miércoles, 31 de diciembre de 2008

Si de verdad les interesa lo que voy a contarles

J.D.Salinger 1951
The Catcher in the Rye
I
If you really want to hear about it, the first thing you’ll probably want to know is where I was born, and what my lousy childhood was like, and how my parents were occupied and all before they had me, and all that David Copperfield kind of crap, but I don’t feel like going into it, if you want to know the truth. In the first place, that stuff bores me, and in the second place, my parents would have two hemorrhages apiece if I told anything pretty personal about them. They’re quitee touchy about anything like that, especially my father. They’re nice and all - I’m not saying that - but they’re also touchy as hell. Besides, I’m not going to tell you my whole goodam autobiography or anything. I’ll just tell you about this madman stuff that happened to me last Christmas just before I got pretty run-down and had to come out and take it easy. I mean that’s all I told D.B. about, and he’s my brother and all. He’s in Hollywood. That isn’t too far from this crumby place, and he comes over and visits me practically every week end. He’s going to drive me home when I go home next month maybe. He just got a Jaguar. One of those little English jobs that can do around two hundred miles an hour. It cost him damn near four thousand bucks. He’s got a lot of dough, now. He didn’t use to. He used to be just a regular writer, when he was home. He wrote thizs terrific book of short stories, The Secret Goldfish, in case you never heard of him. The best one in it was «‘The Secret Goldfish.’ It was about this little kid that wouldn’t let anybody look at his goldfish because he’d bought it with his own money. It killed me. Now he’s out in Hollywood, D.B., being a prostitute. If there’s one thing I hate, it’s the movies. Don’t even mention them to me.

El guardián entre el centeno
Capítulo 1
Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada. Para esas cosas son muy especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no, pero a quisquillosos no hay quien les gane. Además, no crean que voy a contarles mi autobiografía con pelos y señales. Sólo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasó durante las Navidades pasadas, antes de que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme aquí a reponerme un poco. A D.B. tampoco le he contado más, y eso que es mi hermano. Vive en Hollywood. Como no está muy lejos de este antro, suele venir a verme casi todos los fines de semana. El será quien me lleve a casa cuando salga de aquí, quizá el mes próximo. Acaba de comprarse un «Jaguar», uno de esos cacharros ingleses que se ponen en las doscientas millas por hora como si nada. Cerca de cuatro mil dólares le ha costado. Ahora está forrado el tío. Antes no. Cuando vivía en casa era sólo un escritor corriente y normal. Por si no saben quién es, les diré que ha escrito El pececillo secreto, que es un libro de cuentos fenomenal. El mejor de todos es el que se llama igual que el libro. Trata de un niño que tiene un pez y no se lo deja ver a nadie porque se lo ha comprado con su dinero. Es una historia estupenda. Ahora D.B. está en Hollywood prostituyéndose. Si hay algo que odio en el mundo es el cine. Ni me lo nombren.
El guardián entre el centeno
(Traductora: Carmen Criado)
J.D. Salinger

martes, 30 de diciembre de 2008

Nubes viajeras

Luis Antonio Gil Pellin. Nubes sobre Llanos de Gea, Teruel
Las nubes nos dan una sensación de inestabilidad y de eternidad. Las nubes son -como el mar- siempre varias y siempre las mismas. Sentimos, mirándolas, como nuestro ser y todas las cosas corren hacia la nada, en tanto que ellas -tan fugitivas- permanecen eternas. A estas nubes que ahora miramos, las miraron hace doscientos, quinientos, mil, tres mil años, otros hombres con las mismas pasiones y las mismas ansias que nosotros. Cuando queremos tener aprisionado el tiempo -en un momento de ventura- vemos que han pasado ya semanas, meses, años. Las nubes, sin embargo, que son siempre distintas en todo momento, todos los días van caminando por el cielo. Hay nubes redondas, henchidas de un blanco brillante, que destacan en las mañanas de primavera sobre los cielos translúcidos. Las hay como cendales tenues, que se perfilan en un fondo lechoso. Las hay grises sobre una lejanía gris. Las hay de carmín y oro en los ocasos inacabables, profundamente melancólicos, de las llanuras. Las hay como velloncitos iguales e innumerables, que dejan ver por entre algún claro un pedazo de cielo azul.Unas marchan lentas, pausadas; otras pasan rápidamente. Algunas de color ceniza, cuando cubren todo el firmamento, dejan caer sobre la tierra una luz opaca, tamizada, gris, que presta su encanto a los paisajes otoñales...

Nubes viajeras
Azorín

lunes, 29 de diciembre de 2008

Lunes o martes

Roger Fry:Retrato de Virginia Woolf
Monday or Tuesday
(Eight Stories)
Monday or Tuesday
Lazy and indifferent, shaking space easily from his wings, knowing his way, the heron passes over the church beneath the sky. White and distant, absorbed in itself, endlessly the sky covers and uncovers, moves and remains. A lake? Blot the shores of it out! A mountain? Oh, perfect–the sun gold on its slopes. Down that falls. Ferns then, or white feathers, for ever and ever–
Desiring truth, awaiting it, laboriously distilling a few words, for ever desiring–(a cry starts to the left, another to the right. Wheels strike divergently. Omnibuses conglomerate in conflict)–for ever desiring–(the clock asseverates with twelve distinct strokes that it is mid-day; light sheds gold scales; children swarm)–for ever desiring truth. Red is the dome; coins hang on the trees; smoke trails from the chimneys; bark, shout, cry "Iron for sale"–and truth?
Radiating to a point men's feet and women's feet, black or gold-encrusted–(This foggy weather–Sugar? No, thank you–The commonwealth of the future)–the firelight darting and making the room red, save for the black figures and their bright eyes, while outside a van discharges, Miss Thingummy drinks tea at her desk, and plate-glass preserves fur coats–
Flaunted, leaf-light, drifting at corners, blown across the wheels, silver-splashed, home or not home, gathered, scattered, squandered in separate scales, swept up, down, torn, sunk, assembled–and truth?
Now to recollect by the fireside on the white square of marble. From ivory depths words rising shed their blackness, blossom and penetrate. Fallen the book; in the flame, in the smoke, in the momentary sparks–or now voyaging, the marble square pendant, minarets beneath and the Indian seas, while space rushes blue and stars glint–truth? or now, content with closeness?
Lazy and indifferent the heron returns; the sky veils her stars; then bares them.

Lunes o martes
Perezosa e indiferente, sacudiendo con facilidad el espacio de sus alas, conocedora de su camino, pasa la garza sobre la iglesia, bajo el cielo. Blanco e indiferente, ensimismado, el cielo cubre y descubre sin cesar, se va y se queda. ¿Un lago? ¡Quítale las orillas! ¿Una montaña? Sí, perfecto, con el oro del sol en las laderas. Cae desde lo alto. Helechos o plumas blancas, siempre, siempre...
Deseando la verdad, esperándola, destilando laboriosamente unas pocas palabras, deseando siempre (se inicia un grito a la izquierda, otro a la derecha; ruedas golpean divergentes; omnibuses se conglomeran en conflicto), deseando siempre (el reloj asevera con doce claras campanadas que es mediodía; la luz vierte escamas de oro; niños se arremolinan), deseando siempre verdad. Roja es la cúpula; de los árboles cuelgan monedas; el humo sale lento de las chimeneas; ladrido, alarido, grito. «Compro metal»... ¿Y la verdad?
Como rayos orientados hacia un punto, pies de hombres, pies de mujeres, negros o con incrustaciones doradas (Esa niebla... ¿Azúcar? No, gracias... La commonwealth del futuro), la luz del fuego salta y deja roja la estancia, salvo las negras figuras y sus ojos brillantes, mientras descargan una camioneta fuera, la señorita Thingummy sorbe té en su mesa escritorio, y las vitrinas protegen abrigos de pieles.
Cacareada, leve cual hoja, rizada en los bordes, pasada por las ruedas, plateada, en casa o fuera de casa, reunida, esparcida, derrochada en diferentes platillos de la balanza, barrida, sumergida, desgarrada, hundida, ensamblada... ¿Y la verdad?
Recordar ahora junto al fuego del hogar la blanca plaza de mármol. De las profundidades de marfil se alzan palabras que vierten su negrura, florecen y penetran. El libro caído; en la llama, en el humo, en las perecederas chispas; o ya viajando, la bandera en la plaza de mármol, minaretes debajo y mares de la India, mientras los espacios azules corren y las estrellas brillan... ¿la verdad?, o bien, ¿satisfacción con su proximidad?
Perezosa e indiferente la garza regresa; el cielo cubre con un velo sus estrellas; las borra luego.
Lunes o martes
Virginia Woolf

Tierras de cristal

Peter Walton. El tren
Pero eso no cambiará nada: llegará el día, y ese día Jun tendrá que ir a Morivar. Y si es verdad que los trenes están hechos igual que el destino, y que el destino está hecho igual que los trenes, entonces yo digo que ese día no habrá una manera más justa y más hermosa de llegar a Morivar. que la de llegar con el culo montado en un tren.
Permaneció callado el señor Rail. Miraba al viejo Andersson y pensaba. Le subía por el interior una tristeza antigua y sabía que no tenía que dejarla llegar hasta donde empezaría a hacer daño de verdad. Intentó pensar en un tren en marcha, sólo en eso, dejarse llevar por esa idea, un tren en marcha, como una herida a lo largo de los campos de Quinnipak, siempre en línea recta hacia adelante, hasta quién sabe dónde, hasta donde los raíles desaparecieran en la nada, será un lugar cualquiera, o quizás una ciudad, qué ciudad, una ciudad cualquiera, o mejor precisamente ésa, recto como un proyectil disparado contra esa ciudad, precisamente ésa, porque hay mil lugares a los que puede llegar un tren, pero ese tren tiene un lugar especial al que llegar, y ese lugar será Morivar.

Traducción de Carlos Gumpert y Xavier Gonzáles Rovira

Tierras de cristal
Alessandro Baricco

domingo, 28 de diciembre de 2008

El puñal mágico

Colección Wason. Alexandra David-Néel
Varias veces, gentes que habían heredado objetos de tal género me han rogado, insistentemente, que los librase de ellos. Vale la pena que cuente cómo un día la fortuna se puso de mi parte. Durante un viaje tropecé con una pequeña caravana de lamas, y hablando con ellos, como es uso en caminos donde hay pocos viajeros, supe que llevaban un purba (puñal mágico) que causaba muchas calamidades.
Aquel instrumento ritual había sido de un lama, jefe de ellos, recién fallecido. El puñal inició sus fechorías en el mismo monasterio: de tres religiosos que le habían tocado, dos murieron y el tercero se había roto una pierna cayéndose del caballo. La pértiga de una de las grandes banderas de bendición colocadas en el patio de la gompa se había partido, lo que era muy mal presagio. Asustados, no atreviéndose a destruir el purba, temiendo mayores calamidades, los monjes lo habían metido en un armario, pero de éste salían extraños ruidos. Por fin, habían decidido ir a depositar el objeto nefasto en una pequeña caverna aislada, consagrada a una divinidad, pero los pastores que vivían bajo las tiendas en aquella región amenazaban con oponerse. Recordaban la historia de un purba -ignoraban la época- que, en condiciones similares, había danzado solo por el aire, hiriendo y matando a buen número de personas y de animales...

Místicos y Magos del Tibet
Alexandra David-Néel

Levantarse temprano

Guanajuato, México
Malos Hábitos
Levantarse temprano
El viernes pasado encontré en Revista de Revistas un artículo escrito por mi buen amigo Loubet que es una especie de oda a los que se levantan temprano. Además de bien escrito está bien ilustrado. Allí aparecen los panaderos, los lecheros, los barrenderos, los que van a hacer ejercicio en Chapultepec, los niños que piden aventón para llegar a clase de siete, etcétera.
Esta lectura, unida a la circunstancia de que hoy tuve que levantarme a las cinco de la mañana, me han hecho recapacitar y llegar a la conclusión de que francamente, levantarse temprano no sólo es muy desagradable, sino completamente idiota.
Ahora comprendo que los últimos veinte años los he pasado en un mundo dado a la molicie.
—Paso por ti cuando reviente el alba. Es decir, a las nueve y media de la mañana —dicen mis amigos.
Pues sí, un mundo dado a la molicie del que no pienso salir.
Los efectos de madrugar son de muchas índoles, pero todos ellos corrosivos de la personalidad. Hay quien se levanta temprano a fuerzas, se para frente al espejo a bostezar y a arreglarse el cabello y la cara con el objeto de dar la impresión de que se lavó. Este intento generalmente es patético. Si alcanza lugar sentado en el camión que lo lleva al trabajo se duerme sobre el hombro del vecino, desayuna en la esquina del lugar donde trabaja unos tamales, o bien dos huevos crudos metidos en jugo de naranja -que es una mezcla que produce cáncer en el intestino delgado- pasa la mañana sintiéndose infeliz, trabajando un poquito y quitándose las lagañas; se va de bruces en el camión de regreso, a las seis de la tarde.
Los que se levantan temprano a fuerzas constituyen un grupo social de descontentos, en donde se gestarían revoluciones si sus miembros no tuvieran la tendencia a quedarse dormidos con cualquier pretexto y en cualquier postura. En vez de revolucionar, gruñen y dicen que el destino les hizo trampa.
Los que madrugan por gusto son peores.
—Yo siento que la cama materialmente me avienta a las cinco de la mañana.
—Mal veo despuntar el sol, brinco de la cama, abro la ventana y pregunto “¿solecito, solecito, qué quieres de mí hoy?”
—Cuando me estoy rasurando oigo el canto del primer jilguero, después, un regaderazo con agua helada, me seco con una toalla especial de ixtle para que me abra el poro, y por último mi té de boldo. Quedo como nuevo.
Esta clase de gente tiene la costumbre de salir a la calle de noche y caminar con paso vivaz por el centro del asfalto —le temen a la banqueta, porque creen que hay gente agazapada en los zaguanes, lista para asaltarlos; no se dan cuenta de que los asaltantes están dormidos a esa hora— dejan a su paso una estela de agua de Colonia o talco desodorante que queda flotando en el ambiente hasta que pasa el primer autobús. Van a misa de cinco, a la Adoración Nocturna, a hacer ejercicio, a pasear un perro desmañanado, o, peor todavía, a despertar al velador del edificio para que les abra el despacho.
Son por lo general, gente de dinero y creen que la fortuna que tienen se las concedió Dios nomás por el gusto que le da verlos levantarse temprano. Aconsejan esta práctica saludable a todo el que encuentran -en realidad no tienen otro tema de conversación, inventarían refranes si pudieran, como no pueden, repiten el consabido de “al que madruga, Dios le ayuda”, que es una afirmación que carece de fundamento histórico.
Esta clase de personajes también tiene la tendencia a obligar niños a que les piquen la panza con el dedo.
—Mira niño, es como de fierro. Aprende: estoy así porque me levanto temprano. Tengo sesenta años y mírame.
Llegan a los sesenta como jóvenes, dando brinquitos y mueren de sesenta y uno, víctimas de una trombosis cuádruple.
Los que inventaron que es bueno levantarse temprano son los que determinaron que los turnos de trabajo cambien rayando el sol, que los fusilamientos se lleven a cabo al amanecer, que se reparta la leche al alba, que no se permita la entrada de carga después de las siete de la mañana, etcétera. En resumen son los únicos responsables de que la ciudad empiece a funcionar a una hora de la que nada bueno puede esperarse.
Instrucciones para vivir en México
(Selección de artículos publicados en Excelsior (1969-1976),
compilados por Guillermo Sheridan)

Jorge Ibargüengoitia

sábado, 27 de diciembre de 2008

El guardagujas

Richard Nowitz. Rieles

El forastero llegó sin aliento a la estación desierta. Su gran valija, que nadie quiso cargar, le había fatigado en extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con la mano en visera miró los rieles que se perdían en el horizonte. Desalentado y pensativo consultó su reloj: la hora justa en que el tren debía partir.
Alguien, salido de quién sabe dónde, le dio una palmada muy suave. Al volverse, el forastero se halló ante un viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero. Llevaba en la mano una linterna roja, pero tan pequeña, que parecía de juguete. Miró sonriendo al viajero, que le preguntó con ansiedad:
-Usted perdone, ¿ha salido ya el tren?
-¿Lleva usted poco tiempo en este país?
-Necesito salir inmediatamente. Debo hallarme en T. mañana mismo.
-Se ve que usted ignora las cosas por completo. Lo que debe hacer ahora mismo es buscar alojamiento en la fonda para viajeros -y señálo un extraño edificio ceniciento que más bien parecía un presidio.
-Pero yo no quiero alojarme, sino salir en el tren.
-Alquile usted un cuarto inmediatamente, si es que lo hay. En caso de que pueda conseguirlo, contrátelo por mes, le resultará más barato y recibirá mejor atención.
-¿Está usted loco? Yo debo llegar a T. mañana mismo.
-Francamente, debería abandonarlo a su suerte. Sin embargo, le daré unos informes.
-Por favor...
-Este país es famoso por sus ferrocarriles, como usted sabe. Hasta ahora no ha sido posible organizarlos debidamente, pero se han hecho grandes cosas en lo que se refiere a la publicación de itinerarios y a la expedición de boletos. Las guías ferroviarias abarcan y enlazan todas las poblaciones de la nación; se expenden boletos hasta para las aldeas más pequeñas y remotas. Falta solamente que los convoyes cumplan las indicaciones contenidas en las guías y que pasen efectivamente por las estaciones. Los habitantes del país así lo esperan; mientras tanto, aceptan las irregularidades del servicio y su patriotismo les impide cualquier manifestación de desagrado.

El guardagujas
Juan José Arreola

Cupido y la abeja

William-Adolphe Bouguereau:Elegy (1899)
CUPIDO Y LA ABEJA
Una abeja escondida
Tras una flor se hallaba,
Acercóse Cupido
Y le picó con rábia.
De la diosa de Chipre
El niño-díos se ampara:
–¡Yo muero, madre, dice,
Yo muero, madre amada,
Que me picó una sierpe
Que los aires cruzaba,
Si una sierpe de esas
A quien abeja llaman...
Entre risueña y triste
Venus, así le habla:
–Si el picar de la abeja
Tales dolores causa
¿Cuál será el de los dardos
Que guardas en tu aljaba!...
Cupido y la abeja
(La Abeja, Revista científica y literaria ilustrada,
Barcelona, tomo VI, pág. 72, 1870

Traducción:Aurelio Querol)
(Fuente:Ramiro GONZÁLEZ DELGADO:Anacreonte en la prensa del siglo XIX)

Anacreonte

viernes, 26 de diciembre de 2008

El Necronomicón: la traducción de Dee

Sidney H. Sime. Tong Tong Tarrup
Ninguno de mis jóvenes compañeros, ni Mouli ni Ismail, parecía capaz de sentir la completa y horrible lejanía de la ciudad sin nombre, ya que para ellos una ruina era una ruina y la piedra era piedra, fuera quien fuese el que la construyera y cuando la construyera. En parte esta insensibilidad de mis discípulos me agradaba, porque la encontraba reconfortante, y a veces maldije a mi imaginación que, quizá, pintaba horrores donde no los había. Pero me acordé de otras ciudades primitivas que había visto y visitado durante los años de mis viajes por toda la Tierra, o de aquella terrible Ciudad Maligna maldita, esa ciudad que los Beduinos del desierto llaman en voz baja Beled-el-Djinn, la Ciudad de los Diablos, que los turcos llaman Kara-Shehr, la Ciudad Negra, donde una Momia postrada en un trono milenario sujeta con sus garras marchitas una joya de antigüedad innombrable; y me acordé, también, de Irem, la Ciudad de los Pilares, y de mis andanzas por Mesopotamia donde se encuentran las ruinas de Sarnath la Condenada, que está entre las ciudades más antiguas construidas por el hombre, y de su vecina de mala fama, la ciudad de piedra gris de Ib, que no fue construida por las manos del hombre.

El Necronomicón: la traducción de Dee
Lin Carter

jueves, 25 de diciembre de 2008

Itaca: Entrada 1001


"La verità non sta in un solo sogno ma in molti sogni"

"La verdad no se encuentra en un sueño, sino en muchos sueños"



Ítaca ha llegado a las 1001 entradas.
Esperamos seguir dando en la diana.
Gracias a todos.



Il fiore delle mille e una notte
Las mil y una noches
Pier Paolo Pasolini

1000

Europa en el año 1000
Gregorian calendar 1000
Ab urbe condita 1753
Armenian calendar 449
Bahá'í calendar -844-843
Berber calendar 1950
Buddhist calendar 1544
Burmese calendar 362
Byzantine calendar 6508 – 6509
Chinese calendar (3636/3696-11-22) (3637/3697-12-3)
Coptic calendar 716 – 717
Ethiopian calendar 992 – 993
Hebrew calendar 4760 – 4761
Hindu calendars
- Vikram Samvat 1055 – 1056
- Shaka Samvat 922 – 923
- Kali Yuga 4101 – 4102
Holocene calendar 11000
Iranian calendar 378 – 379
Islamic calendar 390 – 391
Japanese calendar
Korean calendar 3333
Thai solar calendar 1543
Itaca 1000
Fuente:Wikipedia

Apocalipsis 22:10

John Michell:A diagram of the "New Jerusalem"
Y me dijo: No selles las palabras de la profecía de este libro; porque el tiempo está cerca.
Apocalipsis 22:10
Apocalipsis
(Biblia Reina-Valera 1602)
San Juan

Al abrigo

Mary Cassatt:Little Girl in a Blue Armchair
La mayor
Al abrigo
Un comerciante de muebles que acababa de comprar un sillón de segunda mano descubrió una vez que en un hueco del respaldo una de sus antiguas propietarias había ocultado su diario íntimo. Por alguna razón -muerte, olvido, fuga precipitada, embargo- el diario había quedado ahi, y el comerciante, experto en construcción de muebles, lo había encontrado por casualidad al palpar el respaldo para probar su solidez. Ese día se quedó hasta tarde en el negocio abarrotado de camas, sillas, mesas y roperos, leyendo en la trastienda el diario íntimo a la luz de la lámpara, inclinado sobre el escritorio. El diario revelaba, día a día, los problemas sentimentales de su autora y el mueblero, que era un hombre inteligente y discreto, comprendió enseguida que la mujer había vivido disimulando su verdadera personalidad y que por un azar inconcebible, el la conocía mucho mejor que las personas que habían vivido junto a ella y que aparecían mencionadas en el diario.El mueblero se quedó pensativo. Durante un buen rato, la idea de que alguien pudiese tener en su casa, al abrigo del mundo, algo escondido -un diario, o lo que fuese-, le parecía extraña, casi imposible, hasta que unos minutos después, en el momento en que se levantaba y empezaba a poner en orden su escritorio antes de irse para su casa, se percató, no sin estupor, de que él mismo tenía, en alguna parte, cosas ocultas de las que el mundo ignoraba la existencia. En su casa, por ejemplo, en el altillo, en una caja de lata desimulada entre revistas viejas y trastos inútiles, el mueblero tenía guardado un rollo de billetes, que iba engrosando de tanto en tanto, y cuya existencia hasta su mujer y sus hijos desconocían; el mueblero no podía decir de un modo preciso con qué objeto guardaba esos billetes, pero poco a poco lo fue ganando la desagradable certidumbre de que su vida entera se definía no por sus actividades cotidianas ejercidads a la luz del día, sino por ese rollo de billetes que se carcomía en el desván. Y que de todos los actos, el fundamental era, sin duda, el de agregar de vez en cuando un billete al rollo carcomido.
Mientras encendía el letrero luminoso que llenaba de una luz violeta el aire negro por encima de la vereda, el mueblero fue asaltado por otro recuerdo: buscando un sacapuntas en la pieza de su hijo mayor, había encontrado por casualidad una serie de fotografías pornográficas que su hijo escondía en el cajón de la cómoda. El mueblero las había vuelto a dejar rápidamente en su lugar, menos por pudor que por el temor de que su hijo pensase que el tenía la costumbre de hurgar en sus cosas. Durante la cena, el mueblero se puso a observar a su mujer: por primera vez después de treinta años le venía a la cabeza la idea de que también ella debía guardar algo oculto, algo tan propio y tan profundamente hundido que, aunque ella misma lo quisiese, ni siquiera la tortura podría hacérselo confesar. El mueblero sintió una especie de vértigo. No era el miedo banal a ser traicionado o estafado lo que le hacía dar vueltas en la cabeza como un vino que sube, sino la certidumbre de que, justo cuando estaba en el umbral de la vejez, iba tal vez a verse obligado a modificar las nociones mas elementales que constituían su vida. O lo que el había llamado su vida: porque su vida, su verdadera vida, según su nueva intuición, transcurría en alguna parte, en lo negro, al abrigo de los acontecimientos, y parecía mas inalcanzable que el arrabal del universo.
La mayor
Juan José Saer

Venecia

Antonio Fuertes. Atardecer en Venecia
¡Oh, Venecia! ¿Cómo defenderse contra ti? Ni contra ti ni contra lo que tú, bendita, alumbraste... LLega a ti un día el viajero; tal vez desconfiado, ha querido armarse previamente, para evitar valoraciones demasiado rutinarias y blandas, demasiado hijas de un hechizo convencional y mediocre. Se ha dicho, por ventura: "Valdrá más guardar el puro entusiasmo para una Florencia o para algunas de esas ciudades de la Italia del Norte, de belleza más recóndita y más difícil. Venecia posee esta calidad de ópera, que el vulgo confortable toma, tan fácilmente, por una categoría estética..." ¡Inútil precaución, mezquina coraza para la sensibilidad! LLega, digo, el díscolo a Venecia; y a la media hora Venecia le ha conquistado; le ha conquistado para toda la vida, narcotizándole a la vez el sentido crítico y la moral. Como hay mujeres, hay ciudades así.

Venecia
Eugenio D'ors

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Aventuras de un novelista atonal

Fuente:unaslecturas
Aventuras de un novelista atonal
Dentro de una pieza cavernosa, esferoide, un novelista se encontraba escribiendo. Al parecer, de lo más entretenido.
Tanto el techo como las paredes eran curvos: el piso hacia abajo, por hallarse casi hundido en el centro; con mesa, sillas, ropero y novelista practicando, desesperados, alpinismo en la cresta de esa horrenda fosa o sima. El techo por su parte —esto es curioso— encontrábase combado hacia arriba: como si una violenta explosión lo hubiese transformado en una roñosa superficie cóncava. Su extrañísima forma debemos atribuirla no exactamente a impericia sino, más bien, a las peculiares ideas arquitectónicas de quien se encargó de restaurar ese edificio de casi cien años. Fastidiado ante los sucesivos derrumbes, se dijo: "Este techo se cayó más de tres veces. Más de cuatro, no". Así pues le dio forma de cúpula, procediendo luego a plastificarla y a pintar, sobre el todo, motivos adecuados. Para la decoración de su Capilla Sixtina siguió un método resonante entre lo moderno y lo antiguo. Tratábase de largas hileras ondulantes de rombos, encadenados unos con otros por los vértices; algunos mostraban en su interior rosas azules sobre fondo lila esfumado, en tanto que otros eran de un color que, por lo indescriptible, denominaré milanesa frita. La ilusión del brillo del aceite estaba dada por el plastificado. Este era lavable, como las pinturas, aunque en cinco años jamás alguien lo limpió; a raíz de ello, la mala combustión del querosén proveniente de un calentador, sumada a las nubes asfixiantes y tenebrosas de los guisotes, consiguieron dejarlo ahumado como a las pancetas. No quisiera ser acusado de minucioso y detallista en extremo, pero no puedo menos, en este caso, que aumentar la precisión de lo descripto: aquel techo tenía el color exacto de esos objetos que los reducidores de cabezas mantienen sobre hogueras humeantes, días y días, hasta que toman el tamaño de un puño.
Qué delicia. El novelista, distraído, nada notaba y escribía sin cesar, durante todos los momentos libres que le arrojaban como migajas sus ocupaciones de obrero de la limpieza.
En sucesivos períodos, el escritor viose obligado a compartir sus buhardillas con dos, tres o más compañeros de cuarto. Siempre pobrísimo, con húmedo frío en invierno; calor inaguantable en verano y baño común para cincuenta personas.
Aventuras de un novelista atonal
Alberto Laiseca

Levantad, carpinteros, la viga del tejado.

El duque Mu de Chin dijo a Po Lo: " Ya estás cargado de años. ¿Hay algún miembro de tu familia a quien pueda encomendarle que me busque caballos en tu lugar?" Po Lo respondió: "Un buen caballo puede ser elegido por su estructura general y su apariencia. Peo el mejor caballo, el que no levanta polvo ni deja huellas, es algo evanescente y fugaz, esquivo como el aire sutil. El talento de mis hijos es de nivel inferior; cuando ven caballos pueden señalar a uno bueno pero no al mejor. No obstante tengo un amigo, un tal Chiu-Fang Kao, vendedor de vegetales y combustible, que en cosas de caballos no es en modo alguno inferior a mí. Te ruego que vayas a verlo". El duque Mú así lo hizo y después lo envió en busca de un corcel. Tres meses más tarde volvió con la noticia de que había encontrado uno. "Ahora está en Sach`iu", añadió. "¿Qué clase de caballo es?", preguntó el duque. "Oh, es una llegua baya", fue la respuesta. ¡Pero alguien fue a buscarlo, y resultó ser un semental negro! Muy disgustado, el duque mandó a buscar a Po Lo. "Ese amigo tuyo - dijo- a quien le encargué que me buscara un caballo, se ha hecho un buen lío. ¡Ni siquiera sabe distinguir el color o el sexo de un animal! ¿Qué diablos puede saber de caballos?" Po lanzó un suspiro de satisfacción. "¿Ha llegado realmente tan lejos? -exclamó-. Ah, entonces vale diez mil veces más que yo. No hay comparación entre nosotros. Lo que Kao tiene en cuenta es el mecanismo espiritual. Se asegura de lo esencial y olvida los detalles triviales; atento a las cualidades interiores, pierde de vista las exteriores. Ve lo que quiere ver y no lo que no quiere ver. Mira las cosas que debe mirar y descuida las que no es necesario mirar. Kao es un juez tan perspicaz en materia de caballos, que puede juzgar de algo más que de caballos."
Cuando el caballo llegó, resultó ser un animal superior.

Levantad, carpinteros, la viga del tejado.
J. D. Salinger

martes, 23 de diciembre de 2008

Cuentos populares rusos

Aleksandr Nikolaevich Afanasiev
Cuentos populares rusos
La invernada de los animales
Un toro que pasaba por un bosque se encontró con un cordero.
-¿Adónde vas, Cordero? -le preguntó.
-Busco un refugio para resguardarme del frío en el invierno que se aproxima -contestó el Cordero.
-Pues vamos juntos en su busca.
Continuaron andando los dos y se encontraron con un cerdo.
-¿Adónde vas, Cerdo? -preguntó el Toro.
-Busco un refugio para el crudo invierno -contestó el Cerdo.
-Pues ven con nosotros.
Siguieron andando los tres y a poco se les acercó un ganso.
-¿Adónde vas, Ganso? -le preguntó el Toro.
-Voy buscando un refugio para el invierno -contestó el Ganso.
-Pues síguenos.
Y el ganso continuó con ellos. Anduvieron un ratito y tropezaron con un gallo.
-¿Adónde vas, Gallo? -le preguntó el Toro.
-Busco un refugio para invernar -contestó el Gallo.
-Pues todos buscamos lo mismo. Síguenos -repuso el Toro.
Y juntos los cinco siguieron el camino, hablando entre sí.
-¿Qué haremos? El invierno está empezando y ya se sienten los primeros fríos. ¿Dónde encontraremos un albergue para todos?
Entonces el Toro les propuso:
-Mi parecer es que hay que construir una cabaña, porque si no, es seguro que nos helaremos en la primera noche fría. Si trabajamos todos, pronto la veremos hecha.
Pero el Cordero repuso:
-Yo tengo un abrigo muy calentito. ¡Mirad qué lana! Podré invernar sin necesidad de cabaña.
El Cerdo dijo a su vez:
-A mí el frío no me preocupa; me esconderé entre la tierra y no necesitaré otro refugio.
El Ganso dijo:
-Pues yo me sentaré entre las ramas de un abeto, un ala me servirá de cama y la otra de manta, y no habrá frío capaz de molestarme; no necesito, pues, trabajar en la cabaña.
El Gallo exclamó:
-¿Acaso no tengo yo también alas para preservarme contra el frío? Podré invernar muy bien al descubierto.
El Toro, viendo que no podía contar con la ayuda de sus compañeros y que tendría que trabajar solo, les dijo:
-Pues bien, como queráis; yo me haré una casita bien caliente que me resguardará; pero ya que la hago yo solo, no vengáis luego a pedirme amparo.
Y poniendo en práctica su idea, construyó una cabaña y se estableció en ella.
Pronto llegó el invierno, y cada día que pasaba el frío se hacía más intenso. Entonces el Cordero fue a pedir albergue al Toro, diciéndole:
-Déjame entrar, amigo Toro, para calentarme un poquito.
-No, Cordero; tú tienes un buen abrigo en tu lana y puedes invernar al descubierto. No me supliques más, porque no te dejaré entrar.
-Pues si no me dejas entrar -contestó el Cordero- daré un topetazo con toda mi fuerza y derribaré una viga de tu cabaña y pasarás frío como yo.
El Toro reflexionó un rato y se dijo: «Le dejaré entrar, porque si no, será peor para mí».
Y dejó entrar al Cordero. Al poco rato el Cerdo, que estaba helado de frío, vino a su vez a pedir albergue al Toro.
-Déjame entrar, amigo, tengo frío.
-No. Tú puedes esconderte entre la tierra y de ese modo invernar sin tener frío.
-Pues si no me dejas entrar hozaré con mi hocico el pie de los postes que sostienen tu cabaña y se caerá.
No hubo más remedio que dejar entrar al Cerdo. Al fin vinieron el Ganso y el Gallo a pedir protección.
-Déjanos entrar, buen Toro; tenemos mucho frío.
-No, amigos míos; tenéis cada uno un par de alas que os sirven de cama y de manta para pasar el invierno calentitos.
-Si no me dejas entrar -dijo el Ganso- arrancaré todo el musgo que tapa las rendijas de las paredes y ya verás el frío que va a hacer en tu cabaña.
-¿Que no me dejas entrar? -exclamó el Gallo-. Pues me subiré sobre la cabaña y con las patas echaré abajo toda la tierra que cubre el techo.
El Toro no pudo hacer otra cosa sino dar alojamiento al Ganso y al Gallo. Se reunieron, pues, los cinco compañeros, y el Gallo, cuando se hubo calentado, empezó a cantar sus canciones.
La Zorra, al oírlo cantar, se le abrió un apetito enorme y sintió deseos de darse un banquete con carne de gallo; pero se quedó pensando en el modo de cazarlo. Recurriendo a sus amigos, se dirigió a ver al Oso y al Lobo, y les dijo:
-Queridos amigos: he encontrado una cabaña en que hay un excelente botín para los tres. Para ti, Oso, un toro; para ti, Lobo, un cordero, y para mí, un gallo.
-Muy bien, amigo -le contestaron ambos-. No olvidaremos nunca tus buenos servicios; llévanos pronto adonde sea para matarlos y comérnoslos.
La Zorra los condujo a la cabaña y el Oso dijo al Lobo:
-Ve tú delante.
Pero éste repuso:
-No. Tú eres más fuerte que yo. Ve tú delante.
El Oso se dejó convencer y se dirigió hacia la entrada de la cabaña; pero apenas había entrado en ella, el Toro embistió y lo clavó con sus cuernos a la pared; el Cordero le dio un fuerte topetazo en el vientre que le hizo caer al suelo; el Cerdo empezó a arrancarle el pellejo; el Ganso le picoteaba los ojos y no lo dejaba defenderse, y mientras tanto, el Gallo, sentado en una viga, gritaba a grito pelado:
-¡Dejádmelo a mí! ¡Dejádmelo a mí!
El Lobo y la Zorra, al oír aquel grito guerrero, se asustaron y echaron a correr. El Oso, con gran dificultad, se libró de sus enemigos, y alcanzando al Lobo le contó sus desdichas:
-¡Si supieras lo que me ha ocurrido! En mi vida he pasado un susto semejante. Apenas entré en la cabaña se me echó encima una mujer con un gran tenedor y me clavó a la pared; acudió luego una gran muchedumbre, que empezó a darme golpes, pinchazos y hasta picotazos en los ojos; pero el más terrible de todos era uno que estaba sentado en lo más alto y que no dejaba de gritar: «¡Dejádmelo a mí!». Si éste me llega a coger por su cuenta, seguramente que me ahorca.
Cuentos populares rusos
(Traducción Tatiana Enco de Valera)
(Fuente:Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes)
Aleksandr Nikolaevich Afanasiev

Haikus

Chu Ming. Ermitaño
Este camino
nadie ya lo recorre,
salvo el crepúsculo.

Caído en el viaje:
mis sueños en el llano
dan vueltas y vueltas.

Haikus
Matsuo Basho

lunes, 22 de diciembre de 2008

COMO LEO

Tamara de Lempicka. Kizette in red
No he querido volver a leer nunca más los cinco o seis libros que me gustaron con delirio en mi primera juventud: tengo miedo de perderlos para siempre.

Los hay que leen sentados a la mesa. Los hay que leen echados en las butacas o en las camas. No les juzgo; es más: como hermano, los perdono.
Pero jamás he comprendido mejor y saboreado tanto un libro como cuando lo he leído al aire libre, bajo el cielo amigo que proteje campos y montañas, sentado en la hierba o sobre una peña, con el bastón al lado, un cigarrillo en los labios y el lápiz en la mano. Aquí donde cantaban los pastores míticos, donde rogaban los ermitaños y los solitarios observaban los astros, ha quedado algo de la silenciosa rarefacción deseada por todos los contemplativos, con el fin de llegar a ser -según quieren Walt Whitman y Chauteaubriand- lo que se mira. El aire, aquí arriba, es más sutil y puro no sólo en sentido físico sino en sentido espiritual también. Menos peso en la cabeza, menos impedimentos en el alma, menos asaltos e insidias en los sentidos. Los libros de los santos, leídos en el despacho, en la ciudad, amaestran y sosiegan; y a cierta altura, entre verde de hojas y azul celeste de horizontes, convencen, alientan, encantan. Y aquellos poetas que gustan leídos a la luz de una bombilla eléctrica, releídos en la limpidez de las colinas arrebatan y casi embriagan.

Exposición personal
Giovanni Papini

El capitán Roden

Helmut Glassl. Barcos acercándose a la costa
Él había estado en África, en Barcelona y había viajado en barcos. LLevaba siempre una agenda en la que anotaba todo: la temperatura que hacía, la gente con la que se cruzaba, las defunciones y natalicios, el precio de la fruta. El capitán Roden llevaba una vida maravillada y metódica, y sacaba conclusiones muy marrulleras y visionarias de los años de sequía, de las mareas o de los niños que nacían ciegos, interpretando todo como avisos bíblicos del fin del mundo, que para él siempre estaba a la vuelta de la esquina.
Al capitán Roden le pasaba lo mismo que al sargento Arruza: que ni era capitán ni era nada. En el pueblo había mucha afición, por lo visto, a regalar galones de chichirimoche, porque de otro modo no se explica ese pequeño ejército impostor y algo pirado. Pero el capitán Roden, de todas formas, tenía esa aura enigmática y despeinada de los viejos marinos roncos y apocalipticos, con su medallón de la Virgen y su vozarrón de tempestad con el que entonaba canciones holandesas y vizcaínas con mucha imponencia y desgarro, componiendo la elegía de sus tumbos marinos por el mundo.
Al capitán Roden lo veíamos muchas tardes en el muelle, mirando el horizonte como si esperase la llegada de algún mercante en el que él hubiera navegado en tiempos, para que alguien le dijese: "Eh, capitán, vente con nosotros", y él se fuera sin pensarlo, rumbo a Mogadicho o Socotora.

La propiedad del paraíso
Felipe Benítez Reyes

domingo, 21 de diciembre de 2008

El misterio del valle de Boscombe

Frank Willes. Sherlock Holmes
Estábamos mi esposa y yo desayunando una mañana, cuando la doncella entró con un telegrama. Era de Sherlock Holmes, y decía:
"¿Puede usted disponer de un par de días? Acaban de telegrafiarme desde el oeste de Inglaterra en relación con la tragedia del valle de Boscombe. Me alegraría de que usted me acompañase. Aires y panoramas estupendos. Salgo de Paddington en el tren de las 11.15.".
-¿Qué me dices, cariño? -me preguntó mi esposa, mirándome por encima de la mesa-. ¿Irás?
-La verdad es que no sé qué decir. Mi lista de clientes es ya bastante larga.
-Bueno, Anstruther los atendería por ti. Te has puesto algo pálido en estos últimos tiempos. Creo que el cambio te beneficiará, y además, siempre te interesan muchísimo los casos del señor Sherlock Holmes.
-Demostraría desagradecimiento si no me interesasen, en vista de lo que yo gané a consecuencia de uno de ellos -le contesté-. pero si quiero ir es preciso que haga la maleta inmediatamente, pues sólo falta media hora.
De mis experiencias de la vida de campamento en el Afganistán había sacado, por lo menos, el convertirme en un viajero siempre rápido y dispuesto. Mis necesidades eran pocas y sencillas, de modo que en menos tiempo que el indicado estaba ya dentro de un coche de alquiler con mi maleta, rodando camino de la estación de Paddington. Sherlock Holmes se paseaba de un lado para otro por el andén, y su figura alta y enjuta parecíalo todavía más por el efecto de su larga capa gris de viaje y de su gorra de paño ajustado.
-Ha sido usted verdaderamente bondadoso viniendo, Watson -me dijo-. Para mí supone notable diferencia en tener de compañero a un hombre en el que puedo confiar plenamente. La ayuda de personas del lugar mismo suele ser o inútil o influida en un sentido determinado. Instálese usted y reserve los dos asientos rinconeros, que yo sacaré mientras tanto los billetes.

El misterio del valle de Boscombe
Arthur Conan Doyle

La "PROCTOMAQUIA" o "EL CANTAR DE LOS CULOS"


La "PROCTOMAQUIA"
o
"EL CANTAR DE LOS CULOS"
POEMA ÉPICO-PARÓDICO
de Aristón de Mitiline
Las Horas y las Gracias derramaron sobre ti dulce aceite,
oh culo; ni a los viejos dejas dormir.
Dime, feliz, de quién eres y a qué muchacho
adornas. Y el culo dijo: “A Menécrates”.

RIANO
La Musa de los Muchachos, 38.


Oscuro y fruncido como un clavel violeta
respira, tímidamente oculto bajo el musgo;
el licor del amor todavía lo humedece
y fluye por el leve declive de las nalgas.
PAUL VERLAINE Y ARTHUR RIMBAUD
Soneto al agujero del culo.

a MARCELO GAMARRA,
Hermes organizador de este concurso

a DONNY SMITH,
vocero entusiasta de las Musas amadas

...............................................
CANTO I
INVOCACIÓN A LAS MUSAS Y TEMA DEL POEMA
Me urgís, amadas Piérides (5), a cantar lo que no podría hacer sin vuestra ayuda,
aunque variada es la experiencia de los hombres que transitan por la tierra,
sea que la borrachera provoque el delirio de la danza y la alegría (6),
sea que el sol pinte paisajes de oro, esmaltados de pájaros cada madrugada,
sea que la guerra temple el grito, y el coraje de los caballos tracios aturda de furia el suelo.
¿Quién puede cantar la hazaña del guerrero, quién la paz de la mañana, quién la locura de las fiestas,
si vosotras, Piérides amadas, no sopláis sílaba a sílaba el aire que respira el poeta?
Venga a mí Calíope para entonar un himno a la increíble hazaña de Heracles Megaloproctos;
que suene a mi oído la dulce flauta de Euterpe que provoca el deseo de los hombres;
con paso rítmico salte Terpsícore el baile licencioso de las nalgas ligeras;
haga cantar Erato, entre estruendos corales, a los redondos vozarrones de los traseros;
Talía, con su máscara ridícula, nos haga reír a pie suelto y a cuerpo desnudo;
tú, la más excelsa de las Musas, sonora Calíope de lira firme,
con las restantes vecinas del Olimpo que habitan Pieria y recorren el mundo,
llama a tu hijo, el melodioso Orfeo (7), para que temple su cítara de nueve cuerdas
y nos cante cómo fue la locura de los culos más bellos (8), cómo en certamen,
movidos por la astuta Afrodita(9) de sonrisa falsa, midieron su esplendor
el delirante Dioniso que golpea el suelo con su tirso al son de gritos de júbilo,
el resplandeciente Apolo de aljaba de oro que descorre las luces cada día
y el valeroso Ares, cuyos gritos horrorizan a los valles y collados,
ante el juicio certero del héroe que deja sin aliento a los hombres, Heracles Megaloproctos (10).
Custodien este camino que recorro los muchos hermas (11) que me acompañan,
y me recuerden que quien tuvo la ocurrencia de tamaña contienda, el dios mensajero Hermes,
así quedó plantado en los senderos, solo el rostro vigilante, con mucho falo pero nada de culo.

(5) Las Musas eran llamadas también Piérides por habitar en Pieria, Tracia, cerca del Olimpo. Según una tradición eran nueve, hijas de Zeus y Mnemosine. El texto menciona sólo a cinco relacionadas de alguna manera con las intenciones del poema. Desde Homero (Ilíada I, 1 y Odisea I, 1) ha sido una costumbre en la poesía épica occidental comenzar con una invocación a las Musas.
(6) Metafóricamente en este verso se está hablando de Dioniso, así como en el siguiente de Apolo y en el verso 5 de Ares. En el verso 6 se recapitulan estas tres perspectivas. Dioniso, Apolo y Ares son los tres contendientes del concurso y los que entrarán en guerra por ese motivo.
(7) Más adelante (I, 94) se va a decir que el himno de las Procteas era del mismo Orfeo.
(8) El texto, como se ve, habla de “la manía o locura de los culos”; por eso creemos que éste pueda ser el título del poema, Proctomanía.
(9) El autor resume en los próximos versos el contenido del poema, muy de gusto homérico, presentando a los protagonistas de la historia: Afrodita como aparente organizadora, movida por Hermes que da la idea, Apolo, Dioniso y Ares, los contrincantes, y finalmente Heracles como juez, quien, sin pensarlo, será proclamado vencedor.
(10) Epíteto permanente de Heracles en este poema paródico es “megaloproctos”, adjetivo formado con dos palabras, que quiere decir “de gran culo”, ya indicándolo como vencedor póstumo del concurso.
(11) Hermes es el heraldo de los dioses y el dios del comercio y, por ende, del correo y los caminos. En las encrucijadas de las rutas se solía poner en su honor un busto sin cuerpo pero con un sexo notable denominado “herma”. La referencia del autor a los hermas sin culo son el primer toque directo de humor de este poema paródico.

POEMA ÉPICO-PARÓDICO de Aristón de Mitiline
(Versión y notas de Horacio Argüello
Edición a cargo de Wenceslao Maldonado)

sábado, 20 de diciembre de 2008

La medición del mundo

Yan Yun Cheng. La Gran Muralla.

El emperador amarillo ordenó a Shuhai que midiera paso a paso la distancia existente entre el polo más oriental hasta el polo más occidental del mundo; resultaron ser quinientos millones ciento nueve mil ochocientos pasos en total, que Shuhai fue contando con la mano derecha mientras con la izquierda no dejaba de señalar hacia el norte del País de las colinas verdes.

Libro de los Montes y los Mares
Anónimo Chino

2061 Odisea tres


-...trasmitan esta información a la tierra: la Tsien ha sido destruida hace tres horas. Soy el único superviviente. Estoy usando la radio de mi traje espacial; no sé si tiene suficiente alcance; pero es mi única posibilidad. Por favor, escuchen con atención: HAY VIDA EN EUROPA. Repito:HAY VIDA EN EUROPA...

2061 Odisea tres
Arthur C. Clarke

viernes, 19 de diciembre de 2008

El primero de los tres Espíritus

Charles Dickens
A Christmas Carol
Stave Two
The First Of The Three Spirits.
When Scrooge awoke, it was so dark, that looking out of bed, he could scarcely distinguish the transparent window from the opaque walls of his chamber. He was endeavouring to pierce the darkness with his ferret eyes, when the chimes of a neighbouring church struck the four quarters. So he listened for the hour.
To his great astonishment the heavy bell went on from six to seven, and from seven to eight, and regularly up to twelve; then stopped. Twelve! It was past two when he went to bed. The clock was wrong. An icicle must have got into the works. Twelve!
He touched the spring of his repeater, to correct this most preposterous clock. Its rapid little pulse beat twelve: and stopped.
"Why, it isn't possible", said Scrooge, "that I can have slept through a whole day and far into another night. It isn't possible that anything has happened to the sun, and this is twelve at noon!"
The idea being an alarming one, he scrambled out of bed, and groped his way to the window. He was obliged to rub the frost off with the sleeve of his dressing–gown before he could see anything; and could see very little then. All he could make out was, that it was still very foggy and extremely cold, and that there was no noise of people running to and fro, and making a great stir, as there unquestionably would have been if night had beaten off bright day, and taken possession of the world. This was a great relief because "three days after sight of this First of Exchange pay to Mr. Ebenezer Scrooge or his order", and so forth, would have become a mere United States' security if there were no days to count by.
Scrooge went to bed again, and thought, and thought, and thought it over and over, and over, and could make nothing of it. The more he thought, the more perplexed he was; and, the more he endeavoured not to think, the more he thought.

Canción de Navidad
II- El primero de los tres Espíritus
Cuando Scrooge despertó, había tanta obscuridad que, al mirar desde la cama. apenas podía distinguir la transparente ventana de las opacas paredes del dormitorio. Hallábase haciendo esfuerzos para atravesar la obscuridad con sus ojos de hurón. cuando el. reloj de la iglesia vecina dio cuatro campanadas que significaban otros tantos cuartos. Entonces escuchó para saber la hora.
Con gran admiración suya, la pesada campana pasó de seis campanadas a siete. y de siete a ocho y así sucesivamente. hasta doce; y se detuvo. ¡Las doce! Eran más de las dos cuando se acostó. El reloj andaba mal. Algún pedazo de hielo debía haberse introducido en la máquina. ¡Las doce!
Tocó el resorte de su reloj de repetición para rectificar aquella hora equivocada. Su rápida pulsación sonó doce veces, y se detuvo.
-¡Vaya -dijo Scrooge-, no es posible que yo haya dormido un día entero y aun parte de otra noche! A no ser que haya ocurrido algo al sol y que a las doce de la noche sean las doce del día.
Como la idea era alarmante. se arrojó del lecho y a tientas dirigióse a la ventana. Tuvo necesidad de frotar el vidrio con la manga de la bata para quitar la escarcha y conseguir ver algo, aunque pudo ver muy poco. Todo lo que pudo distinguir fue que aun había espesísima niebla, que hacía un frío exagerado y que no se percibía el ruido de la gente yendo y viniendo en continua agitación, como si la noche, ahuyentando al luciente día, se hubiera posesionado del mundo. Esto fue para él gran alivio, porque si todo era noche, ¿qué valor tenían las palabras: "A tres días vista esta primera de cambio, pagaréis a Mr. Ebenezer Scrooge o a su orden", etc., puesto que no había días que contar?
Scrooge se acostó de nuevo, y pensó, y pensó, y pensó en ello repetidamente, y no pudo sacar nada en limpio. Cuanto más pensaba, sentíase más perplejo: y cuanto más se esforzaba para no pensar, más pensaba.
Canción de Navidad
Charles Dickens

Bajo el volcán

Woodcut
("Ascendí el Parson's Nose", escribí en el libro para visitas del hotelito para alpinistas en Gales: "en veinte minutos. Encontré que las rocas eran fáciles de escalar". "Descendí el Parson's Nose", añadió algún inmortal bromista un día después, "en veinte segundos. Descubrí que las rocas eran durísimas"... Así que ahora, al acercarme a la segunda mitad de mi vida, sin quien me anuncie ni quien me cante, sin ni siquiera una guitarra, vuelvo al mar una vez más: acaso estos días de espera se parezcan más a aquel chusco descenso al que hay que sobrevivir para repetir el ascenso. En la cima del Parson's Nose, si así se deseaba, podía uno ir caminando por las colinas a casa a tomar el té, al igual que el actor en el auto sacramental puede bajarse de la cruz e irse a su hotel para beber una Pilsener...

Bajo el volcán
Malcolm Lowry

Dorothy

W.W. Denslow: Dorothy (El Mago de Oz)
Dorothy lived in the midst of the great Kansas prairies, with Uncle Henry, who was a farmer, and Aunt Em, who was the farmer's wife. Their house was small, for the lumber to build it had to be carried by wagon many miles. There were four walls, a floor and a roof, which made one room; and this room contained a rusty looking cookstove, a cupboard for the dishes, a table, three or four chairs, and the beds. Uncle Henry and Aunt Em had a big bed in one corner, and Dorothy a little bed in another corner. There was no garret at all, and no cellar—except a small hole dug in the ground, called a cyclone cellar, where the family could go in case one of those great whirlwinds arose, mighty enough to crush any building in its path. It was reached by a trap door in the middle of the floor, from which a ladder led down into the small, dark hole.
When Dorothy stood in the doorway and looked around, she could see nothing but the great gray prairie on every side. Not a tree nor a house broke the broad sweep of flat country that reached to the edge of the sky in all directions. The sun had baked the plowed land into a gray mass, with little cracks running through it. Even the grass was not green, for the sun had burned the tops of the long blades until they were the same gray color to be seen everywhere. Once the house had been painted, but the sun blistered the paint and the rains washed it away, and now the house was as dull and gray as everything else.
When Aunt Em came there to live she was a young, pretty wife. The sun and wind had changed her, too. They had taken the sparkle from her eyes and left them a sober gray; they had taken the red from her cheeks and lips, and they were gray also. She was thin and gaunt, and never smiled now. When Dorothy, who was an orphan, first came to her, Aunt Em had been so startled by the child's laughter that she would scream and press her hand upon her heart whenever Dorothy's merry voice reached her ears; and she still looked at the little girl with wonder that she could find anything to laugh at.
Uncle Henry never laughed. He worked hard from morning till night and did not know what joy was. He was gray also, from his long beard to his rough boots, and he looked stern and solemn, and rarely spoke.
It was Toto that made Dorothy laugh, and saved her from growing as gray as her other surroundings. Toto was not gray; he was a little black dog, with long silky hair and small black eyes that twinkled merrily on either side of his funny, wee nose. Toto played all day long, and Dorothy played with him, and loved him dearly.

Dorothy vivía en medio de las grandes praderas de Kansas con tío Henry, que era granjero, y con tía Em, que era la mujer del granjero. Su casa era pequeña porque para construirla habían tenido que transportar la madera en una carreta desde una distancia de muchos kilómetros. Había cuatro paredes, un piso y un techo, que completaban una habitación; y en esa habitación había una oxidada cocina de hierro, una alacena para los platos, una mesa, tres o cuatro sillas y las camas. Tío Henry y tía Em tenían una grande en un rincón, y Dorothy tenía una pequeña en otro rincón. No había buhardilla ni sótano, sólo un agujero cavado en el suelo, llamado «el sótano de los ciclones», donde podría refugiarse la familia si se levantara uno de esos potentes remolinos que se llevan las casas a su paso. Se entraba al agujero –un agujero pequeño y oscuro– por una trampa situada en el centro del piso, de la que descendía una escalera.
Cuando Dorothy salía a la puerta y miraba alrededor no veía otra cosa que la inmensa pradera gris. No había un solo árbol o casa que alterase la ancha llanura que se extendía hasta el borde del cielo en cualquier dirección. El sol había calcinado la tierra arada, que era ahora una masa gris surcada por pequeñas grietas. Ni siquiera la hierba era verde, pues el sol había quemado las puntas de las largas briznas hasta dejarlas del mismo color que todo lo demás. En otra época la casa había estado pintada, pero el sol y la lluvia se habían llevado esa pintura y ahora era tan deslucida y gris como el resto de la llanura.
Cuando tía Em fue a vivir a ese sitio era una mujer joven y bonita. A ella también la habían cambiado el viento y el sol. Le habían arrebatado el brillo de los ojos, que ahora eran de un gris apagado; le habían arrebatado el color de las mejillas y los labios, que también eran grises. Ahora era una mujer delgada que no sonreía nunca. Cuando Dorothy, que era huérfana, fue a vivir con ellos, tía Em se sobresaltaba tanto cada vez que llegaba a sus oídos la risa alegre de la niña que lanzaba un grito y se llevaba una mano al corazón; y todavía se maravillaba de que la niña encontrase cosas de que reírse.
Tío Henry no se reía nunca. Trabajaba duro de sol a sol y no conocía la alegría. Él también era gris, desde la larga barba hasta las toscas botas; tenía expresión severa y solemne y casi nunca hablaba.
Quien hacía reír a Dorothy y la salvaba de volverse tan gris como todos los que la rodeaban era Totó. Totó no era gris; era un perrito negro, de pelo largo y sedoso y pequeños ojos negros que centelleaban con alegría a ambos lados de la divertida y diminuta nariz. Totó jugaba todo el tiempo, y Dorothy jugaba con él y lo quería con pasión.
El Mago de Oz
(Traducción:Marcial Souto)
L.Frank Baum

jueves, 18 de diciembre de 2008

Mientras Agonizo

Andrew Wyeth. El mundo de Cristina
Tirado allí (dice Anse), justo frente a mi puerta, donde hay enormes posibilidades de ser hallado por alguna de las malas suertes que por allí vienen o van. Le dije a Addie que no era afortunado vivir sobre un camino cuando éste conducía aquí, y ella dijo, como una mujer para el mundo, "Entonces levántate y camina". Pero le dije que no había suerte en ello, porque el Señor colocó a los caminos para que se viajara: pues los puso aplanados contra la tierra. Cuando Él quiere que algo esté moviéndose siempre, lo hace alargado, como un camino o un caballo o una carreta, pero cuando quiere que algo se quede tranquilo, Él lo hace más bien alto, de arriba abajo, como un árbol o un hombre. Y es así cómo Él nunca tuvo intenciones de que la gente viviera sobre un camino, porque ¿cuál llega antes? digo yo, ¿el camino o la casa? ¿Alguna vez lo has visto colocar un camino cerca de una casa? digo yo. No nunca, digo, porque siempre el asunto es que los hombres no se quedan tranquilos hasta conseguir colocar la casa allí donde todo el que pasa en una carreta puede escupir sobre la entrada, manteniendo a la gente inquieta y con deseos de partir hacia algún lugar cuando Él quiso que se quedaran tranquilos como un árbol o una planta de maíz. Porque si Él tuviera la intención de que el hombre estuviera siempre moviéndose y partiendo hacia otros lugares, ¿no lo hubiera alargado sobre la panza, como una serpiente? Es lógico que sí.

Mientras Agonizo
William Faulkner

Ciudades perdidas

Mark Daffey. Machu Picchu. Perú
¿Qué viajero no soñó alguna vez con descubrir otro Machu Picchu? ¿Cuántos exploradores no han partido en pos de una ciudad perdida? Francisco Vázquez de Coronado lo hizo en 1540 para buscar las siete ciudades de Cibola y Quivira de las leyendas indias y en vez de ellas sus hombres hallaron la Montañas Rocosas y el Gran Cañón del Colorado. Todo el mundo consideró loco a Heinrich Schliemann cuando buscaba la Troya de Homero, y sin embargo, la encontró. Adam Renders en 1867 y Carl Mauch en 1871 se adentraron en lo desconocido y el peligro para ver con sus ojos si existía de verdad la ciudad de piedra perdida en el corazón del África austral de la que hablaban algunos nativos, y sus ojos vieron el Gran Zimbabue. Aurel Stein y Sven Hedin desenterraron de las orillas del desierto de Takla Makan ciudades perdidas de la ruta de la seda que luego el tiempo y la arena han vuelto a ocultar...

Ciudades perdidas
Jaume Bartrolí

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Tartarín de Tarascón

A veces, entre los mástiles, un claro. Entonces, tartarín veía la entrada del puerto, el incesante ir y venir de los navíos, una fragata inglesa que partía hacia Malta, pimpante y recién lavada, con oficiales de guantes amarillos, o un brick marsellés desatracando en medio de gritos, de blasfemias, y en la parte de atrás un grueso capitán con levita y sombrero de seda, mandando la maniobra en provenzal. Navíos que se iban corriendo, a toda vela. Otros allí, muy lejos, que llegaban lentamente, bajo el sol, como si estuvieran en el aire.
Y además, incesantemente, un estruendo espantoso, ruido de carretas, el "¡iza, iza"! de los marineros, blasfemias, cantos, sirenas de barcos de vapor, los tambores y los clarines del fuerte de Saint-Jean, del fuerte de Saint-Nicolas, las campanas de la Mayor, de los Accoueles, de Saint-Victor; y, por encima, el mistral que tomaba todos aquellos ruidos, todos aquellos clamores, los agitaba, los envolvía, los confundía en su propia voz y los convertía en una música loca, salvaje, heroica como la gran fanfarria del viaje, una fanfarria que despertaba el deseo de partir, de ir lejos, de tener alas.
Al son de aquella hermosa fanfarria, el intrépido Tartarín de Tarascón se embarcó hacia el país de los leones...

Tartarín de Tarascón
Alphonse Daudet

martes, 16 de diciembre de 2008

ICTIOCENTAUROS

Centauro-Triton y Nereida
ICTIOCENTAUROS
Licofronte, Claudiano y el gramático bizantino Juan Tzetzes han mencionado alguna vez los Ictiocentauros; otra referencia a ellos no hay en los textos clásicos. Podemos traducir Ictiocentauros por Centauro-Peces; la palabra se aplicó a seres que los mitólogos han llamado también Centauro-Tritones. Su representación abunda en la escultura romana y helenística. De la cintura arriba son hombres, de la cintura abajo son peces, y tienen patas delanteras de caballo o de león. Su lugar está en el cortejo de las divinidades marinas, junto a los Hipocampos.
El libro de los seres imaginarios
(El Manual de zoología fantástica)
Jorge Luis Borges/Margarita Guerrero