compleja reorganización de los dominios imperiales en Asia Menor, por lo cual los campesinos lograron mejoras y el Estado también. En Tracia fui a visitar Andrinópolis, donde los veteranos de las campañas dacias y sármatas se habían congregado atraídos por donaciones de tierras y reducciones de impuestos. Un plan análogo debería aplicarse en Antínoe.Hacía mucho que había concedido exenciones análogas a los médicos y profesores de todas partes, con la esperanza de favorecer el mantenimiento y desarrollo de una clase media seria e instruída. Conozco sus defectos, pero un Estado sólo se mantiene gracias a ella.

Traducción de Julio Cortázar

Memorias de Adriano
Marguerite Yourcenar

Los piratas del "Halifax"

Thomas Somerscales. Alta mar
Eran poco más de las siete cuando el Alerta abandonó la bahía de Cork, dejando a babor el promontorio de Roche-Pointe. El litoral del condado de Cork quedaba algunas millas al oeste.
Antes de dirigir sus miradas sobre aquella inconmensurable extensión de mar sin límites, los pasajeros contemplaban las tierras altas, medio hundidas en la sombra, de la costa meridional de Irlanda. Instalados en la toldilla, miraban, no sin experimentar cierta emoción, natural a sus años. Apenas si habían conservado el recuerdo de las travesías anteriores cuando habían venido de las Antillas a Europa.
Sus vivas imaginaciones trabajaban pensando en aquel gran viaje que les conducía al país natal. En su pensamiento brotaban estas palabras mágicas: excursiones, exploraciones, aventuras, descubrimientos, que pertenecen al diccionario de los turistas. Los relatos que habían leído, sobre todo durante los últimos días pasados en la "Antilian School", se presentaban a su espíritu. ¡Las lecturas de viajes que habían devorado, cuando aún no conocían el sitio a que iba destinado el "Alerta"...! ¡Los atlas y mapas que habían devorado...!
Ahora , aunque ya no ignoraban el objeto de aquel viaje, muy fácil y sencillo, estaban bajo la impresión causada por sus lecturas. Ellos seguían a los grandes descubridores en sus lejanas expediciones, se posesionaban de tierras nuevas, hincando en ellas el pabellón de su país. Ellos eran Cristóbal Colón en América, Vasco de Gama en las Indias, Magallanes en la Tierra del Fuego, Cartier en Canadá, Cook en las islas del Pacífico, Dumont d'Urbille en Nueva Zelanda y en las comarcas antárticas, Livingstone y Stanley en África, Hudson, Parry y James Ross en las regiones del Polo Norte. Repetían con Chateaubriand, que el globo terrestre es demasiado pequeño, puesto que se le ha dado la vuelta, y se lamentaban de que este mundo no tuviese más que cinco partes , y no doce. Veíanse ya lejos..., muy lejos..., aunque el Alerta navegase aún por aguas inglesas.

Los piratas del "Halifax"
Julio Verne

miércoles, 14 de enero de 2009

LOS TIGRES DEL ANNAM

Mapa del mundo elaborado por Matteo Ricci en China
LOS TIGRES DEL ANNAM
Para los annamitas, tigres o genios personificados por tigres rigen los rumbos del espacio.
El Tigre Rojo preside el sur (que está en lo alto de los mapas); le corresponden el estío y el fuego.
El Tigre Negro preside el norte; le corresponden el invierno y el agua.
El Tigre Azul preside el oriente; le corresponden la primavera y las plantas.
El Tigre Blanco preside el occidente; le corresponden el otoño y los metales.
Sobre estos Tigres Cardinales hay otro Tigre, el Tigre Amarillo, que gobierna a los otros y está
en el centro, como él Emperador está en el centro de China y China está en el centro del mundo. (Por eso la llaman el Imperio Central; por eso, ocupa el centro del mapamundi que el P. Ricci, de la Compañía de Jesús, trazó a fines del siglo XVl para instruir a los chinos.)
Lao Tse ha encomendado a los Cinco Tigres la misión de guerrear contra los demonios. Una plegaria annamita, vertida al francés por Louis Cho Chod, implora con devoción el socorro de
sus incontenibles ejércitos. Esta superstición es de origen chino; los sinólogos hablan de un Tigre Blanco, que preside la remota región de las estrellas occidentales. En el sur, los chinos ubican un Pájaro Rojo; en el oriente, un Dragón Azul; en el norte, una Tortuga negra. Como se ve, los annamitas han conservado los colores, pero han unificado los animales.
Los Bhils, pueblo del centro del Indostán, creen en infiernos para Tigres; los malayos saben de una ciudad en el corazón de la jungla, con vigas de huesos humanos, con muros de pieles humanas, con aleros de cabelleras humanas, construida y habitada por Tigres.
El libro de los seres imaginarios
(El Manual de zoología fantástica)
Jorge Luis Borges/Margarita Guerrero

Viajando por el extranjero

Retrato anónimo de Charles Dickens

Por regla general hubiese preferido que mi mulo se hubiese mantenido al caminar un poco más hacia dentro y que no viajara siempre con una pezuña o dos por el precipicio, aunque me consolaba la explicación que lo atribuía a su gran sagacidad -lo cierto es que en otros tiempos había llevado cargas de madera muy ancha y el mulo no tenía claro si yo era de la misma especie y requería tanto sitio como ellas. Me condujo sin peligro, a su sabia manera, entre los puertos de los Alpes, y disfruté de una docena de climas cada día; estuve -como Don Quijote a lomos del caballo de madera- en la región del viento, ahora en la del fuego, después en la región del hielo y de la nieve que nunca se derrite. Aquí pasé sobre temblorosas cúpulas de hielo mientras debajo se oía el estruendo de la catarata; fui recibido bajo arcos de carámbanos de indecible belleza y, en las paradas, el dulce aire era tan vigorizante y ligero que me invitó a revolcarme en la nieve cuando veía hacerlo a mi mulo, pensando que sabía hacer mejor que yo lo que convenía. Llegamos a mediodía y a media hora del deshielo al tosco refugio de montaña que se encontraba en una isla de barro rodeada de un mar de nieve mientras la reata de los mulos y de los carros, repletos de toneles y fardos que habían estado en condiciones árticas a una milla de distancia, desprendían vapor de nuevo.
Dormí en casas religiosas y refugios inhóspitos de muchos tipos durante este viaje y, al lado de la estufa por la noche, escuché historias de viajeros que habían muerto enterrados por la nieve cuando estaban muy cerca de ser oídos...

Traducción de Betty Curtis

Cuentos sobrenaturales
Charles Dickens