Nada casual podemos admitir en un libro dictado por una inteligencia divina, ni siquiera el número de las palabras o el orden de los signos; así lo entendieron los cabalistas y se dedicaron a contar, combinar y permutar las letras de la Sagrada Escritura, urgidos por el ansia de penetrar los arcanos de Dios.
Dante, en el siglo XIII, declaró que todo pasaje de la Biblia tiene cuatro sentidos, el literal, el alegórico, el moral y el anagógico. Escoto Erígena, más consecuente con la noción de divinidad, ya había dicho que los sentidos de la Escritura son infinitos, como los colores de la cola del pavo real. Los cabalistas hubieran aprobado este dictamen; uno de los secretos que buscaron en el texto divino no fue la creación de seres orgánicos. De los demonios se dijo que podían formar criaturas grandes y macizas, como el camello, pero no finas y delicadas, y el rabino Eliezer les negó la facultad de producir algo de tamaño inferior a un grano de cebada.
"Golem" se llamó al hombre creado por combinaciones de letras; la palabra significa, literalmente, "una materia amorfa o sin vida".
En el Talmud (Sanhedrín, 65 b) se lee:
"Si los justos quisieran crear un mundo, podrían hacerlo. Combinando las letras de los inefables nombres de Dios, Rava consiguió crear un hombre y lo mandó a Rav Zera. Este le dirigió la palabra; como el hombre no respondía, el rabino le dijo:
"-Eres una creación de la magia; vuelve a tu polvo.
"Dos maestros solían cada viernes estudiar las leyes de la Creación y crear un ternero de tres
años, que luego aprovechaban para la cena".
[Parejamente, Schopenhauer escribe: "En la página 325 del primer tomo de su Zauberoioliothek (Biblioteca mágica), Horst compendia así la doctrina de la visionaria inglesa Jane Lead: Quien posee fuerza mágica, puede, a su arbitrio, dominar y renovar el reino mineral, el reino vegetal y el reino animal; bastaría, por consiguiente, que algunos magos se pusieran de acuerdo para que toda la Creación retornara al estado paradisíaco". (Sobre la Voluntad en la Naturaleza, VII).]
La fama occidental del Golem es obra del escritor austriaco Gustav Meyrink, que en el quinto capítulo de su novela onírica Der Golem (1915) escribe así:
"El origen de la historia remonta al siglo XVII. Según perdidas fórmulas de la cábala, el rabino Judah Loew ben Bezabel construyó un hombre artificial -el llamado Golem- para que éste tañera las campanas en la sinagoga e hiciera los trabajos pesados. No era, sin embargo, un hombre como los otros y apenas lo animaba una vida sorda y vegetativa. Esta duraba hasta la noche y debía su virtud al influjo de una inscripción mágica, que le ponían detrás de los dientes y que atraía las libres fuerzas siderales del universo. Una tarde, antes de la oración de la noche, el rabino se olvidó de sacar el sello de la boca del Golem y éste cayó en un frenesí, corrió por las callejas oscuras y destrozó a quienes se le pusieron delante. El rabino, al fin, lo atajó y rompió el sello que lo animaba. La criatura se desplomó. Sólo quedó la raquítica figura de barro, que aún hoy se muestra en la sinagoga de Praga".
Eleazar de Worms ha conservado la fórmula necesaria para construir un Golem. Los pormenores de la empresa abarcan veintitrés columnas en folio y exigen el conocimiento de "los alfabetos de las doscientas veintiuna puertas" que deben repetirse sobre cada órgano del Golem. En la frente se tatuará la palabra "Emet", que significa "Verdad". Para destruir la criatura, se borrará la letra inicial, porque así queda la palabra "met", que significa "muerto"..