martes, 30 de septiembre de 2008

El caminante en trance

Montaña del Kailas. Fuente Wikipedia
La montaña del Kailas está tan cerca que al peregrino le parece como si pudiese acercarse y tocarla...Ya no era posible elegir un camino entre los pedruscos que cubrían el terreno a lo largo de incontables kilómetros por delante de mi: la noche me rodeaba totalmente y sin embargo, ante mi asombro, fui saltando de piedra en piedra sin resbalar en ningún momento ni fallar una pisada, pese a calzar unas endebles sandalias. Y entonces comprendí que una extraña fuerza había tomado mi cuerpo, una conciencia que ya no estaba dirigida por mis ojos o mi cerebro. Mis extremidades se movían como en trance, notaba las cosas sólo como en un sueño. Incluso mi cuerpo se había hecho distante, casi independiente de mi voluntad. Yo era como una flecha que seguía infaliblemente su trayectoria mediante la fuerza de su ímpetu inicial, y lo único que sabía era que bajo ninguna condición debía romper aquel hechizo que me había capturado.
Sólo más tarde comprendí qué había sucedido: inconscientemente y bajo la presión de las circunstancias y el acuciante peligro, yo me había convertido en un lung-gom-pa, un caminante en trance que, olvidándose de todos los obstáculos y de la fatiga, avanza hacia el objetivo propuesto tocando apenas la tierra. Por eso para un observador lejano puede dar la impresión de que el caminante en trance está suspendido en el aire, apenas rozando levemente la superficie de la tierra.
El camino de las nubes blancas
Anagarika Govinda

SIRENAS

Frederic Leighton: The Fisherman and the Syren
SIRENAS
A lo largo del tiempo, las Sirenas cambian de forma. Su primer historiador, el rapsoda del duodécimo libro de la Odisea, no nos dice cómo eran; para Ovidio, son aves de plumaje rojizo y cara de virgen; para Apolonio de Rodas, de medio cuerpo arriba son mujeres y, abajo, aves marinas; para el maestro Tirso de Molina (y para la heráldica), "la mitad mujeres, peces la mitad". No menos discutible es su género; el diccionario clásico de Lempriére entiende que son ninfas, el de Quicherat que son monstruos y el de Grimal que son demonios. Moran en una isla del poniente, cerca de la isla de Circe, pero el cadáver de una de ellas, Parténope, fue encontrado en Campania, y dio su nombre a la famosa ciudad que ahora lleva el de Nápoles, y el geógrafo Estrabón vio su tumba y presenció los juegos gimnásticos que periódicamente se celebraban para honrar su memoria.
La Odisea refiere que las Sirenas atraían y perdían a los navegantes y que Ulises, para oír su canto y no perecer, tapó con cera los oídos de los remeros y ordenó que lo sujetaran al mástil. Para tentarlo, las Sirenas le ofrecieron el conocimiento de todas las cosas del mundo.
"Nadie ha pasado por aquí en su negro bajel sin haber escuchado de nuestra boca la voz dulce como el panal, y haberse regocijado con ella y haber proseguido más sabio... Porque sabemos todas las cosas: cuantos afanes padecieron argivos y troyanos en la ancha Tróada por determinación de los dioses, y sabemos cuanto sucederá en la tierra fecunda" (Odisea, Xll).
Una tradición recogida por el mitólogo Apolodoro, en su Biblioteca, narra que Orfeo, desde la nave de los argonautas, cantó con más dulzura que las Sirenas y que éstas se precipitaron al mar y quedaron convertidas en rocas, porque su ley era morir cuando alguien no sintiera su hechizo. También la Esfinge se precipitó desde lo alto cuando adivinaron su enigma.
En el siglo VI, una Sirena fue capturada y bautizada en el norte de Gales, y figuró como una santa en ciertos almanaques antiguos, bajo el nombre de Murgen. Otra, en 1403, pasó por una brecha en un dique, y habitó en Haarlem hasta el día de su muerte. Nadie la comprendía, pero le enseñaron a hilar y veneraba como por instinto la cruz. Un cronista del siglo XVI razonó que no era un pescado porque sabía hilar, y que no era una mujer porque podía vivir en el agua.
El idioma inglés distingue la Sirena clásica (siren) de las que tienen cola de pez (mermaids). En la formación de esta última imagen habrían influido por analogía los Tritones, divinidades del cortejo de Poseidón.
En el décimo libro de la República, ocho Sirenas presiden la revolución de los ocho cielos concéntricos. Sirena: supuesto animal marino, leemos en un diccionario brutal.
El libro de los seres imaginarios
(El Manual de zoología fantástica)
Jorge Luis Borges/Margarita Guerrero

lunes, 29 de septiembre de 2008

Diótima de Mantinea

Diótima de Mantinea

Diótima de Mantinea
"Y así me he ido quedando a la orilla. Abandonada de la palabra, llorando interminablemente como si del mar subiera el llanto, sin más signo de vida que el latir del corazón y el palpitar del tiempo en mis sienes, en la indestructible noche de la vida. Noche yo misma".
Hacia un saber sobre el alma
María Zambrano

Carta a Jette

Sobre todo, no pierdas tu deseo de caminar: yo mismo camino diariamente hasta alcanzar un estado de bienestar y al hacerlo me alejo de toda enfermedad. caminando he tomado contacto con mis mejores ideas, y no conozco ningún pensamiento cuya naturaleza sea tan abrumadora como para que uno no pueda distanciarse de él andando... pero cuando te quedas quieto, y cuanto más te quedas quieto, más próximo esta a sentirte enfermo...De modo que si caminas sin parar, todo te saldrá bien.

Carta a Jette
Soren Kierkegaard

Estado de la Literatura en la nación Selenita

Caspar David Friedrich: Two men contemplating the Moon
El VIAGE
DE UN FILÓSOFO
A SELENÓPOLIS,
CORTE DESCONOCIDA
DE LOS HABITANTES DE LA TIERRA
CAPÍTULO III
Estado de la Literatura en la nación Selenita.
Sobre el principio incontestable de que la dificultad no añade ningún mérito a una obra (como no sea en las recopilaciones e investigaciones laboriosas sobre la historia, la antigüedad, la cronología, etc., donde el ingenio contribuye muy poco), las disputas y las guerras suscitadas entre la rima y la razón se habían finalizado naturalmente a favor de la última, que no escribía más que en prosa, estilo natural del buen juicio. La rima, igualmente que los duelos, debió su origen a la barbarie. Un siglo ilustrado debió desterrarla del imperio de las letras.
Nuestros Selenitas no la empleaban más que en los principios de algunas ciencias escritos para el uso de la juventud, a fin de que se les quedasen en la memoria con más facilidad.
Se miraba como perdida la preciosa parte del tiempo que se gasta vanamente en romperse los sesos para encontrar y acoplar dos consonantes con la mira de hacer más brillantes los pensamientos que no deben satisfacer más que al talento, al corazón y la razón, y que no conducen comúnmente sino a alterar o desfigurar lo moral, el juicio y la verdad. Por otra parte, la inversión en el discurso que produce en parte el mérito del lenguaje poético, parecía tan opuesto a su verdadera construcción como se hallaría extraño un edificio en que los sótanos se pusiesen sobre el techo y los graneros en los cimientos, o como una nave cuyos remos se colocasen sobre la gavia y las velas en el fondo de la bodega. ¿Y qué desorden no deberá resultar del trastorno de las palabras, sabiendo que hay tales versos latinos o italianos de seis palabras que pueden trastornarse de mil maneras?
El espíritu filosófico, que no admite sino lo que está marcado con el sello de la claridad y de la verdad, había sacudido el último golpe a la rima, que no es más que un juego seductor y un abuso del ingenio. No siendo el verso en sí mismo más que un adorno del pensamiento y no un arte de hablar mejor, no puede él ser de ningún modo el lenguaje de la naturaleza: un cualquiera se explica algunas veces muy bien sin estudio y un poeta raciocina mal con bastante frecuencia, a pesar de un penoso trabajo; a favor del brillante barniz de la rima pasan muchas cosas malas, así como suelen debilitarse las buenas.

El Viage de un Filósofo a Selenópolis
Antonio Marqués y Espejo

domingo, 28 de septiembre de 2008

El pabellón en los Links

No tenía otra ocupación que la de buscar los más despoblados y remotos parajes en que sentar mis dominios sin miedo a que nadie se entrometiera en mi vida. De ahí que hallándome en el Condado donde se ubicaban los dominios de mi amigo, pensara en el "Pabellón de los Links". En tres millas a la redonda no existía camino que por allí cruzase. El poblado más cercano, que no era sino una pequeñísima aldea de pescadores, se encontraba a no menos de seis o siete millas de distancia. Tierras yermas bordean en no menos de diez millas de longitud el mar, por tres de anchura en algunos sitios, no llegando a media milla en algunos. Se accedía al mismo por la playa, que a su vez era muy peligrosa por las arenas movedizas que formaban numerosas trampas en diversos lugares. Era pues un lugar ideal para que alguien se escondiera. De ahí que pensara pasar una semana en el bosque de Graden Easter. Tras una agotadora jornada llegué al término de mi viaje, ya a punto de ponerse el sol, en un frío día del mes de setiembre.

El pabellón en los Links
Robert Louis Stevenson

sábado, 27 de septiembre de 2008

De viaje

Los mares de Koshi
iba navegando,
y al ver Brazal,
me embargó la pena
y pensé en Iamato.

Manioshu
Kanamura de Kasa

viernes, 26 de septiembre de 2008

STAUBBACH

Harto menos famoso que el Niágara pero harto más tremendo y memorable es el Staubbach de Lauterbrunnen, el Arroyo de Polvo de la Fuente Pura. Me fue revelado hacia 1916; oí desde lejos el gran rumor del agua vertical y pesada que se desmorona desde muy alto, en un pozo de piedra que sigue labrando y ahondando, casi desde el principio del tiempo. Pasamos una noche ahí; para nosotros, como para la gente de la aldea, el ruido constante acabó por ser el silencio.
Hay tantas cosas en la múltiple Suiza que también hay lugar para lo terrible.

Atlas
Jorge Luis Borges

80 Sueños

Carel Willink
8
Al llegar a la ciudad de hielo, edificada en medio de las cumbres, me sentía plenamente dichoso; una gran serenidad se adueñaba de mí, y me iba tornando inconsciente. Veía como mis manos se convertían en trozos de agua cristalina.
19
Playas desamparadas, erizadas de mástiles negros, de postes como de madera quemada.
49
¿Ella ha estado aquí? -preguntó a la silenciosa pareja que, en la penumbra, permanece apoyada contra la pared de la iglesia de un pueblo desconocido. -Sí- me dicen. Y tú también estuviste, pero ya no lo recuerdas.

80 Sueños
Juan Eduardo Cirlot

El Método Bokanovsky

Adolphe Millot: Oeuf
BRAVE NEW WORLD
Chapter One
Responds by budding. The pencils were busy.
He pointed. On a very slowly moving band a rack-full of test-tubes was entering a large metal box, another, rack-full was emerging. Machinery faintly purred. It took eight minutes for the tubes to go through, he told them. Eight minutes of hard X-rays being about as much as an egg can stand. A few died; of the rest, the least susceptible divided into two; most put out four buds; some eight; all were returned to the incubators, where the buds began to develop; then, after two days, were suddenly chilled, chilled and checked. Two, four, eight, the buds in their turn budded; and having budded were dosed almost to death with alcohol; consequently burgeoned again and having budded–bud out of bud out of bud–were thereafter–further arrest being generally fatal–left to develop in peace. By which time the original egg was in a fair way to becoming anything from eight to ninety-six embryos– a prodigious improvement, you will agree, on nature. Identical twins–but not in piddling twos and threes as in the old viviparous days, when an egg would sometimes accidentally divide; actually by dozens, by scores at a time.
"Scores," the Director repeated and flung out his arms, as though he were distributing largesse. "Scores."
But one of the students was fool enough to ask where the advantage lay.
"My good boy!" The Director wheeled sharply round on him. "Can't you see? Can't you see?" He raised a hand; his expression was solemn. "Bokanovsky's Process is one of the major instruments of social stability!"
Major instruments of social stability.

Un mundo feliz
Capítulo primero
Reacciona echando brotes. Los lápices corrían.
El director señaló a un lado. En una ancha cinta que se movía con gran lentitud, un portatubos enteramente cargado se introducía en una vasta caja de metal, de cuyo extremo emergía otro portatubos igualmente repleto. El mecanismo producía un débil zumbido. El director explicó que los tubos de ensayo tardaban ocho minutos en atravesar aquella cámara metálica. Ocho minutos de rayos X era lo máximo que los óvulos podían soportar.
Unos pocos morían; de los restantes, los menos aptos se dividían en dos; después a las incubadoras, donde los nuevos brotes empezaban a desarrollarse; luego, al cabo de dos días, se les sometía a un proceso de congelación y se detenía su crecimiento. Dos, cuatro, ocho, los brotes, a su vez, echaban nuevos brotes; después se les administraba una dosis casi letal de alcohol; como consecuencia de ello, volvían a subdividirse – brotes de brotes de brotes – y después se les dejaba desarrollar en paz, puesto que una nueva detención en su crecimiento solía resultar fatal. Pero, a aquellas alturas, el óvulo original se había convertido en un número de embriones que oscilaba entre ocho y noventa y seis, un prodigioso adelanto, hay que reconocerlo, con respecto a la Naturaleza. Mellizos idénticos, pero no en ridículas parejas, o de tres en tres, como en los viejos tiempos vivíparos, cuando un óvulo se escindía de vez en cuando, accidentalmente; mellizos por docenas, por veintenas a un tiempo.
– Veintenas – repitió el director; y abrió los brazos como distribuyendo generosas dádivas. – Veintenas.
Pero uno de los estudiantes fue lo bastante estúpido para preguntar en qué consistía la ventaja, – ¡Pero, hijo mío! – exclamó el director, volviéndose bruscamente hacia él. – ¿De veras no lo comprende? ¿No puede comprenderlo? – Levantó una mano, con expresión solemne. – El Método Bokanovsky es uno de los mayores instrumentos de la estabilidad social.
Uno de los mayores instrumentos de la estabilidad social.

Un mundo feliz
(Traducción de Ramón Hernández)
Aldous Huxley

Time.

Louis Edouard Fournier:The Funeral of Percy Bysshe Shelley
Time.
Unfathomable Sea! whose waves are years,
Ocean of Time, whose waters of deep woe
Are brackish with the salt of human tears!
Thou shoreless flood which in thy ebb and flow
Claspest the limits of mortality,
And, sick of prey yet howling on for more,
Vomitest thy wrecks on its inhospitable shore!
Treacherous in calm, and terrible in storm,
Who shall put forth on thee,
Unfathomable Sea?

Tiempo
Indomable Mar del Tiempo cuyas olas son los años,
por las lágrimas salobres de tristeza y desengaños,
cuyos flujos y reflujos miden todo lo mortal,
mar inmenso que de víctimas se ahíta,
los despojos a la playa precipita,
y rugiendo noche y día pide más,
¿quién a ti, Mar insondable, darse puede sin temblar?

Posthumous Poems (1824)
Percy Bysshe Shelley

jueves, 25 de septiembre de 2008

El lado de la sombra

Tomás Sánchez
Tan acostumbrado estaba a los crujidos de la navegación, que al despertar de la siesta oí el silencio del buque. Me asomé por un ojo de buey. Vi abajo el agua tranquila y a lo lejos, pródiga en vegetación verde, la costa, donde identifiqué palmeras y probablemente bananos. me puse el traje de brin y subí a cubierta.
Habíamos atracado. Al babor estaba el puerto, con negros hormiguendo por el empedrado, entre los rieles, las altas grúas y los interminables galpones grises; más allá se desparramaba la ciudad, cercada por cerros de empinada ladera selvática; diligentemente, según advertí, entraba carga en el barco. Al estribor -si estribor es el lado derecho cara a proa- encontré la costa que había observado por el ojo de buey; una isla que me recordó factorías donde nunca estuve, parajes de novelas de Conrad. Algo he de haber leído sobre un personaje que por paulatina muerte de la voluntad, contra el anhelo de su alma, va quedándose en un lugar así, en la Península Malaya, en Sumatra o en Java.

El lado de la sombra
Adolfo Bioy Casares

Cuando el cuarenta invierno haya sitiado...

Paul Gauguin:Two Women
(Imagen:The Metropolitan Museum of Art)
The Sonnets
Sonnet II.
When forty winters shall besiege thy brow,
And dig deep trenches in thy beauty’s field,
Thy youth’s proud livery, so gaz’d on now,
Will be a tatter’d weed, of small worth held.
Then being ask’d where all thy beauty lies,
Where all the treasure of thy lusty days,
To say, within thine own deep-sunken eyes,
Were an all-eating shame, and thriftless praise.
How much more praise deserv’d thy beauty’s use,
If thou couldst answer “This fair child of mine
Shall sum my count, and make my old excuse”,
Proving his beauty by succession thine!
This were to be new made when thou are old,
And see thy blood warm when thou feel’st it cold.

Sonetos
Soneto II
Cuando el cuarenta invierno haya sitiado
El castillo de tu hermosa frente,
Cavado en ella trincheras cruelmente,
Pétalo marchito, ay! pisoteado,

Será tu rostro, hoy tan admirado
Y en tus hundidos ojos, tristemente,
Pasada gloria ha de buscar la gente,
En vano afán avergonzado.

Qué tal, si tú, con tu hija de la mano,
Dijeres, “Ved, esta beldad fui yo,
Éste el cabello, que ahora veis tan cano,

Éste el cutis, cuán fresco y tan lozano,
Estos los labios, que dulce amor besó,
Cálida sangre, que ya Cronos enfrió.”

Sonetos
(Traducción Santiago Sevilla)
William Shakespeare

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Las ciudades continuas

Si al tocar tierra en Trude no hubiese leído el nombre de la ciudad escrito en grandes letras, hubiera creído llegar al mismo aeropuerto del que partiera. Los suburbios que tuve que atravesar no eran distintos de aquellos otros, con las mismas casas amarillentas y verdosas. Siguiendo las mismas flechas se contorneaban los mismos canteros de las mismas plazas. Las calles del centro exponían mercancías embalajes enseñas que no cambiaban en nada. Era la primera vez que iba a Trude, pero conocía ya el hotel donde acerté a alojarme; ya había oído y dicho mis diálogos con compradores y vendedores de chatarra; otras jornadas iguales a aquélla habían terminado mirando a través de los mismos vasos los mismos ombligos ondulantes.
¿Por qué venir a Trude? me preguntaba. Y ya quería irme.
-Puedes remontar vuelo cuando quieras -me dijeron-, pero llegarás a otra Trude, igual punto por punto; el mundo está cubierto de una única Trude que no empieza y no termina, cambia sólo el nombre del aeropuerto.

Las ciudades invisibles
Italo Calvino

Cómo Lázaro se asentó con un clérigo, ...

Giuseppe Arcimboldo: Ortaggi in una ciotola o L'ortolano
Tratado segundo
Cómo Lázaro se asentó con un clérigo, y de las cosas que con él pasó.
Otro día, no pareciéndome estar allí seguro, fuime a un lugar que llaman Maqueda, adonde me toparon mis pecados con un clérigo que, llegando a pedir limosna, me preguntó si sabía ayudar a misa. Yo dije que sí, como era verdad; que, aunque maltratado, mil cosas buenas me mostró el pecador del ciego, y una dellas fue ésta. Finalmente, el clérigo me recibió por suyo. Escapé del trueno y di en el relámpago, porque era el ciego para con éste un Alejandro Magno, con ser la mesma avaricia, como he contado. No digo más sino que toda la lacería del mundo estaba encerrada en éste. No sé si de su cosecha era, o lo había anexado con el hábito de clerecía.
Él tenía un arcaz viejo y cerrado con su llave, la cual traía atada con un agujeta del paletoque, y en viniendo el bodigo de la iglesia, por su mano era luego allí lanzado, y tornada a cerrar el arca. Y en toda la casa no había ninguna cosa de comer, como suele estar en otras: algún tocino colgado al humero, algún queso puesto en alguna tabla o en el armario, algún canastillo con algunos pedazos de pan que de la mesa sobran; que me parece a mí que aunque dello no me aprovechara, con la vista dello me consolara. Solamente había una horca de cebollas, y tras la llave en una cámara en lo alto de la casa. Destas tenía yo de ración una para cada cuatro días; y cuando le pedía la llave para ir por ella, si alguno estaba presente, echaba mano al falsopecto y con gran continencia la desataba y me la daba diciendo: “Toma, y vuélvela luego, y no hagáis sino golosinar”, como si debajo della estuvieran todas las conservas de Valencia, con no haber en la dicha cámara, como dije, maldita la otra cosa que las cebollas colgadas de un clavo, las cuales él tenía tan bien por cuenta, que si por malos de mis pecados me desmandara a más de mi tasa, me costara caro. Finalmente, yo me finaba de hambre. Pues, ya que conmigo tenía poca caridad, consigo usaba más. Cinco blancas de carne era su ordinario para comer y cenar. Verdad es que partía comigo del caldo, que de la carne, ¡tan blanco el ojo!, sino un poco de pan, y ¡pluguiera a Dios que me demediara! Los sábados cómense en esta tierra cabezas de carnero, y envíabame por una que costaba tres maravedís. Aquella le cocía y comía los ojos y la lengua y el cogote y sesos y la carne que en las quijadas tenía, y dábame todos los huesos roídos, y dábamelos en el plato, diciendo: “Toma, come, triunfa, que para ti es el mundo. Mejor vida tienes que el Papa.” “¡Tal te la de Dios!”, decía yo paso entre mí.

La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades
Alfonso de Valdés

Haikus

Viajando por el mundo,
De aquí a allá, de aquí a allá,
Allanando el pequeño campo.

La primera lluvia del invierno,
Y mi nombre debería ser,
"Viajero".

Haikus
Matsuo Basho

martes, 23 de septiembre de 2008

El reloj que marchaba hacia atrás

Carl Larsson: Skamvrån
THE CLOCK THAT WENT BACKWARD
I
We saw a strange thing.
Aunt Gertrude stood on a chair in front of the old clock, as spectral in her white nightgown and white nightcap as one of the poplars when covered with snow. It chanced that the floor creaked slightly under our feet. She turned with a sudden movement, peering intently into the darkness, and holding a candle high toward us, so that the light was full upon her pale face. She looked many years older than when I bade her good night. For a few minutes she was motionless, except in the trembling arm that held aloft the candle. Then, evidently reassured, she placed the light upon a shelf and turned again to the clock.
We now saw the old lady take a key from behind the face and proceed to wind up the weights. We could hear her breath, quick and short. She rested a band on either side of the case and held her face close to the dial, as if subjecting it to anxious scrutiny. In this attitude she remained for a long time. We heard her utter a sigh of relief, and she half turned toward us for a moment. I shall never forget the expression of wild joy that transfigured her features then.
The hands of the clock were moving; they were moving backward.
Aunt Gertrude put both arms around the clock and pressed her withered cheek against it. She kissed it repeatedly. She caressed it in a hundred ways, as if it had been a living and beloved thing. She fondled it and talked to it, using words which we could hear but could not understand. The hands continued to move backward.
Then she started back with a sudden cry. The clock had stopped. We saw her tall body swaying for an instant on the chair. She stretched out her arms in a convulsive gesture of terror and despair, wrenched the minute hand to its old place at a quarter past three, and fell heavily to the floor.

El reloj que marchaba hacia atrás
I
Vi algo extraño.
Tía Gertrude estaba de pie sobre una silla frente al viejo reloj, tan espectral en su camisón blanco y su gorro de dormir también blanco como uno de los chopos cuando están cubiertos por la nieve. El suelo crujió ligeramente bajo nuestros pies. Ella se volvió con un movimiento repentino, mirando intensamente a la oscuridad y alzando una vela en dirección a nosotros, de tal modo que la luz le dio de lleno en su pálido rostro. Parecía muchos años más vieja que cuando había venido a darnos las buenas noches. Durante unos minutos no se movió, excepto el tembloroso brazo que sujetaba en alto la vela. Luego, evidentemente tranquilizada, depositó la luz en un estante y se volvió de nuevo hacia el reloj. Vimos entonces a la vieja dama tomar una llave de detrás de la esfera y proceder a enrollar las pesas. Podíamos oír su respiración, rápida y entrecortada. Apoyó una mano en cada lado de la caja y acercó su rostro a la esfera, como si la sometiera a un ansioso escrutinio. Permaneció en esa actitud durante largo rato. Oímos su profundo suspiro de alivio, y medio se volvió hacia nosotros por un momento. Nunca olvidaré la expresión de salvaje alegría que transfiguró entonces sus rasgos.
Las manecillas del reloj estaban moviéndose; estaban moviéndose hacia atrás.
Tía Gertrude rodeó el reloj con ambas manos y apretó su arrugada mejilla contra él. Lo besó repetidamente. Lo acarició de un centenar de formas diferentes, como si fuera una cosa viva y querida. Le hizo mimos y habló con él, utilizando palabras que podíamos oír pero que no podíamos comprender. Las manecillas siguieron moviéndose hacia atrás.
Luego se echó sorprendida hacia atrás, lanzando un repentino grito. El reloj se había parado. Vimos su alto cuerpo tambalearse por un instante sobre la silla. Abrió los brazos en un convulsivo gesto de terror y desesperación, devolvió las manecillas a su antigua posición de las tres y cuarto, y cayó pesadamente al suelo.

El reloj que marchaba hacia atrás
(Traducción Domingo Santos, Francisco Blanco)
Edward Page Mitchell

La sirena

Fue en el extremo Sur, donde Chile se desgrana y se desgrana. Los archipiélagos, los canales, el territorio entrecortado, los ciclones de la Patagonia, y luego el Mar Antártico.
Allí la encontré: colgaba del pontón pútrido, grasiento, enhollinado. Y era patética aquella diosa en la lluvia fría, allí en el fin de la tierra.
Entre chubascos la libertamos del territorio austral. A tiempo, porque algún año después el pontón se fue con el maremoto a la profundidad o al mismo infierno. Aquél, cuando fue nave, se llamó Sirena. Por eso ella conserva su nombre de Sirena. Sirena de Glasgow. No es tan vieja. Salió del astillero en 1886. Terminó transportando carbón entre las barcas del Sur.
Sin embargo, cuánta vida y oceáno, cuánto tiempo y fatiga, cuántas olas y cuántas muertes hasta llegar al desamparado puerto del maremoto! Pero también, a mi vida.

Una casa en la arena
Pablo Neruda

Un bárbaro en Asia

Entre todas las estaciones del mundo, la Estación de Calcuta es prodigiosa. Las aplasta a todas. Solamente ella es una estación. El edificio en sí no tiene nada de particular. Sin duda. ¿Entonces? Pero sólo en Calcuta he sentido lo que es una estación, lo que es un lugar donde las personas esperan trenes.
En Calcuta las personas realmente esperan.
Hay unas treinta vías y otros tantos andenes. Cada andén regido por una puerta de hierro.
Entre esas puertas y la ciudad de Calcuta está el inmenso vestíbulo de la estación.
Ese vestíbulo es un dormitorio. Frente a la puerta que los separa del tren que esperan, están acostados, durmiendo con un ojo sobre sus valijas rosadas.
Esa impresión del más allá de las vías..., esa espera de la partida, y sin embargo ese sueño, esa gente desecha por la fatiga ante la sola idea de viajar, esa preocupación de tener su descanso, su descanso ante todo...
Esa impresión es única.

Un bárbaro en Asia
Henri Michaux

domingo, 21 de septiembre de 2008

Hue, la capital del imperio viet

El Emperador MInh Mang. Imagen de Wikimedia Commons.

Cruzo el río en una barca y llego a la tumba de Minh Mang. Es quizá la más serena, la que permite encontrarse más a gusto. Seguramente, también la que cumple mejor la búsqueda de armonía con los alrededores. Aunque tuvo 78 hijos y 64 hijas, se considera un personaje sobrio y equilibrado. Paseo entre las estelas del emperador y las figuras de mandarines, caballos y elefantes de piedra, bajo puertas ornamentales del más clásico estilo han y árboles poblados de pájaros, por el salón de las oraciones y el estanque...
Vuelvo al río y salto a una barcaza para regresar a Hue. De camino, pasamos junto a templos, pagodas de siete pisos y la Arena real, donde se celebraban combates entre elefantes y tigres para entretenimiento y aviso de la Corte. Dado que el elefante representa la fuerza del emperador, y el tigre, a las bestias de la selva -o a los que se rebelaban contra la corte-, se hacía lo necesario para que ganara siempre el primero.
Cae la noche cuando llego a Hue. En los viejos tiempos, cuando había luna llena, las cortesanas se dejaban llevar a la deriva en sus barcazas por el río de los Perfumes, y sus voces y cantos se oirían entre los murmullos de la noche tropical. No tengo la suerte de oír nada semejante, pero la vuelta a Hue continúa siendo, todavía hoy, un regreso hacia una de las esencias más íntimas de Vietnan
Hue, la capital del imperio viet
Ángel Martínez Bermejo

viernes, 19 de septiembre de 2008

El amante

Los paquebotes remontan la ría de Saigón, motores parados, arrastrados por remolcadores, hasta las instalaciones portuarias que se hallan en los meandros del Mekong a su paso por Saigón. Ese meandro, ese brazo del Mekong, se llama la Riviére, la Riviére de Saigón. La escala era de ocho días. Desde el momento en que los barcos estaban en el muelle, Francia estaba allí. Se podía cenar en Francia, bailar, era demasiado caro para mi madre y además, según ella, no valía la pena, pero con él, con el amante de Cholen, se podría haber hecho. No lo hacía por miedo a ser visto con la pequeña blanca, tan joven, no lo decía, pero ella lo sabía. En aquella época, aún no muy lejana, apenas hace cincuenta años, en el mundo sólo existían los barcos para ir por el mundo entero. Grandes zonas de los continentes aún carecían de carreteras, de trenes. En centenares, miles de kilómetros cuadrados, sólo existían aún los caminos de la prehistoria. Eran los hermosos paquebotes de las Agencias Marítimas, los mosqueteros de la línea, el Porthos, el Dartagnan, el Aramis, los que unían Indochina con Francia.

Traducción de Ana Mª Moix

El amante
Marguerite Duras

Simplicius Simplicissimus

Simplicius Simplicissimus
“El Aventurero Simplicissimus: la narración de la vida de un curioso vagabundo apodado Melchior Sternfels von Fuchshaim, de dónde y de qué manera vino a este mundo, de lo que aquí vio, aprendió, vivió y sufrió, y también de cómo voluntariamente renunció a él. Sobremanera divertido y muy provechoso de leer”.

Simplicius Simplicissimus
(Abenteuerlicher Simplicius Simplicissimus)
(Trad. M.J. González)

Hans Jakob Christoffel von Grimmelshausen

jueves, 18 de septiembre de 2008

El Anacronópete

Francesc Gómez Soler: Portada
(Imagen de libro de Notas)
El Anacronópete
«El Anacronópete, que es una especie de arca de Noé, debe su nombre a tres voces griegas: Ana, que significa hacia atrás; crono, el tiempo, y petes, el que vuela, justificando así su misión de volar hacia atrás en el tiempo; porque en efecto, merced a él puede uno desayunarse a las siete en París, en el siglo XIX; almorzar a las doce en Rusia con Pedro el Grande; comer a las cinco en Madrid con Miguel de Cervantes Saavedra -si tiene con qué aquel día- y, haciendo noche en el camino, desembarcar con Colón al amanecer en las playas de la virgen América»
El Anacronópete
(Mª de los Ángeles AYALA: La obra narrativa de Enrique Gaspar: El Anacronópete (1887))
Enrique Gaspar

miércoles, 17 de septiembre de 2008

El capitán Alatriste

Velázquez: La rendición de Breda
El Capitán Alatriste
II. Los Enmascarados
La calle estaba oscura y no se veía un alma. Embozado en una capa vieja prestada por Don Francisco de Quevedo, Diego Alatriste se detuvo junto a la tapia y echó un cauteloso vistazo. Un farol, había dicho Saldaña. En efecto, un pequeño farol encendido alumbraba la oquedad de un portillo, y al otro lado se adivinaba, entre las ramas de los árboles, el tejado sombrío de una casa. Era la hora menguada, cerca de la medianoche, cuando los vecinos gritaban agua va y arrojaban inmundicias por las ventanas, o los matones a sueldo y los salteadores acechaban a sus víctimas en la oscuridad de las calles desprovistas de alumbrado. Pero allí no había vecinos ni parecía haberlos habido nunca; todo estaba en silencio. En cuanto a eventuales ladrones y asesinos, Diego Alatriste iba precavido. Además, desde muy temprana edad había aprendido un principio básico de la vida y la supervivencia: si te empeñas, tú mismo puedes ser tan peligroso como cualquiera que se cruce en tu camino. O más. En cuanto a la cita de aquella noche, las instrucciones incluían caminar desde la antigua puerta de Santa Bárbara por la primera calle a la derecha hasta encontrar un muro de ladrillo y una luz. Hasta ahí, todo iba bien. El capitán se quedó quieto un rato para estudiar el lugar, evitando mirar directamente el farol para que éste no lo deslumbrase al escudriñar los rincones más oscuros, y por fin, tras palparse un momento el coleto de cuero de búfalo que se había puesto bajo la ropilla para el caso de cuchilladas inoportunas, se caló más el sombrero y anduvo despacio hasta el portillo.

El Capitán Alatriste
Arturo y Carlota Pérez-Reverte

martes, 16 de septiembre de 2008

El siete de corazones

Jean-Baptiste Siméon Chardin: El castillo de naipes
Arsène Lupin Gentleman-Cambrioleur
VI
Le sept de cœur
Le premier acte se passe au cours de cette fameuse nuit du 22 au 23 juin, dont on a tant parlé. Et pour ma part, disons-le tout de suite, j’attribue la conduite assez anormale que je tins en l’occasion, à l’état d’esprit très spécial où je me trouvais en ren-trant chez moi. Nous avions dîné entre amis au restaurant de la Cascade, et, toute la soirée, tandis que nous fumions et que l’orchestre de tziganes jouait des valses mélancoliques, nous n’avions parlé que de crimes et de vols, d’intrigues effrayantes et ténébreuses. C’est toujours là une mauvaise préparation au sommeil.
Les Saint-Martin s’en allèrent en automobile, Jean Daspry – ce charmant et insouciant Daspry qui devait six mois après, se faire tuer de façon si tragique sur la frontière du Maroc – Jean Daspry et moi nous revînmes à pied par la nuit obscure et chaude. Quand nous fûmes arrivés devant le petit hôtel que j’habitais depuis un an à Neuilly, sur le boulevard Maillot, il me dit :
– Vous n’avez jamais peur ?
– Quelle idée !
– Dame, ce pavillon est tellement isolé ! pas de voisins… des terrains vagues… Vrai, je ne suis pas poltron, et cependant…
– Eh bien ! vous êtes gai, vous !
– Oh ! je dis cela comme je dirais autre chose. Les Saint-Martin m’ont impressionné avec leurs histoires de brigands.
M’ayant serré la main, il s’éloigna. Je pris ma clef et j’ouvris.
– Allons ! bon, murmurai-je. Antoine a oublié de m’allumer une bougie.
Et soudain je me rappelai : Antoine était absent, je lui avais donné congé.
Tout de suite l’ombre et le silence me furent désagréables. Je montai jusqu’à ma chambre, à tâtons, le plus vite possible, et aussitôt, contrairement, à mon habitude, je tournai la clef et poussai le verrou. Puis j’allumai.
La flamme de la bougie me rendit mon sang-froid. Pourtant j’eus soin de tirer mon revolver de sa gaine, un gros revolver à longue portée, et je le posai à côté de mon lit. Cette précaution acheva de me rassurer. Je me couchai et, comme à l’ordinaire, pour m’endormir, je pris sur la table de nuit le livre qui m’y at-tendait chaque soir.
Je fus très étonné. À la place du coupe-papier dont je l’avais marqué la veille, se trouvait une enveloppe, cachetée de cinq cachets de cire rouge. Je la saisis vivement. Elle portait comme adresse mon nom et mon prénom, accompagnés de cette men-tion:
« Urgent. »
Une lettre ! une lettre à mon nom ! qui pouvait l’avoir mise à cet endroit ? Un peu nerveux, je déchirai l’enveloppe et je lus :
« À partir du moment où vous aurez ouvert cette lettre, quoi qu’il arrive, quoi que vous entendiez, ne bougez plus, ne faites pas un geste, ne jetez pas un cri. Sinon, vous êtes perdu. »

Arsenio Lupin, El Ladrón Caballero
Capitulo 6
El Siete de Corazones
El primer acto se produjo en el curso de aquella famosa noche del 22 al 23 de junio, de la cual tanto se ha hablado. Y, por mi parte, digámoslo de una vez, atribuyo la conducta bastante anormal que yo observé en esa ocasión al estado de espíritu muy especial en que me encontraba al regresar a mi casa. Habíamos cenado entre amigos en un restaurante de la Cascada, y durante toda la noche, mientras fumábamos y la orquesta de cíngaros tocaba valses melancólicos, nosotros no habíamos hablado más que de crímenes y de robos y de intrigas espantosas y tenebrosas. Y todo eso constituye una mala preparación para conciliar el sueño.
Los Martin se marcharon en automóvil; Juan Daspry - aquel encantador y despreocupado Daspry que seis meses después se haría matar de manera tan trágica en la frontera de Marruecos- y yo regresamos a pie bajo la noche oscura y cálida. Cuando llegamos ante el pequeño hotel que yo habitaba desde hacía un año en Nelly, en el bulevar Maillot, él me dijo:
- ¿Tú no sientes nunca miedo?
- ¡Qué ocurrencia!
- ¡Caramba! Esta residencia está tan aislada..., nada de vecinos... Sólo terrenos vacíos... En verdad, yo no soy un cobarde; pero, sin embargo...
- ¡Caray! Qué alegre estás.
- ¡Oh! Yo digo eso como pudiera decir otra cosa. Los Martin me han impresionado con sus historias de bandidos.
Después de estrecharme la mano se alejó. Saqué la llave y abrí la puerta de la casa.
"Vaya - me dije-. Antonia ha olvidado dejarme encendida una lámpara."
Y de pronto recordé: Antonia estaba ausente, pues yo le había dado permiso para salir.
Inmediatamente, las sombras y el silencio me resultaron ingratos. Subí hasta mi dormitorio a tientas, lo más rápido posible, y en seguida, al contrario de lo que acostumbraba hacer, di vuelta a la llave por dentro y eché el cerrojo.
La llama de la lámpara me devolvió mi sangre fría. Sin embargo, tuve la precaución de sacar mi revólver de su funda; era un revólver grande, de largo alcance, y lo coloqué al lado de mi cama. Esta precaución acabó de tranquilizarme. Me acosté y, como de ordinario, para dormir tomé de encima de la mesilla de noche el libro que siempre tenía sobre ella.
Quedé sorprendido, En lugar del cortapapeles con que yo había dejado marcadas las páginas la víspera, se encontraba un sobre sellado con cinco marcas de lacre rojo. Lo tomé vivamente. Llevaba como dirección mi nombre y apellidos, acompañados de esta indicación: Urgente.
¡Una carta! ¡Una carta a mi nombre! ¿Quién podía haberla puesto en ese lugar?
Un poco nervioso desgarré el sobre y leí:
"A partir del momento en que usted haya abierto esta carta, ocurra lo que ocurra, oiga lo que oiga, no se mueva, no haga ningún ademán, no lance ningún grito. Si no, está usted perdido."

Arsenio Lupin,caballero ladrón
Maurice Leblanc

Plutonia

rpongsaj:Woolly Mammoth (Royal BC Museum, Victoria, British Columbia)
Plutonia
Capítulo XII
Las colinas errantes
Kashtánov y Pápochkin llevaban corriendo más de un cuarto de hora y las colinas oscura parecían casi tan lejanas como al principio.
- Esta maldita niebla molesta horriblemente para calcular bien las distancias -dijo el zoólogo deteniéndose a recobrar el aliento-. Estaba convencido de que nos encontrábamos cerca de las colinas y, con todo el tiempo que llevamos corriendo, apenas nos hemos aproximado. Casi no puedo respirar.
- Bueno, pues vamos a descansar -propuso Yashtánov-. Las colinas no se van la escapar.
Estaban de pie, apoyados sobre las escopetas. Súbitamente, Pápochikin, que miraba hacia las colinas, exclamó:
- ¡Esto es extraordinario si no se trata de una ilusión óptica! Me ha parecido que se movían nuestras colinas.
- Es un efecto de la niebla, que se desplaza -contestó tranquilamente Kashtánov encendiendo su pipa.
- Pues no. ¡Ahora veo con toda claridad que se mueven las colinas! ¡Mire usted, mire usted
pronto!
Delante, a escasa distancia, se veían ahora con nitidez cuatro manchas oscuras que se desplazaban lentamente por la tundra.
- Habitualmente, los montes de basalto o de cualquier otro mineral volcánico suelen estarse quietos en su sitio -observó sarcástico Pápechkin-. Aunque, ¿quién sabe? Es posible que en este país de los fenómenos inexplicables también anden de un lado para otro las colinas de ese género. ¡Lástima que no haya venido con nosotros Borovói!
Mientras tanto Kashtánov había cogido sus prismáticos y observaba con ellos las colinas
movedizas.
- ¿Sube usted una cosa, Semión Semiónovich? -dijo con voz trémula de emoción-. Pues que esas colinas no son de mi competencia, sino de la de usted, porque se trata de grandes animales parecidos a elefantes: veo muy bien sus largas trompas.
Reanudaron su carrera y sólo se detuvieron cuando la niebla empezó de nuevo a disiparse. Las masas oscuras estaban ya mucho más próximas.
- Vamos a tendernos en el suelo -propuso el zoólogo-. De lo contrario, pueden advertir nuestra presencia y escapar.
Así lo hicieron. Ahora Pápochkin tenía los prismáticos, esperando el momento propicio. La niebla se disipó al fin bastante para poder distinguir a unos cuatrocientos o cuatrocientos cincuenta pasos cuatro proboscidios que arrancaban ramas de los arbustos enanos y se las llevaban a la boca doblando elegantemente la trompa. Tres eran muy voluminosos y el cuarto un poco más pequeño.
- Tienen enormes colmillos -dijo Pápochkin- muy retorcidos. El cuerpo está cubierto de un tupido pelaje pardo. Tienen unos rabos cortos que agitan alegremente. Si no supiera que los mamuts han desaparecido de nuestro planeta, diría que no son elefantes sino mamuts.


Plutonia
(Trad. Isabel Vicente)
V.Obruchev

lunes, 15 de septiembre de 2008

"Rojo" (El temblor de una hoja)

"Rojo"
Somos tontos, sentimentales y melodramáticos a los veinticinco, pero si no lo fuéramos, tal vez seríamos menos sabios a los cincuenta -añadió Neilson-. Beba usted, amigo mío. No deje que mis tonterías le molesten.

"Rojo"
(El temblor de una hoja)
W. Somerset Maugham

Clavileño el Alígero

Flickr. Sagabardon/El Quijote de J.Serrano Pérez
Clavileño el Alígero
Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha
Capítulo XLI
Cubriéronse, y, sintiendo don Quijote que estaba como había de estar, tentó la clavija, y, apenas hubo puesto los dedos en ella, cuando todas las dueñas y cuantos estaban presentes levantaron las voces, diciendo:
-¡Dios te guíe, valeroso caballero!
-¡Dios sea contigo, escudero intrépido!
-¡Ya, ya vais por esos aires, rompiéndolos con más velocidad que una saeta!
-¡Ya comenzáis a suspender y admirar a cuantos desde la tierra os están mirando!
-¡Tente, valeroso Sancho, que te bamboleas! ¡Mira no cayas, que será peor tu caída que la del atrevido mozo que quiso regir el carro del Sol, su padre!
Oyó Sancho las voces, y, apretándose con su amo y ciñiendole con los brazos, le dijo:
-Señor, ¿cómo dicen éstos que vamos tan altos, si alcanzan acá sus voces, y no parecen sino que están aquí hablando junto a nosotros?
-No repares en eso, Sancho, que, como estas cosas y estas volaterías van fuera de los cursos ordinarios, de mil leguas verás y oirás lo que quisieres. Y no me aprietes tanto, que me derribas; y en verdad que no sé de qué te turbas ni te espantas, que osaré jurar que en todos los días de mi vida he subido en cabalgadura de paso más llano: no parece sino que no nos movemos de un lugar. Destierra, amigo, el miedo, que, en efecto, la cosa va como ha de ir y el viento llevamos en popa.
-Así es la verdad -respondió Sancho-, que por este lado me da un viento tan recio, que parece que con mil fuelles me están soplando.
Y así era ello, que unos grandes fuelles le estaban haciendo aire: tan bien trazada estaba la tal aventura por el duque y la duquesa y su mayordomo, que no le faltó requisito que la dejase de hacer perfecta.
Sintiéndose, pues, soplar don Quijote, dijo:
-Sin duda alguna, Sancho, que ya debemos de llegar a la segunda región del aire, adonde se engendra el granizo, las nieves; los truenos, los relámpagos y los rayos se engendran en la tercera región, y si es que desta manera vamos subiendo, presto daremos en la región del fuego, y no sé yo cómo templar esta clavija para que no subamos donde nos abrasemos.
En esto, con unas estopas ligeras de encenderse y apagarse, desde lejos, pendientes de una caña, les calentaban los rostros. Sancho, que sintió el calor, dijo:
-Que me maten si no estamos ya en el lugar del fuego, o bien cerca, porque una gran parte de mi barba se me ha chamuscado, y estoy, señor, por descubrirme y ver en qué parte estamos.
-No hagas tal -respondió don Quijote-, y acuérdate del verdadero cuento del licenciado Torralba, a quien llevaron los diablos en volandas por el aire, caballero en una caña, cerrados los ojos, y en doce horas llegó a Roma, y se apeó en Torre de Nona, que es una calle de la ciudad, y vio todo el fracaso y asalto y muerte de Borbón, y por la mañana ya estaba de vuelta en Madrid, donde dio cuenta de todo lo que había visto; el cual asimismo dijo que cuando iba por el aire le mandó el diablo que abriese los ojos, y los abrió, y se vio tan cerca, a su parecer, del cuerpo de la luna, que la pudiera asir con la mano, y que no osó mirar a la tierra por no desvanecerse. Así que, Sancho, no hay para qué descubrirnos; que, el que nos lleva a cargo, él dará cuenta de nosotros, y quizá vamos tomando puntas y subiendo en alto para dejarnos caer de una sobre el reino de Candaya, como hace el sacre o neblí sobre la garza para cogerla, por más que se remonte; y, aunque nos parece que no ha media hora que nos partimos del jardín, créeme que debemos de haber hecho gran camino.
-No sé lo que es -respondió Sancho Panza-, sólo sé decir que si la señora Magallanes o Magalona se contentó destas ancas, que no debía de ser muy tierna de carnes.
Todas estas pláticas de los dos valientes oían el duque y la duquesa y los del jardín, de que recibían estraordinario contento; y, queriendo dar remate a la estraña y bien fabricada aventura, por la cola de Clavileño le pegaron fuego con unas estopas, y al punto, por estar el caballo lleno de cohetes tronadores, voló por los aires, con estraño ruido, y dio con don Quijote y con Sancho Panza en el suelo, medio chamuscados.

Don Quijote. II Parte
Miguel de Cervantes

El agente secreto

Alfred Eisenstaedt. William Somerset Maugham
Cuando al fin se separaron y Ashenden se encontró solo en un vagón, camino de Nápoles, no pudo por menos de dar un profundo suspiro ante la satisfacción de verse libre de la presencia de aquel ser fantástico, parlanchín y repelente. Allá iba, camino de Brindisi, para encontrarse con Constantino Andreadi, y si era verdad solamente la mitad de lo que había contado a nuestro héroe, no podía por menos de felicitarse por no hallarse en el pellejo del griego. ¿Qué clase de sujeto sería éste? Se imaginó por un momento al pobre hombre cruzando el azul mar Jónico, con sus documentos confidenciales y sus secretos comprometedores, inconsciente del avispero en que iba a meterse, pero era la guerra, y solamente los ingenuos creen que aún se pueden conducir con guante blanco las contiendas entre los seres llamados humanos.

El agente secreto
William Somerset Maugham

domingo, 14 de septiembre de 2008

El festín de las ratas, (Cuentos perversos)

Javier Tomeo y Asdrúbal Hernández

Esta tarde los mismos contertulios que ayer llegaron a las manos se muestran especialmente apagados, como si pensasen que hoy, día de San Remigio, no valiese la pena entrar en discusiones.
"El festín de las ratas"
(Cuentos perversos)
Javier Tomeo

Cuaderno de notas

El viaje en sí es el destino

Cuaderno de notas
Michael Frayn

Trenes

El silbato de los trenes es un sonido hechizante que nos obliga a viajar. El tren brinda tranquilidad al viajero incluso en los lugares más terribles; nada que ver con la ansiedad y los sudores fríos que provocan los aviones, o el nauseabundo olor a gasolina que se respira en los autocares durante los largos trayectos, o la parálisis que aflige a quien viaja en coche. Si un tren es amplio y confortable, ni siquiera hace falta un destino; basta un asiento a un extremo del vagón para convertirse en uno de esos viajeros incansables que nunca llegan a ninguna parte -o al menos eso quisieran-, como el hombre afortunado que vive en los ferrocarriles italianos porque está jubilado y tiene un pase que le permite viajar a donde quiera.

Trenes
Paul Theroux

sábado, 13 de septiembre de 2008

Bustrófedon

Tres tristes tigres
"¿Quién era Bustrófedon? ¿Quién fue, quién será, quién es Bustrófedon? ¿B? Pensar en él es como pensar en la gallina de los huevos de oro, en una adivinanza sin respuesta, en la espiral."
Tres tristes tigres
Guillermo Cabrera Infante

viernes, 12 de septiembre de 2008

Juan Salvador Gaviota

"...La mayoria de las gaviotas no se molestan en aprender sino las normas de vuelo más elementales: cómo ir y volver entre playa y comida. Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer. Para esta gaviota, sin embargo, no era comer lo que le importaba, sino volar. Más que nada en el mundo, Juan Salvador Gaviota amaba volar..."

Richard Bach
Juan Salvador Gaviota

Soledad

La pálida luna alumbra entre nubes dispersas
en el cielo otoñal.
La embriagadora belleza de la escarcha pesa sobre
el follaje y lo humilla hacia el frío del torrente.
Sola ante la ventana, soporto el peso de los días,
y nada viene a aligerarlo.
Y compongo poemas que voy borrando
a medida que los corrijo.
A lo largo de la balaustrada, florece
el oro de los crisantemos.
El odioso clamor de las cigueñas deja caer su
pesadumbre del cielo glacial.
Y yo, tras la celosía, en la oscuridad
de mi solitario pabellón,
¡sola, quemando perfumes, y soñando... sola!

Soledad
Chao Su Cheng

jueves, 11 de septiembre de 2008

Funes el memorioso

Funes el memorioso
...El estilo indirecto es remoto y débil; yo sé que sacrifico la eficacia de mi relato; que mis lectores se imaginen los entrecortados períodos que me abrumaron esa noche.
Ireneo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los veintidós idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Con evidente buena fe se maravilló de que tales casos maravillaran. Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios; no me hizo caso.) Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles.
Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etcétera. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entre sueños.
Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: "Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo". Y también: "Mis sueños son como la vigilia de ustedes". Y también, hacia el alba: "Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras". Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio. No sé cuántas estrellas veía en el cielo.

Ficciones
Jorge Luis Borges

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Quasimodo

Alfred Barbou: Quasimodo
Notre-Dame de Paris
Livre premier
Chapitre V
Quasimodo
Ou plutôt toute sa personne était une grimace. Une grosse tête hérissée de cheveux roux ; entre les deux épaules une bosse énorme dont le contre-coup se faisait sentir par devant ; un système de cuisses et de jambes si étrangement fourvoyées qu'elles ne pouvaient se toucher que par les genoux, et, vues de face, ressemblaient à deux croissants de faucilles qui se rejoignent par la poignée ; de larges pieds, des mains monstrueuses ; et, avec toute cette difformité, je ne sais quelle allure redoutable de vigueur, d'agilité et de courage ; étrange exception à la règle éternelle qui veut que la force, comme la beauté, résulte de l'harmonie. Tel était le pape que les fous venaient de se donner.
On eût dit un géant brisé et mal ressoudé.
Quand cette espèce de cyclope parut sur le seuil de la chapelle, immobile, trapu, et presque aussi large que haut, carré par la base, comme dit un grand homme, à son surtout mi-parti rouge et violet, semé de campanilles d'argent, et surtout à la perfection de sa laideur, la populace le reconnut sur-le-champ, et s'écria d'une voix :
— C'est Quasimodo, le sonneur de cloches ! c'est Quasimodo, le bossu de Notre-Dame ! Quasimodo le borgne ! Quasimodo le bancal ! Noël ! Noël !
On voit que le pauvre diable avait des surnoms à choisir.
— Gare les femmes grosses ! criaient les écoliers.
— Ou qui ont envie de l'être, reprenait Joannes.
Les femmes en effet se cachaient le visage.
— Oh ! le vilain singe, disait l'une.
— Aussi méchant que laid, reprenait une autre.
— C'est le diable, ajoutait une troisième.
— J'ai le malheur de demeurer auprès de Notre-Dame ; toute la nuit je l'entends rôder dans la gouttière.
— Avec les chats.
— Il est toujours sur nos toits.
— Il nous jette des sorts par les cheminées.
— L'autre soir, il est venu me faire la grimace à ma lucarne. Je croyais que c'était un homme. J'ai eu une peur !
— Je suis sûre qu'il va au sabbat. Une fois, il a laissé un balai sur mes plombs.
— Oh ! la déplaisante face de bossu !
— Oh ! la vilaine âme !
— Buah !
Les hommes au contraire étaient ravis, et applaudissaient.
Quasimodo, objet du tumulte, se tenait toujours sur la porte de la chapelle, debout, sombre et grave, se laissant admirer.
Un écolier, Robin Poussepain, je crois, vint lui rire sous le nez, et trop près. Quasimodo se contenta de le prendre par la ceinture, et de le jeter à dix pas à travers la foule. Le tout sans dire un mot.
Maître Coppenole, émerveillé, s'approcha de lui.
— Croix-Dieu ! Saint-Père ! tu as bien la plus belle laideur que j'aie vue de ma vie. Tu mériterais la papauté à Rome comme à Paris.
En parlant ainsi, il lui mettait la main gaiement sur l'épaule. Quasimodo ne bougea pas. Coppenole poursuivit :
— Tu es un drôle avec qui j'ai démangeaison de ripailler, dût-il m'en coûter un douzain neuf de douze tournois. Que t'en semble ?
Quasimodo ne répondit pas.
— Croix-Dieu ! dit le chaussetier, est-ce que tu es sourd ?
Il était sourd en effet.

Nuestra Señora de París
Libro Primero
Capítulo V
Quasimodo
Más bien toda su persona era una pura mueca. Una enorme cabeza erizada de pelos rojizos y una gran joroba entre los hombros que se proyectaba incluso hasta el pecho.
Tenía una combinación de muslos y de piernas tan extravagante que sólo se tocaban en las rodillas y, además, mirándolas de frente, parecían dos hojas de hoz que se juntaran en los mangos; unos pies enormes y unas manos monstruosas y, por si no bastaran todas esas deformidades, tenía también un aspecto de vigor y de agilidad casi terribles; era, en fin, algo así como una excepción a la regla general, que supone que, canto la belleza como la fuerza, deben ser el resultado de la armonía. Ése era el papa de los locos que acababan de elegir; algo así como un gigante roto y mal recompuesto.
Cuando esta especie de cíclope apareció en la capilla, inmóvil, macizo, casi tan ancho como alto, cuadrado en su base, como dijera un gran hombre, el populacho lo reconoció inmediatamente por su gabán rojo y violeta cuajado de campanillas de plata y sobre todo por la perfección de su fealdad, y comenzó a gritar como una sola voz:
-¡Es Quasimodo, el campanero! ¡Es Quasimodo, el jorobado de Nuestra Señora! ¡Quasimodo, el tuerto! ¡Quasimodo, el patizambo! ¡Viva! ¡Viva!
Fíjense si el pobre diablo tenía motes en donde escoger:
-¡Que tengan cuidado las mujeres preñadas! -gritaban los estudiantes.
-¡O las que tengan ganas de estarlo! -añadió Joannes.
Las mujeres se tapaban la cara.
-¡Vaya cara de mono! -decía una.
-Y seguramente tan malvado como feo -añadió otra.
-Es como el mismo demonio -porfiaba una tercera.
-Tengo la desgracia de vivir junto a la catedral y todas las noches le oigo rondar por los canalones.
-¡Como los gatos!
-Es cierto; siempre anda por los tejados.
-Nos echa maleficios por las chimeneas.
-La otra noche vino a hacerme muecas por la claraboya y me asustó tanto que creí que era un hombre.
-Estoy segura de que se reúne con las brujas; la otra noche me dejó una escoba en el canalón.
-¡Uf! ¡Qué cara tan horrorosa tiene ese jorobado!
-Pues, ¡cómo será su alma!
Los hombres, por el contrario, aplaudían encantados.
Quasimodo, objeto de aquel tumulto, permanecía de pie a la puerta de la capilla, triste y serio, dejándose admirar.
Un estudiante, Robin Poussepain creo que era, se le acercó burlón, chanceándose un poco de él y Quasimodo no hizo sino cogerle por la cintura y lanzarle a diez pasos por encima de la gente sin inmutarse y sin decir una palabra.
Entonces maese Coppenole, maravillado, se acercó a él.
-¡Por los clavos de Cristo! ¡Válgame San Pedro! Nunca he visto nadie tan feo como tú y creo que eres digno de ser papa aquí y en Roma. Al mismo tiempo, y un canto festivamente, le pasaba la mano por la espalda. Como Quasimodo no se movía, Coppenole prosiguió:
-Eres un tipo con quien me gustaría darme una comilona, aunque me costase una moneda nueva de doce tornesas. ¿Te hace?
Quasimodo no contestaba.
-¡Por los clavos de Cristo! ¿Pero eres sordo o qué?
Y en efecto, Quasimodo era sordo.


Nuestra Señora de París
Victor Hugo

La historia de Rásselas, príncipe de Abisinia

Con esta resolución se pusieron en camino al día siguiente. Cargaron unas tiendas sobre sus camellos, decididos a quedarse entre las pirámides hasta ver satisfecha plenamente su curiosidad. Viajaron lentamente, se desviaron por cualquier cosa digna de atención, se detuvieron de vez en cuando a conversar con los naturales, y observaron el diferente aspecto que ofrecían las ciudades, en ruinas o habitadas, y de la naturaleza, salvaje o cultivada.
Cuando llegaron a la gran pirámide se quedaron asombrados al ver las dimensiones de la base y lo alto de la cúspide. Imlac les explicó los principios por los que la forma de pirámide había sido elegida para un edificio destinado a prolongar su existencia mientras dure el mundo; Mostró cómo la disminución gradual le daba una estabilidad que frustraba todos los ataques de los elementos, y cuán difícilmente podía ser derribada por los terremotos. Una conmoción que pudiera quebrantar la pirámide sería una amenaza de desintegración del continente.

La historia de Rásselas, príncipe de Abisinia
Samuel Johnson

martes, 9 de septiembre de 2008

Escribir

¡Qué bella profesión! Soy libre. Tomo un lápiz, un papel blanco. Me aíslo, y heme sentado sobre el Popocatepetl o chapoteando en el Titicaca.

Escritos
Julio Verne

"The Kraken"

Aguada de Victor Hugo:Pieuvre avec les initiales V.H.
Poems, Chiefly Lyrical
"The Kraken"
Below the thunders of the upper deep;
Far, far beneath in the abysmal sea,
His ancient, dreamless, uninvaded sleep
The Kraken sleepeth: faintest sunlights flee
About his shadowy sides: above him swell
Huge sponges of millennial growth and height;
And far away into the sickly light,
From many a wondrous grot and secret cell
Unnumbered and enormous polypi
Winnow with giant arms the slumbering green.
There hath he lain for ages and will lie
Battening upon huge sea-worms in his sleep,
Until the latter fire shall heat the deep;
Then once by man and angels to be seen,
In roaring he shall rise and on the surface die.

El Kraken
Bajo los truenos de la superficie,
en las honduras del mar abismal,
el Kraken duerme su antiguo,
no invadido sueño sin sueños.
Pálidos reflejos se agitan alrededor de su oscura forma;
vastas esponjas de milenario crecimiento y altura
se inflan sobre él, y en lo profundo de la luz enfermiza,
pulpos innumerables y enormes baten con brazos gigantescos
la verdosa inmovilidad,
desde secretas celdas y grutas maravillosas.
Yace ahí desde siglos, y yacerá,
cebándose dormido de inmensos gusanos marinos
hasta que el fuego del Juicio Final caliente el abismo.
Entonces, para ser visto una sola vez por hombres y por ángeles,
rugiendo surgirá y morirá en la superficie.
Poemas principalmente líricos
(Versión del poema de Jorge Luis Borges)
Alfred Tennyson

lunes, 8 de septiembre de 2008

Confieso que he vivido


Navegando por el río Yang Tse me di cuenta de la fidelidad de las viejas pinturas chinas. Allí, en lo alto de los desfiladeros, un pino retorcido como una pagoda minúscula me trajo a la mente de inmediato las viejas estampas imaginarias. Pocos sitios más irreales, más fantásticos y sorprendentes hay como estos desfiladeros del gran río que se elevan a alturas increíbles y que en cualquier fisura de la roca muestran la antigua huella humana del pueblo prodigioso: cinco o seis metros de verdura recién plantada o un templete de cinco techos para contemplar y meditar. Más allá nos parece ver, en las alturas de los calvos roqueríos, las túnicas o el vapor de los antiguos mitos; son tan sólo las nubes y algún vuelo de pájaros que ya fue muchas veces pintado por los más antiguos y sabios miniaturistas de la tierra. Una profunda poesía se desprende de esta naturaleza grandiosa; una poesía breve y desnuda como el vuelo de un ave o como el relámpago plateado del agua que fluye casi inmóvil entre los muros de piedra.

Confieso que he vivido
Pablo Neruda